Un recuerdo trae otro, y haciendo añoranzas sobre Tijuana y San Diego, no puedo olvidar las palabras de mi padre que me decía: «Vivimos en una frontera sensacional de dos países, ambos maravillosos, ambos con ventajas y desventajas. Pepito (así me decía con cariño), aprovecha ambos países y goza de lo mejor de ambos mundos. Simplemente no veas la frontera, ni dejes de amar a México, que nos recibió con los brazos abiertos cuando emigramos de Turquía».
Recuerdo en San Diego mis compras en la tienda de 5 y 10 llamada Kress, o el restaurante Pullman donde, con una charola, uno se servía los platillos que se le antojaban. No olvido haber llenado mi charola con 12 manjares y que la cuenta fuera de 89 centavos de dólar. Por supuesto, los ojos comen más que la boca y no podía acabar los platillos solicitados. Montgomery, Ward y Marstons eran tiendas departamentales usuales, así que era frecuente que los tijuanenses acudiéramos a visitar el cercano primer mundo. Por eso, cuando llegó a Tijuana la tienda Liverpool, no funcionó porque subestimaron al consumidor poniendo un galerón chafa. Dorian´s, Maxims, Zara, nos acostumbraron a tiendas competitivas con Estados Unidos que traían ropa de Oriente y Europa, adquirida por hábiles compradores tijuanenses (Alberto Guakil, David Saúl, Salomón Cohen, Zima Lachov, Simón Silvershots y unos pocos más) que, como Marco Polos, acudían a las fuentes para surtir sus almacenes con la ventaja de vivir en una zona libre.
Dos espacios me eran habituales en Tijuana, uno, una heladería llamada “El Pingüino” y otro, la barra de alimentos de la tienda Woolworth. Como ves, querido lector, era yo muy glotón. Recuerdo la tienda denominada «La Zona Libre de los Fimbres», que se convirtió eventualmente en la cadena “Calimax”, donde despachaba «el Chato». Él me dio una lección de finanzas fronterizas, pues le pedí a mi abuelo 5 centavos para comprarme una Pepsi y, cuando llegué a la caja de la tienda a pagar, el Chato me dijo: «Son 5 centavos ¡oro!, no plata», lo que significaba que sería pagado con moneda americana.
Recuerdo con especial cariño a mi compañero de escuela Luis Nieto, cuyo papá trabajaba de plomero y que me invitaba a su casa impecablemente limpia, donde la Sra. Nieto guardaba la colección del Tesoro de la Juventud. Aseábamos cuidadosamente las manos para poder tener derecho a abrir un libro de la enciclopedia, que devorábamos con fruición.
En estas fechas también recuerdo que en la escuela Martínez nos enseñaron un poema-himno a la bandera que Luis y yo entonábamos con gran emoción, gritando la frase final a voz de cuello:
Preguntaronle a Lorenzo,
Pintor de justa valía.
¿Cómo se las compondría
Para que en un solo lienzo
Simbolizara el honor
Y cuánto de noble encierra
La privilegiada tierra
¿Qué es la patria de su amor?
El artista soberano,
En su primera inspiración,
Solo pintó un pabellón,
¡el pabellón mexicano!
Grito que aún resuena en mi memoria y en mi corazón, aunque parezca patriotismo ramplón. ¡Viva México, preciosa nuestra bandera!
Feliz la vida cuasi-bucólica de los años cincuenta con una frontera fácil de pasar en 10 minutos.
Cruzando el puente denominado «La Marimba» porque estaba hecho de troncos que parecían mecerse. ¡Qué tiempos, señor Don Simón…!