Para mis invisibles,

con visible admiración.

Demostrar un argumento desde la ignorancia puede ser más contundente que desde el conocimiento. Todo empezó en el diálogo con un grupo de amigos donde el tema musical suele ser un territorio en el que, salvo yo, los otros se desenvuelven con afinada erudición. Mencionan nombres y anécdotas que desde el lado acústico me parecen episodios áridos, a menos que les encuentre un ángulo capaz de brincar más allá del pentagrama. Ese fue el caso cuando citaron a un personaje inédito y de quien me limité a decir «Kiko, ¿quién?».

El éxito suele tener varios rostros, uno visible, otros que permanecen en la sombra, sin los brillos de la fama. Por cada Luis Miguel existe un Kiko Cibrián, un talentoso guitarrista, compositor y productor musical. Y luego apareció el elefante en la habitación; empecé a ver videos donde «El Sol» se pasea por el escenario mientras los fanáticos enloquecen y ahí, detrás de él, en la penumbra, Kiko Cibrián. Una y otra vez una mancuerna que la multitud no identifica, salvo por algún video donde explícitamente se manifiesta su simbiosis. El caso de Cibrián no es único, ahí está el talento de Edgar Barrera y sus colaboraciones con luminarias como Ariana Grande, Madonna, Shakira, Maluma, Christian Nodal y más. ¿Qué decir de Eduardo Magallanes con Juan Gabriel?

De los menesteres rítmicos pasamos a la construcción, donde es común hablar de arquitectos premiados por obras que quitan el aliento y sobrecogen a sus visitantes. Inclusive hay un galardón internacional de arquitectura, el Pritzker, equivalente al Nobel. Es común que en algunas construcciones exista una placa con la firma del arquitecto, lo que en buena medida eleva el valor de la obra. Ahí también están los invisibles, aquellos albañiles, maestros de obra, ingenieros y más, sin cuya participación el trazo de un talentoso artista de los espacios se quedaría en el papel. Los invisibles existen para materializar las ideas.

En el plano literario muchos escritores se han pulido en el esmeril de un buen editor, ese invisible que no es evidente en el texto, sin cuya mano muchas letras naufragarían. En estas páginas le han llamado «El fantasma necesario», ese «héroe secreto que convierte un estimulante enredo de palabras en un clásico». Amigo, asesor, psicólogo, el editor vive detrás del nombre de la portada. Es común que hablemos de J.K. Rowling, aunque no de Barry Cunningham. De Ray Bradbury, pero no de Donald Wollheim. ¿Habría entrado Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa sin la brillante labor de su traductor al francés, Albert Bensoussan (quien dijo con humildad: «Mi única contribución es permitirle ser leído por los franceses»)?

En el ámbito empresarial suele ser poco común que se reconozca el éxito gracias a la aportación de los colaboradores. Las medallas suelen caer en los cuellos blancos, no en los overoles. Steve Jobs captó la admiración del mundo, pero un mundo de invisibles captó la admiración de él, y juntos hicieron prodigios. Apple fue el sueño de un hombre con el trabajo de incontables talentosos que dieron, desde el anonimato, forma a la locura.

El mundo recuerda las siete medallas de oro de Mark Spitz, muy pocos son capaces de nombrar a su invisible entrenador: James «Doc» Counsilman, quien ayudó al nadador a mejorar su técnica, a entrenar la mente a la par del cuerpo, a tener una estrategia más allá de «nadar rápido». Y todos sabemos que Armstrong, Aldrin y Collins llegaron por vez primera a la Luna, pero casi nadie habla de Wernher von Braun, experto en cohetes, sin cuyo decisivo aporte el Apolo 11 no habría llegado lejos.

Destino irónico, oxímoron tal vez, los invisibles visibilizan. Aunque no es evidente para la mayoría, que suele seguir los reflectores, hay alguien que sí capta un acorde que, en perfecta armonía, enmarca una voz, ese arreglo sutil que hace inolvidable un concierto. Alguien que, al mirar el edificio, ve detrás de ese enorme claro una secreta estructura de acero que más que soportar un piso, sostiene los anhelos del arquitecto. El mundo necesita a los invisibles, seres que aceptan el gozo de la sombra, aquellos que no regatean el mérito final ni aspiran al gran premio, quienes saben que haber cumplido con pasión es la parte más visible de su ser etéreo.

@eduardo_caccia

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