Los seres humanos llevamos camino de poder vivir hasta mas allá de los 100 años en los países más ricos, y después inevitablemente también en el resto del planeta Tierra. Una serie de descubrimientos realizados casi exclusivamente en países occidentales (hospitales, vacunas, asepsia, anestesia, microscopio, rayos X, etc.) son los responsables de que el número de seres humanos supere los 7.000 millones y que en Europa los mayores de 60 años constituyan el 25% de la población. Los grandes e inesperados beneficiarios, en términos numéricos, de los descubrimientos gratuitos de occidente, han sido las naciones que en su día estuvieron colonizadas. Solo teniendo en cuenta a Alexander Fleming y a Louis Pasteur, Gran Bretaña y Francia han devuelto, en nuevas vidas humanas, a sus antiguas colonias, mucho más que las materias primas que les rapiñaron en los siglos XIX y XX.
Según el informe de las Naciones Unidas Perspectivas de la Población Mundial 2017, el envejecimiento de la población mundial va a ser una de las trasformaciones sociales mas dramáticas del siglo XXI. El grupo de personas de mas de 60 años crece más rápidamente que el de los mas jóvenes, amenazando con suscitar graves desequilibrios en los mercados laboral y financiero, en la protección social y en la medicina. Solo África se libra, de momento, de esta invasión de viejos, por lo que una migración masiva de africanos seria un alivio temporal para aquellos países mas envejecidos como Rusia o Escandinavia. En los países más ricos del planeta, y especialmente en las ciudades, la gente es menos proclive a dejarse engañar por la bioquímica y tener hijos, mientras que en la madre África las manipulaciones bioquímicas que producen placer siguen surtiendo efecto como en el pasado. Mientras tanto, Europa se llena de ancianos que se manifiestan pidiendo mayores pensiones de las que han contribuido, y en consecuencia pidiendo que las generaciones futuras financien con su trabajo y sus impuestos las pensiones de su longevidad insolvente.
Según la biología, los cuerpos mueren porque sale más caro y consume más energía repararlos que producir nuevos seres vivientes. Por ello a algunos genes letales, se les permite formar parte de nosotros, solo por el hecho de que actúan tarde, pasado el periodo reproductivo, que es hasta donde llega el interés de los genes por los seres humanos (que somos sus máquinas de supervivencia). Así, las sensaciones placenteras en el cuerpo (lo único que hace feliz a la gente), con las que los genes nos manipulan (con trucos bioquímicos) se van haciendo más escasas y menos diversas, con el paso del tiempo, y en la ancianidad se reducen de forma drástica.
A pesar de que la longevidad creciente nos permite experimentar de forma gradual la merma progresiva de la felicidad (placeres físicos), no parece que este emergiendo una tendencia social a poner término a la vida de forma voluntaria, planificada y digna. Mas, bien al contrario, los ancianos parecen preferir, de forma abrumadora, morir de forma indigna como caricaturas de los adultos que un día fueron, colapsando los hospitales y los servicios de atención social. Tal vez, este comportamiento ilógico, se vea facilitado por que la naturaleza nos ha hecho para que prefiramos muchas pequeñas recompensas que unas pocas y formidables recompensas. Es decir, nuestro cerebro está bien preparado para los placeres mediocres, más que para los places excepcionales, como nos advertía el gran poeta universal Constantino Cavafis.
La neurociencia, en su avance del conocimiento de cómo funciona el cerebro, va arrinconando a la consciencia en un espacio cada vez mas pequeño. Los instintos y la mente inconsciente forman equipos muy competentes que gestionan la mayoría de lo que un ser humano necesita (Nicholas Humphrey). O como dice David Eagleman el cerebro dirige la mayoría de sus operaciones sin que se entere la conciencia. En 1959 Erwing Goffman públicó el ensayo sociológico, La presentación de la persona en la vida cotidiana, que nos definía como marionetas o actores a lo largo de nuestra vida, más que como sujetos poseedores del libre albedrio. Seis décadas después, las resonancias magnéticas y los estudios de laboratorio van retratando al homo sapiens como un autómata, regido por módulos cerebrales zombis y con una pequeña parte consciente dedicada en gran parte a racionalizar e inventar historias explicativas, de lo que hace la mente inconsciente. Lo que ahora ven las resonancias magnéticas del cerebro, no desmiente en lo esencial las explicaciones sociológicas de la vida en común como una sucesión de ceremonias, en las que aparecemos como actores con diferentes máscaras, interpretando un guion adecuado a la ocasión. Mas que dueños de nuestros actos y agentes de nuestra biografía, los seres humanos somos actores que empleamos la vida en interpretar varios papeles ajenos a nuestro yo más profundo. Al final de los días, en la vejez, los roles desgastados pierden fuerza y nos convertimos en marionetas rotas incapaces de representar casi nada. Estos actores que han olvidado el guion son los viejos de Constantino Cavafis;
En sus viejos cuerpos acabados
viven las almas de los ancianos.
Cuán tristes son las pobres
y qué hastiadas de la vida miserable que arrastran.
Cómo tiemblan de perderla y cuánto la aman
las desamparadas y contradictorias
almas, que viven -comicotrágicas-
bajo la vieja piel gastada.
Si los seres humanos, o la inmensa mayoría de nosotros, apenas tomamos decisiones estratégicas usando el libre albedrio, esto quiere decir que la elección de la profesión, del matrimonio, de los hijos, y de la afiliación política, cae en manos de módulos cerebrales automáticos, en mayor o menor grado. La “no decisión”, de seguir viviendo una vida comicotragica bajo la piel gastada, es tan humana y predecible como la acumulación innecesaria de grasas y azucares que todos hacemos en nuestra vida. La guerra intergeneracional por la asignación de recursos estaría servida, si no fuera porque nuestro enorme cerebro va a ser de nuevo capaz de engañar a la evolución y conseguir que otros trabajen y paguen impuestos para nuestros insolventes ancianos. Los robots, y la inteligencia artificial parecen unos candidatos mas solventes que los jóvenes africanos.