Recuerdo con emoción y gratitud que, cuando tenía 6 años y vivía en un edificio en la Calzada de la Piedad de la Ciudad de México (hoy Avenida Cuauhtémoc), llegó la Navidad, mi familia no es católica. Por lo tanto, yo no podría recibir regalos. Sin embargo, el día 25, los niños de la azotea, los hijos de las sirvientas, lo más pobres del edificio, de los juguetes y regalos recibidos por cada uno de ellos, separaron para mí un trompo, un yoyo y un balero. Esto hizo que esa Navidad fuera especialmente hermosa y desde entonces recuerdo con lágrimas esa dulce noche blanca.

Recibí una lección de generosidad y dulce cariño de aquellos que menos tenían. Fue una lección de por vida que dejó una huella imborrable, que hace que lágrimas acudan a mis ojos en ese recuerdo.

Le pidieron a Irving Berlín, un músico famoso de Nueva York, que escribiera una canción de Navidad. Él tampoco era católico, era judío y sin embargo, se puso a escribir la hermosísima melodía que denominó “Blanca Navidad”. Esta es símbolo y perenne recuerdo de estos maravillosos días de diciembre.

La música, los cánticos, las posadas, los árboles, Santa Claus, los renos crean una atmósfera de bondad y amor al prójimo que enternece y hace sentir ganas de dar y recibir amor.

“Noche de paz, noche de amor, todo duerme alrededor…”

Claro que se ha comercializado y los comerciantes venden en un solo mes más que tres meses normales. Claro que iluminan sus aparadores con bellas decoraciones y que el frío que empieza a sentirse permite estar ante chimeneas y hogueras viendo crepitar el fuego mientras nuestros pensamientos se van hacia los seres queridos y las esperanzas deseadas. Se reciben y se dan regalos, abrazos, se come pavo en familia y todo gira alrededor del amor al prójimo.

¿No sería posible que todo el año se mantuviera este espíritu? Bueno, roguemos que cunda en adelante y que aquellos niños que no podrán recibir regalos, encuentren en la generosidad de otros niños lo que yo encontré.

Gracias a Pancho, a Luis, a Martha, a Alfredo, a La Güera, a Jorge, cuyos nombres nunca olvidaré por el dulce regalo.

Bendito sean…

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