Olvidados en la nueva realidad, los virus no se han olvidado de nosotros. Siguen presentes y la temporada de bajas temperaturas como la que apenas ha iniciado, debe hacernos recordar los hábitos que ya habíamos aprendido durante los difíciles años de la pandemia.

El uso del cubrebocas parece ser la única medida de prevención que seguimos utilizando para evitar contagios; sin embargo, es evidente que su uso ha perdido rigor y hemos regresado al pasado: acudir resfriados a la oficina o a la escuela, estornudar casi enfrente de otras personas y no procurar mantener las manos desinfectadas. Ocurre en espacios abiertos, cerrados y en el transporte público. Pareciera que no aprendimos, ni vivimos, nada que nos haga reflexionar al respecto.

Las cifras, sin embargo, sobre enfermedades respiratorias y una probable racha de covid estacional dejan claro que debemos cuidarnos para cuidar a los demás. Aún vacunados, somos propensos a enfermar y, al descuidarnos, complicamos padecimientos hasta volverlos un riesgo permanente o una consecuencia fatal. No tendríamos por qué repetir errores, pero lo hacemos.

No nos dejemos engañar tampoco por las fechas de alegría y celebración, esta es la temporada de mayor vulnerabilidad infecciosa del año. Proteger a niñas y niños, adultas y adultos mayores, es una obligación; lo mismo que ver por nuestra propia salud.

Aprender de estas omisiones, particularmente las colectivas, es un proceso que se nos complica la mayoría de las veces. Una sociedad inteligente toma precauciones y actúa con prevención, para evitar sorpresas desagradables. Pero, mirar lo que sucede en nuestras calles deja sentimientos encontrados.

Este es el año en el que apenas regresamos a una nueva normalidad y pudimos vivir con cierta despreocupación, al recuperarse los encuentros masivos y aligerarse las disposiciones del control sanitario que ya eran una norma social. Nadie quiere vivir con demasiadas restricciones, pero asumir que estamos en un cambio generalizado de las condiciones del clima en el planeta, debe hacernos conscientes de que en cualquier momento puede surgir una emergencia de salud.

La sola mención de que en Asia y en Europa se habían registrado aumentos inusuales de casos de neumonía infantil prendió las alertas de muchas sociedades, hasta que se aclaró que no era provocado por ningún agente patógeno desconocido y podía tratarse con diferentes medicamentos. Por el comportamiento durante algunas horas de los mercados de valores y de las organizaciones internacionales de salud, no fue solo una falsa alarma, a pesar de que en poco tiempo todo regresó a eso que ahora podemos llamar normalidad.

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