Cuando vivía en El Paso fui contratado como perito en una disputa laboral por la vía del arbitraje.
Abunda en las empresas gringas una postura anti sindical, y dónde los sindicatos empiezan a intervenir, lo que normalmente hacen por medio de cuadros asalariados que hacen trabajo de organización sindical entre los trabajadores, las empresas recurren a una variedad de acciones para inhibir la organización laboral, como despedir líderes. Amazon o Starbucks nos han enseñado que no escatiman en fondos para evitar la sindicalización.
Es notoria la mejor calidad del empleo y del salario para los empleados sindicalizados, pero la filosofía anti sindicato es poderosa y penetra la percepción de muchos empleados que votan en contra del sindicato; esgrimen como razón el que tendrán que pagar cuotas, aunque ese “costo” se compensa con los beneficios, muchos cabalgan gratis, porque una vez ganados beneficios se entregan a todos los empleados estén sindicalizados o no.
En el caso aludido, un trabajador, activista pro sindicato, fue despedido por decirle güey al supervisor; el supervisor adujo que güey era el peor insulto mexicano, así que yo como académico tenía que demostrar cual era el verdadero significado de güey y que el peor insulto es una mentada de madre. En mi testimonio dije que hay dos acepciones: güey y buey. Buey es un toro castrado, lo que muy forzado –eso no lo dije- podría implicar una calificación sexual (castración) que pone en tela de juicio la “hombría” del aludido, pero esto implica estrechar el albur a su máxima expresión y nadie lo hace; güey equivale a tonto; le dije al árbitro que en realidad es una expresión inocua y ningún padre castigaría a su hijo por decirla.
El supervisor aprovechó el “insulto” para deshacerse de un organizador sindical. Para mi sorpresa el trabajador perdió el caso.
Hoy en día güey es una expresión que ha penetrado el lenguaje cotidiano, al grado que cualquiera lo introduce en una plática, con lo que se ha vuelto todavía más inocuo.
Si una amiga le dice a otra, oye güey vamos a tomar un café, la amiga tomará la invitación sin sobresaltos.
Pero dicho en el calor de una campaña presidencial parece tener otra implicación y así, junto con eso de lograr patrimonio a los 60 años, se apoderó de los memes, que al parecer son una expresión social muy extendida.
A muchos les irritó el uso del terminajo, porque prefieren la solemnidad de la política y al usarlo se tira por tierra el lenguaje político que se supone debe ser de altura; otros le dan una connotación de leperada. Pero hay que considerar que lo grave de una palabra está en la intención con que se dice.
Dicho en medio del fragor de la campaña, o para rematar una frase que busca insultar, el güey adquiere otra connotación.
Otro enfoque tiene que ver con la frase en sí. El hecho de que se conectara con el “éxito”, medido con la posesión de riqueza o “patrimonio” le da una connotación discriminatoria y propia de la ética del capitalismo, cuyo premio es la posesión.
Muchos le han dado una connotación clasista a esa referencia de tener un patrimonio a los 60 años, especialmente en un país con elevados indicadores de pobreza, o profesionistas que deben trabajar dobles empleos. De hecho hay una buena cantidad de profesores universitarios que no se jubilan porque los montos de jubilación no les alcanzan para vivir, lo que frena la entrada de mentes jóvenes a la academia.
O el hecho que el grueso de la población económicamente activa trabaje en el mercado informal, y no son güeyes.
Fuera de las sensibilidades que en una campaña están a flor de piel, lo verdaderamente grave, es que las campañas se han vuelto un juego de expletivos, insultos, una suerte de competencia para ver quién desentierra más basura de los contrarios o si tiene cadáveres en el closet, con la intención de convencer al votante de que el insultado no merece su voto.
Hay candidatos (como Nahle y todos los afortunados que recibieron herencias) que tienen que destinar tiempo y energía para explicar su “patrimonio”, en lugar de mostrarnos como pueden modificar esta realidad que a muchos nos tiene descontentos.
Estamos frente a una política que dejo de ser arte, para pasar a ser un compendio de porquerías, ataques, infundios, groserías y mucha guerra sucia.