La democracia es la votación entre dos lobos y un cordero para determinar cuál será el menú de la cena; es el peor sistema político que existe, con la única excepción de la tiranía absoluta, según Platón y el mismísimo Sócrates (en su momento, sin lugar a dudas, el ser humano más inteligente del mundo entero); y eso no es nada: la democracia es el sistema político que llevó descaradamente al poder a Hitler y a otros seres auténticamente monstruosos y que, por si fuera poco, asesinó tiránica e injustamente al propio Sócrates.

Así que, tomando en cuenta todo lo anterior, ¿cómo es posible que en la actualidad existan ilusos como un servidor que aún tienen el descaro de auto proclamarse en público como demócratas e incluso consideran a este sistema como «positivo»?

Bueno, intentaré defender mi postura lo menos mal que me sea posible. A groso modo, creo que existe una importante distinción entre dos conceptos similares: 1.- democracia y 2.- voluntad colectiva. Vamos por pasos: la voluntad colectiva es nada menos que la soberanía de un pueblo para hacerse responsable tanto de sí mismo como de las consecuencias de sus propias decisiones, lo que implica la «libertad» de éste de conducirse voluntariamente hacia la virtud y el progreso o hacia la decadencia y su propio retroceso según sea el caso.

No así la democracia: ésta, al menos desde la taxonomía específica que aquí propongo, implica sí, la voluntad del pueblo de decidir por sí mismo, pero única y exclusivamente cuando éste se conduce a voluntad hacia la virtud, el bien y su propio bienestar. Digamos entonces que la democracia es para la sociedad lo que la libertad es al individuo (o sea, la capacidad personal de elegir el bien de manera enteramente voluntaria, en contraposición con el libertinaje, que sería la capacidad personal de elegir el mal de manera igual y enteramente voluntaria), mientras que la capacidad amoral de un pueblo de decidir entre su prosperidad o su perdición (o sea, la voluntad colectiva, como ya se mencionaba), es a la sociedad lo que es el libre albedrío al individuo: la capacidad de hacer lo que se nos dé la gana, independientemente de que dichas acciones y decisiones sean positivas o negativas tanto para nosotros como para los nuestros.

En resumidas cuentas: 1.- la facultad de un pueblo de decidir por sí mismo (la voluntad colectiva) es equiparable al libre albedrío del individuo (puesto que por medio de la primera el pueblo elige a voluntad entre hacer el bien o hacer el mal); 2.- las malas decisiones colectivas (como, por ejemplo, el vergonzoso ascenso de Hitler al poder) son equiparables al libertinaje (la voluntaria decisión de perjudicarse a sí mismo y/o al prójimo); y 3.- la democracia, al menos desde mi punto de vista, es más bien equiparable a la libertad, esto es, a la voluntaria decisión de beneficiarme a mí mismo y al prójimo por medio de mis acciones y decisiones personales. 

De ahí la razón esencial de por qué democracia: porque el poder de un pueblo de autogobernarse y, por lo tanto, la voluntad colectiva de éste, es el mecanismo por antonomasia que precede y cimienta las bases imprescindibles para que, eventualmente, un pueblo pueda conducirse de manera libre y voluntaria hacia el bien y hacia la virtud individual y común, así como presente y futura.

Y el por qué de la democracia se debe además a que lo contrario a la voluntad colectiva es inevitablemente el totalitarismo paternalista, invasivo y codependiente tan característico de todo estatismo radical y autocracia absolutista, mismos que suelen evitar a toda costa y de manera sistemática que el individuo y los individuos (o sea, el pueblo) sean libres y, consecuentemente, se hagan responsables tanto de sí mismos como de sus buenas y/o malas decisiones personales y colectivas.

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