Llovía con fuerza en el campo de juego, pero no parecía motivo para detener el encuentro. Es costumbre en el futbol salir a la cancha con niñas y niños de diferentes edades y orígenes. Es un símbolo del juego limpio, adicional al compromiso que hacen los equipos, sus directivas y los árbitros, de mantener las reglas justo antes de iniciar las acciones.

Las y los niños estaban, cada uno, delante de los jugadores bajo el chaparrón, sin moverse. Nada raro en el previo de un partido, hasta que uno de los jugadores del equipo de Nueva York, de la liga estadunidense de “soccer”, decidió quitarse su chamarra deportiva que lo protegía de la lluvia y ponérsela en los hombros al niño que tenía enfrente. Al verlo, sus compañeros empezaron a hacer lo mismo. El video, por supuesto, dio la vuelta al mundo, gracias a las redes, con miles de reflexiones y comentarios.

Dante Vanzeir nació en Berigen, Bélgica, y es uno de los delanteros estrella del equipo de Nueva York. Curiosamente, lleva el número trece en el dorso; aunque juega con la habilidad de una persona que siempre está seguro de su buena suerte. Tiene 26 años. Su muestra de empatía puede no corresponde con lo que percibimos de su generación; felizmente, nos equivocamos.

El poder del ejemplo es uno de los principios de cualquier filosofía e incluso es un comportamiento con un doble valor: demostrar en los hechos nuestras creencias. No sé si parte del gesto de Vanzier destaca tanto porque no estamos acostumbrados a que ocurra. Existen miles de testimonios de estrellas deportivas siendo amables con sus fanáticos, pero los que más resuenan son los que tienen esa poderosa discreción, que refleja el origen de la persona y no un hábito aprendido en la cumbre. Usain Bolt, uno de los hombres más rápidos del mundo en la carrera de 100 metros, solía saludar a los jóvenes ayudantes de pista y Rafael Nadal, el gran tenista, hacía lo mismo con las y los niños recogepelotas. Una muestra de humanidad de quien no se espera es un mensaje que nos recuerda que podemos ser mejores de lo que pensamos, a pesar de los sinsabores de la vida.

Por el contrario, se toma a mal una actitud grosera de alguien reconocido por los demás. Dudo que ese sea el motivo de Vanzeir. Es probable que su educación en casa le permitiera tener la sensibilidad de que alguien necesitaba su chamarra. Y esa es posiblemente la clave, la educación que recibimos en el hogar.

Los principios y los valores –esos que demandamos en públicos todo el tiempo– nacen en el seno de nuestra familia (cualquiera que sea su conformación). Insistir en que los responsables de crianza y tutores tenemos un enorme trabajo para formar gente de bien no es tiempo perdido. Cada momento en el que podemos inculcar el comportamiento y el hábito correctos, estamos construyendo una sociedad próspera e inteligente. Aunque no se detiene ahí.

De la misma forma en que un hogar está dividido en diferentes habitaciones y cada lugar tiene un propósito, nuestro comportamiento debe ser el mismo en público. Si no tiramos basura en la sala (ni siquiera colocamos un bote de basura ahí) y nos ponemos de pie para ir, por ejemplo, a la cocina; entonces no tendríamos ninguna razón suficiente para hacerlo en la calle. ¿Correcto?

Pocas familias que haya conocido gritan y se maltratan todo el tiempo. En esos casos hablamos de relaciones disfuncionales que tienen que ser atendidas profesionalmente para que sus integrantes puedan mantener una vida tranquila. Para la mayoría, nuestras familias son un refugio y la base de nuestra forma de percibir cualquier aspecto de la existencia.

Me gustaría saber qué fue lo que impulsó la reacción del delantero; igual que la de un bombero que corre hacia las llamas o de un policía que protege a una persona, que no conoce, de un delincuente. Existe un entrenamiento, por supuesto, pero la voluntad y el compromiso no se enseñan en ninguno, eso viene de otro lugar. Sin embargo, he tenido el privilegio de atestiguar que, en ausencia de un hogar estable, forman una educación a través de la disciplina, el compañerismo, y la comunión que crece en el trabajo, en el deporte y en esas comunidades que terminan siendo enormes familias, las cuales se cuentan por miles en el país.

Tal vez, la solución a muchos de nuestros problemas se encuentra en hilar todo el tiempo un hecho de generosidad. Tal vez, sólo basta con el ejemplo y con éste recordarle a los demás que podemos conformar un grupo amplio, solidario y coincidente, que sea la sociedad a la que aspiramos y en la que podríamos convertirnos pronto si pusiéramos atención a esos ejemplos y a esas acciones de sencilla humanidad.

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