Por fin los tres principales partidos de oposición se pusieron de acuerdo con los principales grupos de activistas de la sociedad civil para presentar un método con el propósito de seleccionar la candidatura a la Presidencia de la República contra Morena. Prefiero evitar el uso de eufemismos o de legalismos absurdos y llamar a las cosas por su nombre. La oposición se encontraba ante un dilema diabólico: o respetaba el espíritu de la ley electoral y no celebraba una contienda para escoger candidaturas sino hasta más adelante, dejándole todo el espacio a Morena y al gobierno; o bien entraba en la misma simulación que Morena, y creo que tomó la decisión correcta, aunque desde luego puede ser cuestionada por muchos.

Ilustración: Víctor Solís
Ilustración: Víctor Solís

De la misma manera que habrá muchos que cuestionarán los detalles o incluso la lógica del método. A mí me parece que encierra tres grandes virtudes que neutralizan o incluso aminoran los posibles pasivos que pudiera revestir. La primera virtud: amarra la alianza de la oposición. Una buena parte de la comentocracia que, siguiendo a Aguilar Camín, he denominado “el bando del arroz cocido”, se la ha pasado vaticinando el fracaso de la alianza. “Se van a dividir”, “el PRI va a traicionar; si no traiciona ahora, traicionará después”, “el PAN se va a ir con MC”, “Alito va a meter un candidato topo para sabotear todo el proceso”. En fin, una retahíla de pronósticos, hasta ahora todos fallidos. Se antoja muy difícil que después de tantos meses de negociación, de tantas horas de estudio y deliberación, de tanto anuncio y de tanto compromiso, la alianza en cuestión se vaya a romper. Nada es imposible en la política, pero me parece que es una hipótesis que conviene descartar.

Segunda virtud: el método tiene el mérito de existir. Había que cuadrar el círculo: encontrar algo aceptable para los partidos y algo aceptable para las organizaciones de la sociedad civil que, como las divisiones del Papa según Stalin, son pocas y débiles, pero sí ejercen a su manera un cierto veto. Lo ejercieron y lograron convencer a los partidos de aceptar varios aspectos que antes rechazaban. Sin entender del todo el detalle de cada aspecto, aventuro que esto incluye la mayoría ciudadana en el INE, la votación en urnas físicas y electrónicas al final del proceso, un número reducido y accesible de firmas y, hasta donde comprendo, la celebración de debates entre los aspirantes. No es poca cosa. Veremos si funciona o no, y obviamente no hay garantías de que sea el caso. Pero es lo que hay y, en todo caso, me parece enormemente preferible que exista este método a que no lo haya.

Tercera virtud: no da la impresión de tener dedicatoria. Si el método de Morena claramente favorece a la exjefa de Gobierno de la capital, este método no parece favorecer a ninguno de los aspirantes a priori. Puede darle ventaja a las candidaturas de partido vs. las que no lo son, por decir algo, a Beatriz Paredes por encima de José Ángel Gurría, que no se inscribe como priista; o a Santiago Creel vs. Xóchitl Gálvez, en caso que se le considere a ella como no panista. Pero incluso esta ventaja me parece discutible, en la medida en que tengo la sensación de que los partidos van a ayudar a todos los candidatos, con la posible excepción de Gustavo de Hoyos y de Demetrio Sodi, a conseguir las firmas. Si yo quisiera vislumbrar un desenlace de acuerdo con mis simpatías y preferencias, me gustaría que en la terna final quedarán Santiago Creel, Xóchitl Gálvez y Enrique de la Madrid, porque creo que los tres, cada uno a su manera, reúnen las condiciones para ser buenos candidatos y buenos presidentes. Pero me parece muy difícil vaticinar hoy: a) que ellos tres sean los finalistas y, b) cuál de ellos ganaría. Si esto es así, el método no tiene dedicatoria y ese es un gran mérito del método.

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