Si bien no todos vivimos en ciudades, una de las formas para mejorar la calidad de vida es vivir mejor la ciudad (y no nada más vivir en la ciudad)

 

Los mapas de las preferencias electorales en las zonas urbanas suelen usarse para conjeturas diversas. En su forma más absurda hay quienes pintan fronteras al estilo Muro de Berlín. Esta visión clasista ha encontrado adeptos en un entorno alimentado por el discurso presidencial que insiste en polarizar como medio para impulsar su proyecto político.

Pensando en la ciudad como espacio de convivencia por excelencia, encontramos zonas urbanas divididas por su carácter ideológico y religioso. No se me ocurre un mejor ejemplo que la zona del barrio antiguo en Jerusalem, donde convergen judíos, católicos y musulmanes, en una tensión y policromía fantásticas para el ojo del visitante. Empero, la división no necesita ser ideológica, el mercado tiene una forma para aglutinar lo homogéneo. El precio es (desafortunadamente) uno de los mecanismos de inclusión o expulsión en las urbes.

Si bien no todos vivimos en ciudades, una de las formas para mejorar la calidad de vida es vivir mejor la ciudad (a diferencia de nada más vivir en la ciudad). Nuestra forma de habitar la urbe es sintomática del tipo de comunidad que somos capaces de crear (o destruir), también es una consecuencia del progreso económico y claro, de la seguridad o inseguridad. El fenómeno de reclusión detrás de murallas y barreras de vigilancia no es exclusivo de ningún estrato social en México. Todos, en función de las distintas capacidades, hemos tenido que regresar al mundo medieval de la ciudad amurallada.

Richard Sennett, el sociólogo y filósofo, habla del impulso que vive el mundo por deshacerse de lo extranjero. Ahí pone al Brexit y a Trump, como ejemplos de una tendencia fascista que no es exclusiva de un movimiento político. Luego de escuchar una disertación de Sennett, me queda claro que las ciudades, no sólo los ciudadanos, enferman de fascismo. Este académico de la London School of Economics conceptualiza dos tipos de ciudad, la abierta y la cerrada. La primera es aquella en donde el uso de espacios y las políticas públicas facilitan la convivencia entre personas diferentes, por ideología o estrato social. Pensemos en un tianguis mexicano, su riqueza se da por la diversidad, por la cohabitación ordenada (aunque parezca un caos) de las personas que ahí convergen y la expectativa de encontrar lo inesperado.

Una ciudad abierta resiste al fascismo, dice Sennett, precisamente porque es porosa, opera como una frontera de cruces, no como una barrera infranqueable. La disposición física de una ciudad y de una vecindad es también un remedio contra las ideologías cerradas. Sennett exhibe imágenes de Nehru Place, en Delhi, donde musulmanes e indios cohabitan y comercian pacíficamente, se ven como recurso, no como amenaza. El impulso de rechazar al otro es bajo. Una forma de ver a las clases medias en México, no como amenaza sino como recurso para solidariamente ayudar a sacar a compatriotas de la pobreza, sería orquestando espacios citadinos que faciliten la convivencia. Los lugares homogéneos, como los fraccionamientos residenciales que son claustros, acumulan tensión social, se convierten en lo que Sennett llama ciudades cerradas, que inhiben la mezcla y la sinergia entre dispares.

Los barrios tienen la vitalidad y la magia por la gran interconexión que hay entre sus habitantes y los visitantes. Subir en el escalafón social en México es también, tristemente, una forma de olvidar este tipo de vivencia, que luego recuperamos cuando visitamos un pueblo mágico o una de las zonas con encanto de nuestra propia ciudad. Para muchas personas de mi generación, la convivencia infantil en la calle es un recuerdo que ningún club social o deportivo pueden lograr hoy.

La urbanista teórica y activista social Jane Jacobs dijo: «Las ciudades tienen la capacidad de proveer algo para todos, solo porque, y solo cuando, son creadas para todo el mundo». Apoyemos a los políticos que impulsan la diversidad urbana, no la separación, políticos que se asesoren de urbanistas, sociólogos, antropólogos y arquitectos para crear valor público en la comunidad. Sabremos que tenemos un mejor país no cuando tengamos una mejor casa o un mejor auto, sino cuando tengamos una ciudad más diversa y vivible.

Una buena ciudad no se equivoca, la calidad de vida se conjuga en plural.

@eduardo_caccia

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