Para mi papá, ejemplo de amor,
hasta el suspiro final de mi madre.

Como las frases célebres detestan la orfandad, se atribuye a Mahatma Gandhi la autoría de «Sé el cambio que quieres ver en el mundo», contundente expresión que, lejos de perder vigencia, esconde grandes posibilidades para quienes aspiran a una mejor sociedad. La queja es un lugar cómodo para instalarse y desde ahí señalar lo mal que va un gobierno, la inseguridad rampante, el desorden vial y miles de motivos más. Por algún motivo acostumbramos ver que el culpable y la solución están fuera de nosotros, viven en aquellos. ¿Podríamos tener un papel activo si es que verdaderamente nos indigna algo que pasa con lo que no estamos conformes?

Un estupendo cortometraje alude a lo que sucede todos los días en México, en nuestras calles y a la vista de cientos de miles de ciudadanos. Entra un profesor a un salón de clases donde hay varios alumnos (parecen universitarios) que ya lo esperan. Sin mediar saludo, el docente señala a una de las alumnas y le pide que salga del salón, que no quiere verla de nuevo en su clase. Ante el desconcierto de la chica y el pasmo del grupo, el maestro dice que no lo va a pedir por segunda ocasión. Incrédula, la chica se retira. El profesor pregunta al grupo: «¿Para qué son las leyes?». Vienen varias respuestas hasta que un alumno atina: «¿Justicia?». «Díganme», dice el mentor, «¿fui injusto con su compañera hace un momento? Sin duda que sí; entonces ¿por qué ninguno de ustedes protestó?, ¿por qué ninguno de ustedes trató de detenerme?, ¿por qué no impidieron esta injusticia? Lo que acaban de entender, no lo aprenderían en mil lecciones, tenían que vivirlo. No dijeron nada porque no les afectaba. Esta actitud se revierte a ustedes y a la vida…».

Se habla mucho, y con razón, de la enorme impunidad que vivimos en el país. Tenemos una abrumadora cifra de delitos sin castigo, una consecuencia que esperamos de la autoridad, que vemos fuera de nosotros y de nuestro alcance. Hay, me parece, otro tipo de impunidad, la ciudadana, una especie de resignación grupal en donde somos observadores de transgresiones, algunas muy serias, otras cotidianas y aparentemente banales. Hemos perdido poco a poco la indignación en una sociedad que necesita despertar para ser consciente de que el país en su conjunto es un reflejo de ella, una sociedad que necesita indignarse por las faltas menores para progresivamente avanzar en aras a un Estado de derecho. Muchos lo verán exagerado (lo cual es uno de los motivos por los que no se ve una solución. Es como descartar la búsqueda de algo perdido en cierto sitio, asumiendo que es imposible que esté ahí), lo verán fuera de su competencia.

El punto es que el día que alguien sea públicamente señalado (con respeto) por los demás ciudadanos por dar una vuelta prohibida al manejar, por no respetar la luz roja (deporte nacional por excelencia), por tirar basura en la calle, por robarse la luz con un diablito, por cruzar la calle por en medio, circular en sentido contrario, en fin, cientos de evidentes faltas que son la raíz de problemas mayores, ese día habrá una fuerza comunitaria en favor de una mejor sociedad. Necesitamos de alguna forma mostrar nuestra inconformidad, no sólo ante las injusticias, también ante los pequeños actos donde todos los días refrendamos que la ley vale poco y no importa violarla.

Y no hablo de una sociedad paranoica y perseguidora, al estilo de la época de la Santa Inquisición o de la policía secreta durante la Guerra Fría, donde el testimonio de un vecino bastaba para que te quemaran vivo o te consideraran traidor. Me refiero a mostrar una indignación pública que, junto con algún proceso educativo y civilizatorio, y una policía mejor pagada y capacitada, modifiquen paulatinamente las conductas que nos lastiman como sociedad. Si no nos indigna lo menor, difícilmente podremos corregir lo mayor. Una bola de nieve es más fácil de detener cuando se acaba de formar que cuando adquiere más masa y velocidad. Lo difícil está en aceptar que hay que empezar por lo aparentemente insignificante.

Quizá necesitemos un acuerdo sobre qué debería ser un buen ciudadano para el México de hoy. Resignificar nuestro himno para entender que ese extraño enemigo está en casa; y por algo a la Patria, en cada hijo, el cielo un soldado le dio.

@eduardo_caccia

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