Ante cualquier acontecimiento internacional trascendente, resulta inevitable tratar de elaborar una especie de marcador o tablero que reseñe las posiciones de los distintos países de una región u organización heterogénea. Es el caso de las posturas recién expuestas por algunos de los gobiernos latinoamericanos ante el ataque de Hamas a Israel y, más adelante, a propósito de la respuesta israelí. Algunas naciones, lógicamente, ven evolucionar sus definiciones conforme pasa el tiempo y la situación cambia. Veamos.

El diario Reforma de México ofreció una primera clasificación parcial. En la categoría de quienes apoyan a Hamas puso a Venezuela, aunque claramente habría que agregar a Cuba y Nicaragua (aunque en rigor hasta ahora ninguno de esos gobiernos ha apoyado expresamente a Hamas, sino a la causa palestina). Entre los gobiernos neutrales incluyó a México, Brasil, y Bolivia, mientras que del lado de Israel incluyó a Argentina, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay.

El criterio utilizado en este primer análisis parece ser el de una condena a Hamas como factor de apoyo a Israel; un llamado a la paz, o una condena a la violencia en general, o una crítica a ambos bandos, equivale a una posición de neutralidad; y el apoyo a Hamas proviene, por ejemplo, de la declaración del dictador venezolano, Nicolás Maduro. Este último sostuvo que Israel está perpetrando un “genocidio” en Gaza, después de haber afirmado que Jesucristo fue un “niño palestino, condenado injustamente por el imperio español”. Asimismo, tanto el dictador cubano Miguel Díaz-Canel, como el nicaragüense Daniel Ortega, apoyaron al pueblo palestino y recordaron las “atrocidades” cometidas por Israel contra los palestinos desde 1948. La Habana consideró que la violencia es “consecuencia de 75 años de permanente violación de los derechos inalienables del pueblo palestino y de la política agresiva y expansionista de Israel”. Ortega se “solidarizó” con la causa palestina. Ambos, en cambio, se abstuvieron de condenar el ataque de Hamas a los cientos de civiles israelíes, incluyendo mujeres, niños y bebés, ni la lluvia de misiles disparados desde Gaza contra objetivos de escaso interés militar.

Los países con una posición intermedia recurrieron a matices, equilibrios o francas cantinfladas para diseñar una posición intermedia. Argentina, donde habita la mayor comunidad judía de América Latina, primero condenó claramente la agresión de Hamas. En voz del presidente Alberto Fernández: “Expreso mi enérgica condena y repudio brutal al ataque terrorista perpetrado por Hamas desde la Franja de Gaza contra el Estado de Israel. Reciba el pueblo de Israel toda la solidaridad de este presidente y del pueblo argentino”. No obstante, la Cancillería posteriormente condenó las operaciones de Israel en Gaza, pero la definición inicial fue clara. Sigue vivo el recuerdo de la masacre de la AMIA de 1994, perpetrada por agentes iraníes contra la comunidad judía de Buenos Aires.

En Chile, que alberga la comunidad palestina más numerosa del mundo fuera de Medio Oriente, el presidente Gabriel Boric también fue categórico, aunque tardío. Después de que su ministro de Relaciones Exteriores fuera criticado por el embajador de Israel en Santiago por haber colocado en pie de igualdad a su Gobierno y a los terroristas de Hamas, Boric corrigió el rumbo. En cambio, Gustavo Petro, de Colombia, no se explayó en los cruentos ataques de Hamas , casi equiparando la situación en Gaza a la del campo de exterminio de Auschwitz. En los hechos se distanció de su propia Cancillería, provocando la ira del Consejo Mundial Judío y de la comunidad judía de Bogotá. A lo más que llegó fue a minimizar hasta un punto vergonzoso los ataques de Hamas y los de toda la vida de Israel “contra el pueblo palestino”.

Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, cuya postura se antoja interesante por ser de ascendencia palestina, fue fiel a su propia estridencia. Afirmó que lo “mejor es que los de Hamas desaparezcan”, y los trató de “animales”. Quizás, con Uruguay y Perú, fue el menos proclive a cualquier apoyo a Hamás en toda la región. México, país natal de Cantinflas y cuyo presidente se desinteresa por completo de los asuntos internacionales, presentó de nuevo dos definiciones, al igual que en el caso de la invasión rusa de Ucrania. La Secretaría de Relaciones Exteriores lamentó el ataque de Hamas, en términos quizás tibios pero explícitos. Sin embargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador exaltó la “neutralidad” mexicana al día siguiente. Suscitó el rechazo de la Embajada de Israel en México, pero mantuvo su idea de “no tomar partido”, refugiándose en lo que he llamado la Doctrina Miss Universo: “Estamos a favor de la paz”. Insiste López Obrador que México es un país pacifista, lo cual no cuadra demasiado bien ni con la violencia de la Revolución Mexicana hace más de un siglo, con la guerra contra el narco declarada hace casi 17 años y que ha dejado decenas de miles de víctimas o con la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial. En los hechos, el Gobierno de López Obrador se acerca mucho a la posición de culpar a ambas partes de la violencia, aunque sus simpatías profundas parecieran encontrarse del lado de los palestinos.

Sucede más o menos lo mismo con Brasil, país crucial en esta tragedia, no solo por sus dimensiones sino porque preside este mes el Consejo de Seguridad de la ONU. El presidente Luiz Inacio Lula da Silva repudió todos los actos de violencia, condenó el terrorismo, pero se negó a nombrar explícitamente a Hamas. Convocó a una reunión urgente del Consejo de Seguridad, pero no hubo una condena unánime a Hamas. El embajador de Israel en Brasil manifestó su deseo de que Brasil fuera más claro y firme en su definición, evitando el uso de la palabra “pero”.

Resulta entonces que incluso en los momentos iniciales del ataque contra Israel, este país no las traía todas consigo en América Latina. Por razones ideológicas, geopolíticas y hasta étnicas o religiosas, incluso los actos de extrema violencia y crueldad no generaron una fuerte corriente de simpatía por Israel en la región. Con el paso del tiempo, los crecientes excesos de sus Fuerzas de Defensa en Gaza, sobre todo de producirse una invasión terrestre a ese territorio, generarán más rechazo en varios países latinoamericanos. Parte provendrá de la inclinación de izquierda de varios gobiernos del hemisferio. Otra parte se originará en el antiamericanismo proverbial de sectores significativos de las sociedades latinoamericanas. Y un gajo importante del escepticismo regional frente al Gobierno israelí y de la tolerancia por Hamas serán motivadas por la soberbia y el cinismo del gobierno de Benjamín Netanyahu. Buscó perpetuar un statu quo inaceptable y, como hemos visto, insostenible.

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