Es público y notorio que el Presidente está muy enojado. Lleva semanas a la defensiva. Ha perdido el control de la agenda pública. El magistral toque del genio comunicativo se encuentra extraviado. Afirma barbaridades que hacen creíbles los peores estereotipos negativos que existen de su persona.

Amenazado, aparece el déspota.

Justifica lo injustificable. Parece un vil tirano porque habla como tirano.

Ante la violación clara de la ley que protege los datos personales, el Presidente sentencia: “Por encima de esa ley está la autoridad moral, la autoridad política”. La célebre frase lo acompañará hasta su tumba. Él tiene licencia para violar las leyes porque es un Presidente con autoridad moral y política. Incumple, así, lo que prometió cuando tomó posesión: “Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen”. Pamplinas. Eso es un juramento trámite. Una paparruchada. El Presidente, en realidad, no tiene por qué respetar ni la Constitución ni cualquier ordenamiento jurídico.

Otra vez aparece el peor AMLO. El que no cree en las instituciones y las manda al diablo. El que no admite ningún tipo de contrapesos. El autoritario. Literalmente el déspota que, de acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, es la “persona que gobierna sin sujeción a ley alguna”.

El Presidente viola la ley en un acto público. Revela el número telefónico de una periodista en la mañanera. Al día siguiente, en lugar de disculparse, se hunde en el fango de la arrogancia del poder. Presume, sin ningún recato, su despotismo.

Luego se avienta una de sus típicas ocurrencias que no tiene ni pies ni cabeza: “No puede haber un reglamento, no puede haber ninguna ley por encima de un principio sublime, que es la libertad. Prohibido prohibir”. Muy bonito el eslogan de la generación del 68. Entonces, para ser congruentes, que el Presidente abrogue leyes que él mismo ha promovido como las que prohíben los vapeadores, la libre participación de los particulares en el mercado eléctrico o la siembra de maíz transgénico.

Lo que vimos el viernes en la mañanera fue a un Presidente acorralado. Está desesperado por las investigaciones —basadas en testimonios de testigos protegidos en Estados Unidos, de los que usaron para condenar a Genaro García Luna, lo cual aplaudió López Obrador en su momento— que vinculan a sus campañas presidenciales de 2006 y 2018 con dinero del narcotráfico. Ahora, en el último reporte del New York Times, un informante incluso menciona la existencia de videos donde sus hijos están recibiendo dinero procedente del crimen organizado. Y ese tema, el de sus vástagos, es uno de los más sensibles para el mandatario.

Mientras tanto, en lo que AMLO se defiende, permanece y crece el hashtag “#narcopresidente” en las redes sociales. En ese terreno, el genio comunicativo va perdiendo la batalla. Y eso claramente lo desespera porque ellos se manejan muy eficazmente en esa zona.

Sí, el Presidente está iracundo porque no sólo está en juego el tema electoral de este año. Aquí estamos hablando, también, de la imagen histórica que quedará de AMLO, algo que le importa mucho. Lo ha dicho y para eso ha trabajado muy duro durante toda su carrera política: quiere pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de México. A la altura de Juárez, Madero y Cárdenas.

Pero las revelaciones de presuntos actos de corrupción y tráfico de influencias de sus hijos y el posible financiamiento del narcotráfico en dos de sus campañas manchan esta imagen histórica. Él lo sabe. Al final, las etiquetas se pegan. López Portillo nunca pudo quitarse el mote de “perro”. AMLO corre el riesgo de quedarse con el de “narcopresidente”. Y no se necesita que toda la población piense así. Conque un segmento vocal de la sociedad lo repita, el epíteto perdura.

A lo largo de muchos años, en este espacio he dicho que, cuando López Obrador se siente amenazado, sale lo peor de él. Lo vimos con claridad después de las elecciones de 2006. Instintivamente, se radicaliza y regresa a su base social más leal. La diferencia con respecto al pasado es que ahora es el Presidente. Tiene mucho poder y en cualquier momento, so pretexto que él está por arriba de la ley, puede cometer arbitrariedades más peligrosas que la de exhibir un teléfono de una periodista.

Cuidado.

No es gratuito que el viernes el déspota les haya “sugerido” a los medios bajarle “una rayita a su prepotencia”. Acorralado, el burro hablando de orejas.

  • X: @leozuckermann

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