Espero que algún día alguien escriba un libro sobre lo que está pasando en Michoacán desde hace varios años. Me temo que utilizaré un cliché pero, ahí, la realidad ha superado a la ficción. Hoy se añade un nuevo capítulo donde se combina el terror con lo chusco. No tengo otra forma de definir la actitud picaresca del señor Isidro García Martínez.

Cuento la historia a partir de los reportes que han aparecido en la prensa.

El güero, como le dicen, vende hamburguesas y perros calientes debajo de un puente en Uruapan. Es un puesto para trasnochados. Su jornada comienza a las 10 pm y termina a las 6 am. El jueves pasado, mientras vendía sus alimentos, nueve cadáveres fueron colgados arriba de su changarro. “En realidad, para mí fue muy poco lo que me tocó ver, porque simplemente yo estoy en mis labores, en mi trabajo”, confesó Isidro.

Con su mandil puesto, siguió despachando. “Estaba trabajando (…) cayó uno primero como si lo hubieran atropellado o algo así y nomás volteé a la derecha, donde oí el ruido, y vi que estaba uno tirado y me volteé para acá y me enfoqué, ya al rato vi que había un colgadero”.

Isidro “no sintió miedo ni nervios ante la escena del multihomicidio, pues resaltó que en su infancia fue víctima de violencia y no es algo que le impresione”.

Con orgullo,El güero concluye: “A cada rato me dicen: ‘Fíjate pa’rriba’. Uno no está aquí por gusto, sino por la necesidad de mantener una familia. Como padre de familia me siento orgulloso, porque he podido sacarla adelante con mi esfuerzo, mi dedicación, todo honesto, limpio y bonito”.

A lo que hemos llegado. Gil Gamés se preguntaría, con toda razón, si no estamos locos.

Vaya que lo estamos. Es la costumbre a la maldita violencia. “–Pásele joven, ¿qué le doy, una hamburguesa o un hot dog? (…) –Oiga, pero aquí arriba hay nueve personas colgadas en el puente; como que no se antoja comer (…) –Usted ni los vea; así es aquí en Uruapan; al rato se los llevan; le recomiendo una doble con tocino; está muy buena, se va a chupar los dedos”.

Recuerdo, todavía, el gran alboroto que se hizo en septiembre de 2006 cuando un grupo de hombres armados entró a un bar ahí mismo, en Uruapan, y dejó cinco cabezas humanas sobre la pista de baile como si fueran bolas de boliche. En aquel entonces, se terminó la fiesta en el Sol y Sombra (así se llamaba el antro) y se armó un escándalo en todo el país. ¿Cómo era posible que esto sucediera, con toda impunidad, en una ciudad a escasos 400 kilómetros de la capital?

Meses después, Felipe Calderón tomaría posesión como Presidente. Cuentan las crónicas que el entonces gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, le solicitaría ayuda para resolver la creciente violencia en ese estado. Calderón, quien le declararía la guerra al crimen organizado, ordenó el primer operativo de las fuerzas armadas precisamente en Michoacán. Tuvo éxito, pero el cáncer regresó pronto. Vinieron más y más operativos en ese estado. Con el presidente Peña hasta nombraron a un comisionado que se convirtió en el gobernador de facto. Otra vez se apaciguaron las cosas, pero el cáncer de la violencia regresó. Hoy, según me dice Alejandro Hope, el índice de homicidios por cada cien mil habitantes en Michoacán está en su peor nivel en dos décadas. La violencia no para. El último episodio fue el de los cadáveres colgados en el puente cual piñatas.

El otro día, le pregunté al fiscal general de Michoacán, Adrián López Solís, si sabía si alguien había sido procesado judicialmente por el caso de las cinco cabezas que aventaron en un bar en 2006. Me dijo que no sabía porque él apenas estaba entrando.

Desconozco, entonces, si se hizo o no justicia con ese caso que tanto conmovió a la opinión pública nacional. Sospecho que no. Y he ahí el eterno problema que tenemos en México: mientras no se castigue a los criminales, éstos seguirán operando con toda impunidad y con mayor violencia.

López Solís ya abrió las investigaciones de los nueve colgados que son parte de una matazón mayor de 16 hombres y 3 mujeres. Todo indica que se trata de una disputa entre grupos del crimen organizado. No sé si la fiscalía michoacana tenga la fuerza y los recursos para resolver este caso. Lo que sé es que, si una vez más quedan impunes este tipo de casos, continuará regresando, cada vez con mayor virulencia, la violencia en Michoacán. Y, mientras tanto, El güero seguirá vendiendo sus hamburguesas como si nada hubiera pasado.

 

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