El típico jugador semileal con la democracia: cuando le conviene, acepta las instituciones políticas, cuando no, las repudia.

Desde hace ya varias décadas, me gusta seguir la política en Estados Unidos. Su régimen me parece fascinante por muchas razones. En particular, ha sido interesantísimo observar lo que ha pasado en ese país desde la presidencia de Bill Clinton (1993-2001). Por la Casa Blanca han pasado el propio ClintonBush hijo, ObamaTrump y, ahora, Biden.

Si algo he atestiguado a lo largo de más ya casi 30 años es el proceso de polarización política en nuestro vecino del norte. Cómo se ha perdido el centro y la migración de los votantes hacia los extremos. En este contexto, fue muy triste ver cómo una horda de extremistas azuzados por el entonces presidente Trump tomó el Capitolio con el fin de impedir la proclamación de Biden como presidente por parte del Congreso. En la larga historia de una de las primeras democracias liberales del mundo, nunca se había visto un intento de subversión de este tipo.

Hace dos años, la mayoría del electorado estadunidense recuperó la cordura y sacó a Trump de la Casa Blanca. Se demostraba, una vez más, que la democracia tenía el poder de corregir sus errores. Sin embargo, el magnate nunca aceptó el resultado y salió con el cuento que le hicieron fraude electoral. El típico jugador semileal con la democracia: cuando le conviene, acepta las instituciones políticas, cuando no, las repudia.

Por eso eran tan importantes las elecciones intermedias que se llevaron a cabo el martes en ese país. Se trataba de la primera prueba de fuego para volver a medir la fuerza de Trump y el trumpismo. La buena noticia es que perdió el primero. La mala es que sobrevive con fuerza el segundo.

¿A qué me refiero?

El martes se esperaba una victoria arrasadora del Partido Republicano, liderado por Donald Trump. Las apuestas le daban un 90% de probabilidad a este partido de arrebatarle la Cámara de Representantes a los demócratas y 65% en el Senado. El Congreso se pintaría de rojo (el color de los republicanos). El presidente Biden se convertiría en un “pato cojo” sin posibilidad de gobernar el país.

Al momento de escribir este artículo, todavía no se tienen los resultados finales. Sin embargo, todo indica que los republicanos efectivamente se quedaron con la mayoría en la Cámara de Representantes. La sorpresa ha sido el Senado donde los demócratas están más cerca de retener esa Cámara.

No hubo ola roja. Trump no resultó ser la máquina electoral que transformaría el panorama político estadunidense en los dos años restantes del cuatrienio de Biden. No está muerto (los únicos muertos en la política son los que están a tres metros bajo tierra), pero sí herido. Han bajado sus momios para convertirse en el candidato presidencial de los republicanos en 2024.

Y han subido los momios de Ron DeSantis, gobernador de Florida, quien el martes ganó de manera contundente su reelección conjugando una coalición amplia de votantes. Al parecer, los republicanos ya están en el ánimo de dejar atrás a Trump, pero no al trumpismo, esa ideología ultra conservadora con claros tintes xenófobos y racistas.

Hoy, el Partido Republicano es fundamentalmente trumpista desde el punto de vista ideológico. La pregunta es si políticos como DeSantis o Greg Abbott, gobernador de Texas, no sólo comparten la agenda más extremista de Trump, sino que también, como el expresidente, una actitud desleal con la democracia.

La pregunta no es ociosa. En lo personal, me parecen aberrantes las ideas del republicanismo trumpista actual. Pero una cosa es eso y otra muy diferente es que crucen la línea hacia la ilegalidad y estén dispuestos a subvertir el régimen democrático-liberal. Si DeSantis es candidato presidencial republicano y pierde la elección en 2024, ¿aceptaría el resultado? ¿Mandaría a sus loquitos a tomar el Capitolio para impedir la proclamación del ganador?

Lo único que sí parece predecible es que la polarización política continuará en Estados Unidos. Es un país muy dividido. Y esto complicará la gobernabilidad en esa nación, que es tan importante para nosotros, los mexicanos.

 

                Twitter: @leozuckermann

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