Ha muerto Eduard Punset, jurista, economista, político, escritor, conductor de televisión, divulgador de ciencia, científico por convicción, pero quizás, ante todo, un gran conversador, un narrador con la capacidad de hacer que los minutos parecieran pocos mientras tejía conceptos prácticos que en otras bocas sonarían complejos y aburridos.
El escritor catalán inició el programa de televisión Redes en 1996 donde en su primera emisión profetizó: «Sé que dentro de cuatro años, cuando suenen las campanadas del final de este milenio, nadie dudará de que este programa se tenía que llamar Redes», aludiendo a la importancia que las redes de información y del conocimiento, pero sobre todo las redes humanas, tendrían en la vida cotidiana del futuro. Algún joven podrá decir hoy que en nada suenan a profecía aquellas palabras; habría que recordarle que en aquellos años los teléfonos celulares (que ya habían dejado de ser voluminosos para caber en la palma de la mano) serían hoy calificados de «ladrillos» y que nada más servían para hablar, sin posibilidad de transmitir datos.
Punset fue un explorador del conocimiento. En sus programas abordó temas relacionados al futuro, robots, la mente y el cerebro, biotecnología y más. Acostumbrado a los auditorios repletos, habló sobre la felicidad y el amor como un viejo sabio y generoso que diserta con los jóvenes. Uno de sus libros, Viaje al optimismo, se convirtió en referencia obligada para escucharle, acaso por tratarse de un destino tan deseado como escaso en nuestros días.
Destacó la importancia de la creatividad y la intuición como parte de las capacidades humanas para enfrentar el futuro. No todo se trata del IQ, llegó a decir, levantando la ceja de más de algún científico crítico que lo señalaba de poco serio por no ceñirse al rigor de la ciencia pura. Quizás en esta transgresión está el éxito del autor de El viaje a la vida: más intuición y menos Estado, en cuyo lenguaje habita el habla culta pero común y cotidiana, alejada de la terminología arrogante para un nicho. Me recordó a Jaime Sabines, cuya poesía alguna vez fue minimizada por los poetas cultos, señalada de ser popular. El poeta chiapaneco hubiera cumplido 90 años hace dos meses, releer algunos de sus versos es un poco como escuchar a Punset, destacan por su simpleza, que no es superficialidad sino la habilidad para expresar algo profundo con lenguaje coloquial.
Ávido consumidor de ideas, explorador del pensamiento, Punset decía que la felicidad es la ausencia de miedo, también la describió (como el arqueólogo de sentimientos que hace un notable hallazgo) en el estado de anticipación: «La felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad». Le escuché por primera vez hace unos años en Ciudad de las Ideas. Andrés Roemer, quien lo trajo a México y fincó una sensible amistad con él, lo describe en una palabra: mensch (la persona que es amada por sus buenos sentimientos, su nobleza y sencillez), y con nostalgia lo recuerda cuando, al pisar el escenario para hablar sobre la memoria (uno de los temas predilectos del catalán), se le olvidó lo que iba a decir, circunstancia que reparó aceptando su despiste y riéndose de sí mismo para luego bordar algún otro tema sacado de su prodigiosa elocuencia. Nunca pretendió esconder que detrás de tanto que sabía, habitaba un hombre vulnerable, lo que le ganó empatía con su audiencia.
El Alzheimer le atacó en sus últimos años, irónicamente él hablaba de la importancia de saber desaprender (para aprender) y de saber olvidar (para ser felices). Quizá murió así este 22 de mayo, desprendido del conocimiento inútil de tanta razón, olvidados los agravios que pudo llevar a cuestas, feliz de saberse viajero de su propia vida. Quizá debamos recordarle porque fue capaz de dejar en el camino aquello que no necesitaba, «tenemos que acostumbrarnos a cambiar de opinión», decía mientras ponía como ejemplo las posibilidades de la materia para cambiar de estado, como el agua que transita de sólida a líquida a gaseosa y de regreso. Quizá debamos recordarle no por su partida sino por su nacimiento, un 9 de noviembre, que podría ser el día cuando celebremos lo mejor del ser humano.
Eduard Punset sigue aquí, en forma de otros átomos.
@eduardo_caccia