Llegado de Francia, expulsado por la Segunda Guerra Mundial, con talento de pintor, aparece en las calles de Tijuana dibujando turistas por unos cuantos dólares: Ramón Soriano. Guapo, ojo azul y con el «charm» francés, se apoltronaba en una esquina de la avenida Revolución y cobraba caro el pintar a los transeúntes. Era una Tijuana pequeña de 30 mil habitantes, lo que hizo que pronto nos hiciéramos amigos y el tomo un  «nom de ger» que era Alex Duval. Con frecuencia íbamos a pescar o acudía a comer a casa de mi madre.

Cuando el Presidente Kennedy y su esposa Jackie llegan a México, Alex Duval se aproxima a la limosina descubierta en la que recorrían las calles de la ciudad y, hablando en francés y mostrando un cuadro, se lo entregó a la Sra. Kennedy (quien hubiera pensado que más tarde la vulnerabilidad del auto descapotable haría que en Dallas fuera asesinado el presidente Kennedy). La Sra. Kennedy invita a Alex a Washington, donde se convierte en uno de las estrellas del grupo de intelectuales y artistas que acudían con frecuencia a la Casa Blanca y que dieron por llamar Camelot, como el reino de los caballeros del rey Arturo.

Alex pinta cuadro tras cuadro de la élite de Washington. Más tarde muere Kennedy con el disparo artero de Lee H. Oswald desde la biblioteca de Dallas, y Alex regresa a México ya convertido en un artista internacional, ubicándose en la Zona Rosa de la Ciudad de México, donde se convierte también en el centro de interés de la élite mexicana. Es prácticamente imposible conseguir ser pintado en un cuadro suyo debido a la enorme demanda que había de su trabajo.

Acudo a visitarlo, y me recibe con la misma cordialidad de las ocasiones de pesca en Tijuana. Le pido lo imposible: un cuadro de cada una de mis hijas. Sin dudarlo, Alex me dice que sí y eventualmente se vuelve realidad su generosidad con dos preciosos cuadros que adornan las paredes de mi casa.

Alex muere, y su recuerdo se desvanece, pero no en aquellos que conocimos al elegante pintor de las calles de Tijuana.

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