De acuerdo con varios estudios científicos, las neuronas pueden reproducirse y estimularse de diferentes maneras a cualquier edad. Ya quedó comprobado que no llegamos al mundo con un número finito de estas células y también que pueden generarse nuevas dependiendo de la actividad cerebral que llevemos a cabo. Es la misma relación que ocurre con el ejercicio físico: entre más practicamos, más músculo (y materia gris) desarrollamos.
Sin embargo, existen dos ejercicios que hacen que cierto tipo de células cerebrales crezcan y se reproduzcan: la imaginación y los sueños conscientes. Es decir, cuando lanzamos la mirada al cielo y comenzamos a divagar, no necesariamente estamos perdiendo el tiempo.
Una corriente de la meditación, muy popular en años recientes, incentiva el que nos concentremos en el presente (“mindfulness”) para aprovechar toda nuestra concentración justo en la tarea que estamos desempeñando en el momento, lo que permitirá que nuestra capacidad completa se vuelque en ella y logre el mejor resultado posible.
Otros métodos comprobados por la ciencia sugieren que repitamos diferentes acciones desde temprano para establecer nuevos hábitos que nos permitan un rendimiento óptimo en cualquier actividad que hagamos a lo largo del día, incluyendo las afectivas. Procrastinar es una práctica condenable, cuyo refrán ilustrativo “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, se convirtió en un consejo global de madres y padres en todo el mundo.
No obstante, varios de los grandes pensadores de la Humanidad han ejercido la divagación como una forma de generar ideas y afinar teorías. El más famoso, Aristóteles, con el “peripatetismo”, una corriente filosófica que recomendaba caminar sin rumbo para reflexionar sobre la vida. Otros, como Einstein y Oppenheimer, paseaban al aire libre buscando soluciones a los complejos problemas de la física. Arquímedes salió corriendo de una tina cuando comprendió cómo calcular el volumen y la densidad, lo que dio paso a la invención de los barcos actuales.
Tal vez, lo que realmente detona las neuronas son los espacios en los que podemos liberar la mente sin preocupaciones y con amplias facilidades para concentrarnos. La regadera, por ejemplo, ha sido una fuente de grandes ideas, tanto artísticas como científicas, y muchas personas encuentran alivio a sus angustias cuando pueden tomarse un tiempo breve fuera de la oficina o en contacto con la naturaleza.
El cerebro lo agradece, según los científicos, porque esa paz hace que varios circuitos cerebrales se conecten de diferente manera y completen el sistema con las nuevas neuronas que contienen ese pensamiento que hacía falta para una idea que resuelva el conflicto.
Recientemente estrenaron la segunda parte de una popular película para niños (que nos ayudaría mucho a los adultos) acerca de las emociones y cómo éstas estructuran el cerebro humano. La recomiendo ampliamente si queremos entender nuestros pensamientos y nuestras reacciones; la mente es un mundo complejo, pero eso no quiere decir que no podamos transformarla en un sitio cada vez mejor. Es probable que nunca podamos descubrir todos los misterios del cerebro; no obstante, ya sabemos esto: si lo nutrimos bien, lo educamos correctamente y lo dejamos libre, sus posibilidades son casi infinitas.
Así que, por recomendación científica (y puede ser también médica) soñemos despiertos, caminemos divagando sobre todo lo que la vida ofrece y amueblemos bien esa enorme herramienta que nos hace únicos: la mente.