Hoy en la noche, quizás, quede resuelta la candidatura a la presidencia del Partido Republicano de Estados Unidos. Si Trump sale triunfante de la elección primaria de New Hampshire por un margen de dos dígitos, es probable que se retire la única contendiente aún en la pelea, la exembajadora de Washington ante las Naciones Unidas. No le alcanzará el dinero para seguir adelante, incluso en su propio estado, Carolina del Sur, del cual fue gobernadora hace unos años. Ya sin rivales, Trump será coronado, aunque formalmente el partido del que se adueñó no lo ratifique hasta su convención en julio. Esta es una buena noticia para el presidente Biden, y en el fondo para México también, aunque parezca lo contrario.

Ilustración: Kathia Recio

Desde la óptica de la campaña de Biden, existen tres factores que le permitirán vencer a Trump si este es el otro candidato. El primero es que la Fed efectivamente comience a bajar las tasas de interés durante el primer semestre de este año, y de preferencia en el tercer o cuarto mes. Esto impacta indirectamente en hipotecas, tarjetas de crédito, préstamos automotrices, etc. Contribuiría a que la Bolsa siga subiendo, elevando así los ahorros de todos los norteamericanos con cuentas 401K. Se entiende, obviamente, que todo esto sucederá sin traer una recesión en 2024, que resultaría mortal para Biden.

En segundo lugar, la gente de Biden cree que con el paso de los meses, el buen estado objetivo de la economía —baja inflación, bajo desempleo, auge de la bolsa, el indicador más visible— se traducirá en una buena percepción subjetiva por parte del electorado. Hoy todavía una mayoría de los votantes estadunidenses considera que si bien su situación económica personal no es mala, la de los demás sí lo es, ya que Biden, según ellos, ha manejado mal la política económica del país. Pero su campaña espera que dentro de dos o tres meses se cerrará la brecha entre lo que sienten los ciudadanos y lo que realmente existe. Como muestra de este cambio, Paul Krugman subraya los dos meses consecutivos de un alza vigorosa del índice de perspectivas de consumo de la Universidad de Michigan.

En tercer lugar, y tal vez de manera dominante, se encuentra el factor Trump. La tesis es sencilla. Por ahora, los votantes potenciales, es decir, aquellos que figuran en las muestras de las encuestas, aún albergan dudas o esperanzas de que no se verán obligados a optar entre Trump y Biden. Todos especulan que alguien sustituirá a Trump o a Biden, que el primero irá a la cárcel, que el segundo se enfermará, que habrá un tercero en discordia (Robert Kennedy o Joe Manchin), que la Virgen de Guadalupe cruzará el Río Bravo y salvará a Estados Unidos de la inminente pesadilla de una contienda entre dos ancianos.

En cuanto los indecisos y algunos republicanos, y sobre todo los afroamericanos, los jóvenes y los latinos, se percaten que sólo hay dos sopas, la expectativa es que se inclinarán por Biden. Sus partidarios se apoyan en la lógica implacable del voto útil y del voto en contra. Buscan hacer de la elección de noviembre un plebiscito sobre Trump, no sobre Biden, ni sobre los méritos respectivos de ambos aspirantes. Confían en algo altamente probable: cuando el votante frente a la urna compruebe que la única alternativa ante Trump es Biden, sufragará por él, aunque fuera tapándose la nariz. Un poco lo que sucedió en México con mucha gente en el año 2000, cuando algunos —casi dos millones— de electores mexicanos de izquierda concluyeron que la única opción frente a la permanencia del PRI en Los Pinos era Fox.

Kennedy o Manchin podrían alterar esta percepción durante un tiempo. Pero el segundo ya se ha tardado, y el primero enfrenta severos obstáculos para figurar en la boleta en las cincuenta entidades de la unión (las elecciones allá las organizan los estados). El último candidato independiente en lograr un número respetable de votos fue Ross Perot en 1992. Al igual que en México, un voto por un tercero en discordia es un voto tirado a la basura.

Desde esta perspectiva, a partir de mañana los electores norteamericanos se verán obligados a perder las ilusiones (o a hacerse pendejos) y deberán enfrentar la triste y cruda realidad. Es Biden o Trump, y el segundo, ya sin filtros, ni límites, ni colaboradores adultos, es el caos. No sé si todo esto resulte cierto, pero suena lógico. Ojalá.

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