“Hola, Don Héctor”, llamé por teléfono a mi amigo Don Héctor Lutteroth. “Hola, ¿qué se te ofrece, Pepito?”, responde. “Don Héctor, usted es el presidente del consejo de Baja California del banco SERFIN y yo quisiera ser consejero, ¿me ayuda?” “Por supuesto”, contesta con firmeza. A los 10 minutos recibo su llamada de regreso y me dice: “¡Hecho!”

Así era conmigo, amable y gentil, Don Héctor Lutteroth. En otra ocasión, siendo presidente  Orquesta de Baja California (OBC), me invitó a Nueva York donde la orquesta, bajo su patrocinio, iba a dar un concierto ni más ni menos que en el Lincoln Center, donde gozamos orgullosos de la buena música producida por nuestra preciosa orquesta. Nunca antes ni después la orquesta tocó mejor ni en mejor escenario.

En otra oportunidad, Don Héctor me invitó a una dieta sana y ejercicio en el Pritikin Center de Santa Mónica y, como no pude ir, me llamó por teléfono y me dijo: “He dejado 500 dólares en tu nombre para que vayas y, como eres cuidadoso con el dinero (¿acaso me consideraba codo?), estoy seguro de que irás para que te pongan a dieta y hagas ejercicio e inicies una vida sana”. Fui al Pritikin Center (por los 500 dólares, Don Héctor tenía razón) con puras celebridades de los negocios y del cine. El primer día me impusieron 5 comidas desabridas y 5 horas de ejercicio que me dejaron exhausto, con la única energía de acercarme al teléfono y llamar a Don Héctor para reclamarle, quien no me contestó, gracias a Dios, pues estaba yo furioso. Dos semanas después salí renovado y rejuvenecido. Le pagué con gusto los 500 dólares y me abstuve de comentar lo que pensé de él en el primer día de sesiones.

Un amigo querido y admirado, hombre de carácter, de nobles sentimientos, de acción. Me comentaron que, en su juventud, su padre, que era dueño de la Arena México, se quedó sin entrenador de box y lo nombró entrenador. Con la seriedad y disciplina que le eran notables, pronto tomó la acción de entrenar a pupilos que lograron ser campeones. Llegó a Tijuana de Hermosillo a los 41 años junto con su numerosa familia. El objetivo de su venida fue manejar algunas propiedades de su padre, como el Hotel Country Club. De ahí desarrolló varios centros comerciales, un negocio inmobiliario, un pequeño parque industrial e intentó y consiguió la franquicia de Carl’s Jr., que ha manejado diligentemente su hijo Enrique, llegando a más de 100 unidades que han marcado hitos en la concepción de negocios de comida rápida, enseñándole a los americanos cómo manejar mejor su franquicia, cuya extensión llega hasta Guadalajara.

Brillan, sin duda, la honorabilidad y el servicio social, el valor ético de sus hijos Ascan y Luis (Wicho). Siendo su yerno y su hija los impulsores del proyecto México Sin Hambre, con el que logran llevar diariamente comida a más de 1 millón de personas necesitadas.

Curiosamente, la familia Lutteroth formó un conjunto musical de marimba con sus hijos cuando eran pequeños, lo que causaba gran deleite en el público y los hizo famosos.

Don Héctor, ya mayor, decidió estudiar para abogado y terminó con honores, lo que le permitió ser nombrado tesorero del estado de Sonora y más tarde Secretario de Turismo de Baja California, además de haber sido diputado federal y síndico municipal. Héctor entendió pronto la necesidad de convivencia armónica de los tijuanenses y los san dieguinos, y participó activamente en proyectos binacionales.

Recto, justo, amable, trabajador, generoso y con un montón más de cualidades que no alcanzo a enumerar, por lo que van un par de anécdotas:

En una ocasión, Don Enrique Mier y Terán, Don Héctor Lutteroth, su servidor y muchos líderes de las colonias nos abocamos a cabildear al NADBANK para que nos diera recursos para poner una tubería de aguas negras de Tijuana a las playas, pues la que había constantemente goteaba desechos porque frecuentemente se perforaba. Todos los miércoles acudimos a hacer este esfuerzo y conseguimos 18 millones de dólares para la necesaria tubería, más 60 millones de dólares para renovar las cañerías agotadas del centro y de la zona río.

Viajamos juntos a España, con una delegación de empresarios impulsada por el entonces presidente municipal Héctor Osuna Jaime. Fue sensacional ver cómo los vascos pudieron remontar una ciudad deteriorada, cansada, vieja y con guerrilla, a una ciudad dinámica y moderna. ¡Simplemente, sí se puede!

Don Héctor, extraordinario deportista, acostumbraba caminar diariamente y se mantenía en una buena condición física. “Mens sana in corpore sano”, su vigoroso cuerpo sostenía una mente inteligente y brillante.

A Don Héctor le dio por pintar y me hizo el favor de obsequiarme dos “Lutteroth’s” que guardo con especial cariño.

Haber convivido con un caballero de este calibre me llenó de muchas aventuras que en otro espacio contaré. Mientras tanto, “Hola, Don Héctor, donde quiera que estés, te sigo admirando y te extraño, amigo. ¡Ah! Y gracias por lo de SERFIN.”

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