«Por lo general, nuestras leyes no son conocidas, sino que constituyen un secreto del pequeño grupo aristocrático que nos gobierna. Aunque estamos convencidos de que estas antiguas leyes se cumplen con exactitud, resulta en extremo mortificante verse regido por leyes para uno desconocidas.» Eso escribió Franz Kafka en su relato «La muralla china».

Aquí se trata de otra muralla, una bastante más lejana, la que está en Tijuana.

Pero esa mujer que en un fin de semana se acercó a la frontera con Estados Unidos acaso tampoco conoce nada las leyes que le impiden ver cara a cara al ser querido (¿un hijo?, ¿un hermano?) que no vemos del otro lado de la muralla.

Los signos de uno de los lados, el que vemos nosotros, y al que la mujer le da la espalda, no renuncian a la esperanza. Pero la contundencia del muro parece dejar poco margen.

El adjetivo «kafkiano» se gastó de tanto uso. Con todo, la política estadounidense consiguió darle nuevos sentidos a esa palabra.

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