El ingeniero Luna es dueño de varias gasolineras en la ciudad. Se las ingenia para vender a muy buen precio, sus estaciones de servicio están atiborradas de automovilistas que ahorran unos pesos a cambio de tener paciencia. Eso de «se las ingenia» quiere decir que compra combustible de dudosa procedencia, a un precio muy atractivo. Uno de sus despachadores es Toño, quien, coludido con sus compañeros, el Chueco y el contador García, alteran los registros de las máquinas y se embolsan un dinerito extra, sin que sepa el ingeniero, por supuesto.

Karen es cliente de esa estación. No sabe que por cada litro que paga, recibe 920 mililitros. Ella es directora de compras en una famosa constructora. Sus recientes vacaciones a Europa se las pagó uno de los proveedores que ella sigilosamente favorece, a pesar de que presume su transparencia y dice que hace licitaciones. Gonzalo es hijo de Karen. El domingo pasado corrió el maratón de la Ciudad de México, bueno, medio corrió. En realidad, aunque registró un gran tiempo de 3 horas y 5 minutos, lo que hizo fue ahorrarse unos kilómetros, saliendo de la ruta y cruzando por el Parque España. Junto a él venía Javier, quien, con un tiempo similar, corría a nombre de Sara, su novia, a quien le quedará un buen registro que le permitirá clasificar al maratón de Boston, su sueño.

Ese domingo del maratón, por la tarde, Serapio, policía vial, detuvo el carro de Gonzalo. Le comentó que no traer placa delantera ameritaba llevarse la unidad a los separos. Esa sanción no existe, pero Gonzalo no lo sabe. Luego de un «usted verá», por parte del uniformado, nuestro corredor estrella deslizó un billete de 200 pesos al oficial y se retiró mentando madres, «¡pinche gobierno corrupto!». Al día siguiente, Serapio se enteró que el licenciado Ramos, el gestor que le está tramitando (a él y a otras personas) un crédito en el Infonavit, está prófugo. Va a perder 3 meses de aportaciones y otro guardadito que tenía.

El Lic. Ramos vive ahora en otra ciudad. Sabe que, aunque lo demanden, no le harán nada en un país con tanta impunidad. Ya cambió su identidad, ahora es Pérez, inmejorable apelativo para pasar desapercibido. Se ha sentido mal últimamente. Por azares del destino llegó con el doctor Almanza, quien luego de varios estudios y consultas, le extirpó la vesícula, sin que realmente lo necesitara; el galeno cumplió así su cuota de cirugías con la clínica del convenio. El hijo del doctor Almanza, Lucio, le puso gasolina adulterada a su auto de lujo, que ahora cascabelea y no tiene potencia. En el taller le dijeron que repararlo costará 80 mil pesos. Lucio va a preguntar en otros talleres, dice que hay unos muy transas y más vale tener más diagnósticos.

De toda esta trama, no te creas nada. Bueno sí; es cierto que sorprendieron a varios competidores del maratón haciendo trampa, recortando el recorrido y suplantando competidores para favorecer registros. El resto es invención mía. Quédate tranquilo(a), sólo en la ficción puede haber este entramado de embustes, en un país donde la gran mayoría de sus ciudadanos claman por un gobierno incorrupto, por un país sin criminalidad y en paz.

Nunca será suficiente recordar la obra del doctor José Guillermo Zúñiga Zárate, en el que debería ser libro de texto nacional: Las hazañas bribonas: cultura de la ilegalidad, donde plantea el arraigo cultural que la trampa tiene en nuestro país y desmenuza las condiciones de una hazaña bribona: Oportunidad («aquí, por el parque me ahorraré 15 kilómetros), Sigilo («entre tantos corredores, nadie lo notará»), Oposición («hay inspectores y lectores de radiofrecuencia, diré que fallaron»), Emoción («¡qué buen tiempo, mijo, eres un campeón!»).

No está por demás continuar la ficción: Me cuentan que el ingeniero Luna seguirá los pasos de su hermana, la diputada Luna; se va a lanzar para presidente municipal de uno de los municipios más ricos. En su campaña prometerá acabar con la inseguridad y con la corrupción, males de un país donde los partidos opositores al gobierno se aliaron en un proceso inédito para elegir un candidato democrática y ciudadanamente, aunque luego, haciendo gala de su fétida naturaleza, echaron por la borda la legitimidad del proceso.

Moraleja: si corres un maratón, no hagas trampa.

@eduardo_caccia

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