Si eres adicto al ajedrez y te apasiona la teoría de cuerdas, esa que dice que el espacio-tiempo tiene hasta once dimensiones; si vives permanentemente enganchado al ordenador, es más fácil encontrarte en Internet que en ningún otro lugar; si no haces lo mismo que los demás, es posible que te hayas sentido un bicho raro alguna vez. O que alguien te haya hecho sentir así. Sin embargo, por mucho que haya quien te identifique con las ratas de biblioteca o quien te defina como nerd, geek, friki u adjetivos que se podrían aplicar a los personajes de la serie Big Bang Theory, no tienes nada de raro. Todos tenemos rasgos que nos hacen diferentes. Es más, según un nuevo estudio de la Universidad de Yale (EE UU), nadie es normal.
La idea de la normalidad, señala Francisco Estupiñá, profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, es relevante en el sentido estadístico para los manuales diagnósticos del ámbito de la salud mental como el DSM, la Biblia de la Asociación Americana de Psiquiatría: «Lo normal, estadísticamente hablando, es lo frecuente». Por ejemplo, entre ser diestro o zurdo, lo habitual es lo primero (como contamos en BuenaVida, solo entre un 10% y un 17% de la población es zurda). La cuestión, continúa este experto, «está en el uso de este concepto en el lenguaje común».
El apelativo «normal» suele dar problemas debido a ser producto de la mezcla de dos sentidos distintos, el científico y el común, indica Cristian Saborido, profesor del departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la UNED, quien explica que «el segundo tiene que ver con los ideales que tenemos sobre lo perfecto».
Distintas ideas de normalidad
En el ámbito del pensamiento, y en la filosofía de la medicina en concreto, esa doble acepción del término se traduce en un debate entre dos perspectivas: la naturalista y la constructivista. «La primera dice que permite distinguir objetivamente los estados sanos de los enfermos y lo ideal frente a lo patológico. La segunda critica esta visión, al defender que la salud y la enfermedad son conceptos plagados de valores que somos incapaces de entender de forma objetiva y que dependen del contexto sociocultural», explica Saborido.
Esta segunda visión, desde el lado de la psiquiatría, es la que defiende El mito de la optimalidad en la neurociencia clínica, un artículo de los investigadores Avram J. Holmes y Lauren M. Patrick, del departamento de psicología de la Universidad de Yale (Estados EE UU) publicado en la revista Cell. Aunque lo que dicen no es nuevo: «En filosofía se lleva diciendo desde comienzos del siglo XX», asegura Saborido, quien recuerda como los filósofos franceses Michel Foucault y Georges Canguilhem criticaban la idea de normalidad en medicina y en psiquiatría.
La psiquiatría se basa en la mezcla de lo ideal y lo estadístico para establecer, a partir de un conjunto de población, lo que debe ser el comportamiento estándar y considerar patológico todo lo que se le aleje de él. «El objetivo de la psiquiatría sería llevar a la gente a la normalidad estadística porque se entiende que se corresponde con la normalidad ideal», indica este profesor de Filosofía.
¿Existe un comportamiento óptimo?
El artículo también cuestiona la historia de nuestra especie. Los autores, subraya Saborido, critican la concepción que asume la evolución como un camino unidireccional que nos ha llevado a (y para) lo óptimo. «La evolución no nos ha llevado a tener un único patrón de comportamiento, sino una enorme cantidad de ellos», señala este profesor. Más que lo óptimo, el motor que nos mueve como especie es lo diverso.
«Lo óptimo es un mito. Evolutivamente, somos capaces de desarrollar comportamientos distintos, porque vivimos y nos enfrentamos a contextos muy diferentes. Si solo tuviéramos una forma de actuar, seríamos un desastre», sostiene Saborido. Por tanto, es un error, dicen los autores del estudio, que un neuropsiquiatra, neurólogo o psicólogo analice los comportamientos de forma aislada.
«No se trata de pensar que la gente tiene que comportarse de cierta manera en todos los casos. El humano vive en entornos cambiantes, las amenazas y las oportunidades surgen y desaparecen, y el cerebro debe adaptarse a todo eso. Hay que observar el comportamiento en su contexto», continúa este experto. Solo se puede hablar de comportamientos óptimos dentro de unas circunstancias, pero como término global no sirve, comparte Carmen Agustín, bióloga, doctora en Neurociencias y profesora del Departamento de Biología Celular, Biología Funcional y Antropología Física de la Universitat de Valencia.
El problema de no sentirse normal
La optimalidad está vinculada a la búsqueda de la superación, recuerda Estupiñá: «Se relaciona con el perfeccionismo, hasta que el esfuerzo deja de ser eficiente. Es como la caricatura de las numerosas cosas que hay que hacer para ser saludable pero no hay horas en el día para cumplir todo lo que es sinónimo de salud», compara.
Sentirse fuera de lo común a muchas personas mueve a visitar la consulta del psicólogo. Muy pocas recurren a la afirmación «yo no soy normal». La mayoría prefiere expresarlo sobre sus experiencias: «Doctor, lo que me pasa no es normal». Es decir, las viven como algo inconfesable o reprobable. «Lo que esperan es que los psicólogos den una cierta garantía de que lo que les pasa es conocido y tratable. Y la respuesta debe transmitir que no deben avergonzarse e intentar exponerles soluciones», explica este psicólogo.
Para valorar como patológico un problema de conducta, hay que hacer dos preguntas fundamentales, continúa Estupiñá: ¿La persona sufre por lo que le pasa? ¿Le hace más difícil participar de su vida social, laboral, familiar? «La interferencia con el ser subjetivo y con las circunstancias objetivas es más importante que las etiquetas complejas. Cuando el problema no trastoca la vida cotidiana es difícil considerarlo trastorno, pero si lo hace, entonces hay que abordarlo», sostiene Estupiñá.
Entonces, ¿se puede afirmar que nadie es normal?
Queda claro que estadísticamente es complicado de decir, porque las personas tendemos a parecernos y solemos establecer perfiles o categorías para las distintas conductas. Pero otra cosa es la existencia de la normalidad.
«El individuo promedio es una caricatura, no existe, es una mera construcción estadística. Aunque muchas veces nos acercamos a la estadística de forma muy ingenua, sin compresión técnica. Si decimos que los españoles comen de media medio pollo, eso significa que hay españoles que no comen pollo y otros que comen uno entero. Esto pasa en ámbitos sensibles como la sexualidad. En los estudios epidemiológicos, la vida sexual se dibuja como un promedio, pero otros estudios que se centran en el comportamiento a través de lo que la gente busca en Internet no tienen nada que ver con ese estereotipo resultante de hacer encuesta a la gente sobre cómo se ve», concluye Estupiñá.