Fiel a su rancio estatismo, el presidente López Obrador le apostó, y fuerte, a lo que él llamó como “el rescate” de Pemex como monopolio público en todos los negocios relacionados con el petróleo. Miles de millones de dólares después, hoy podemos afirmar que su política fracasó. Por un lado, la empresa no está produciendo más crudo como se prometió y, por el otro, el flujo de efectivo que genera no alcanza para pagar los múltiples pasivos de corto, mediano y largo plazos.

Si Pemex fuera una empresa privada, tendría que dejar de pagar sus pasivos, declararse en concurso mercantil, negociar con los acreedores una reestructuración operativa y presentar un nuevo esquema de pagos de las deudas. En caso de no llegar a un acuerdo, la empresa tendría que declararse en quiebra y vender sus activos para sufragar la mayor cantidad de los pasivos.

Pero Pemex no es una corporación privada sujeta a esta dura realidad del mercado. Se trata de una institución pública y, como tal, cuenta con el apoyo del Estado mexicano. Esto es lo que le ha permitido sobrevivir sin tener que reestructurarse.

Mientras “papá gobierno” esté detrás de Pemex, ésta puede seguir operando, aunque pierda miles de millones de pesos al año. Total, el contribuyente es el que paga la cuenta.

Y así ha sido este sexenio. Se calcula que el actual gobierno federal le ha inyectado más de un billón de pesos a Pemex con el fin de sufragar la enorme cantidad de pasivos que tiene. Tan sólo recordemos que es la petrolera más endeudada del mundo.

Los bonistas de Pemex han hecho un extraordinario negocio este sexenio. Los bonos de la empresa pagan un interés de más del doble de lo que pagan los bonos soberanos de México. Sin embargo, el gobierno federal es el que realmente está pagando la deuda de Pemex porque esta administración ha decidido apoyar con todo a la empresa pública.

La pregunta que muchos se hacen es por qué el gobierno, que se puede endeudar con una tasa de interés del cinco por ciento anual en dólares, no asume la deuda de Pemex que está pagando más del diez por ciento al año en dólares. Esto le ahorraría una enorme cantidad de recursos al erario.

No sé la respuesta. Lo que sí me queda claro es que, en algún momento, la Secretaría de Hacienda tendrá que reestructurar la deuda de Pemex porque los pasivos de esta empresa están presionando las finanzas públicas, al punto que la calificación de los bonos soberanos de México y, por tanto, su rendimiento, pueden peligrar como consecuencia de esta situación.

Algo de justicia divina habría si Claudia Sheinbaum gana la presidencia. Ella, y no Xóchitl Gálvez, tendría que enfrentar este terrible problema que va a heredar López Obrador a su sucesora. Tan pronto, me atrevo a pronosticarlo, como para el ejercicio presupuestal de 2025.

Y no sé cómo Claudia vaya a manejar el anacrónico estatismo del actual Presidente. Porque una cosa es clara: para resolver el problema de Pemex hay que aceptar el fracaso del modelo de monopolio público en los negocios petroleros. En todo el mundo, las petroleras privadas son muy rentables. Ni se diga en la pechuga del negocio, que es la exploración y extracción de crudo, pero también en la refinación y petroquímica.

No así en México. Pemex genera enormes pérdidas, sobre todo en su división de Transformación Industrial. Las seis refinerías nacionales existentes son tremendamente ineficientes y pierden dinero a raudales. Ahora viene una nueva, Dos Bocas, que seguramente también generará pérdidas operativas.

Si gana, ¿cómo justificará Claudia el inevitable rescate multimillonario de Pemex?

¿Reconocerá que el modelo monopólico estatista no funciona?

¿Admitirá el regreso de los privados como socios o competidores de Pemex?

¿O se irá por la fácil y le echará la culpa de la hemorragia de recursos de este sexenio a los malditos neoliberales del pasado que son la causa de todos los males planetarios?

Lo de Pemex es insostenible. Todo el mundo lo sabe, no sólo las calificadoras de la deuda. Los funcionarios de Hacienda son los que lo tienen más claro. Lo mejor para ellos es entregar ya la estafeta y dejar que la bomba reviente en el próximo gobierno. Porque de que va a explotar, va a explotar. De eso no hay duda alguna. Y lo justo es que le toque a Claudia Sheinbaum entrar a remover los escombros producto del anacrónico estatismo de López Obrador.

 

           X: @leozuckermann

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