Los resultados a nivel mun- dial de la prueba PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE) dados a conocer hace un par de semanas, no debie- ran sorprender a nadie, espe- cialmente en nuestro país ya que evidenciaron lo que ya se sabía: que la pandemia había afectado la continuidad del proceso de enseñanza, exacerbado la deserción escolar y limitado el aprovechamiento obtenido previamente, y que nuestro sistema educativo tie- ne desde hace décadas serias deficiencias.

En todos los medios de nuestra sociedad se reconoce que uno de los mayores problemas que enfrentamos es la educación, es un tema que se discute y expresa constantemente; no obstante, nuestro país no ha logrado contar con un sistema educativo adecuado a los requerimientos que impone el futuro; por el contrario, es un sector que se usa como instrumento político, sin rumbo de largo plazo, atendiendo a la inmediatez y con un alto con- tenido político e ideológico.

La prueba PISA permite medir la capacidad de los alum- nos de 15 años para utilizar sus conocimientos y habilidades de lectura, matemáticas y ciencias para afrontar los retos de la vida real, lo anterior implica que se evalúa el aprovechamiento de los jóvenes en el curso de la educación básica (primaria y secundaria), y si están preparados para asimilar el conocimiento necesario y desarrollar sus talentos para integrarse de manera productiva a la actividad económica en cualquiera de las vocaciones que le sean de interés.

En este contexto, la educación —especialmente la formación básica— es la plataforma fundamental para la adquisición de habilidades y conocimientos, ya que actúa como un catalizador que impulsa el crecimiento económico sostenible y por ende disminuye las des- igualdades. En este sentido, los resultados de PISA debieran ser vistos como un indicador del capital intelectual potencial que tiene un país y de las oportunidades y retos que representa, de tal suerte que la responsabilidad de acrecentarlo con mejores cualificaciones no recae exclusivamente en el Estado y el sistema educativo en sí mismo, sino que corresponde a la sociedad en su conjunto.

Las naciones que invierten en sistemas educativos bien estructurados fomentan la confor- mación de una fuerza laboral con mayor capacidad y adaptabilidad, es decir crea capital humano competitivo, que se convierte en un activo invaluable en la economía moderna, donde la innovación y la creatividad son impulsores cruciales. La inversión pública y privada en la educación es parte importante de la política de desarrollo de cualquier país, máxime si ésta se enfoca a generar nuevos profesionistas que serán los que en un futuro impul- sarán la economía del país. De acuerdo con las recomendaciones internacionales como la de la UNESCO y el BID la inversión que realicen los países de ingreso medio no debería ser menor al 6 por ciento de PIB o 20 por ciento de su presupuesto público total.

En el caso de nuestro país, entre 2015 y 2023 el presupuesto destinado al rubro de educación en términos reales se redujo 6.3 por ciento, según lo aprobado en los Presupuestos de la Federación correspondientes a cada año. Para 2024 se estima un incremento real del 2.9 por ciento respecto de 2023, pero seguirá siendo inferior al referente del 2015. En términos del PIB, mientras que en 2015 el gasto público en educación fue equivalente al 3.9 por ciento del producto, para 2023 se estima que sea del 3.2 por ciento por debajo de los niveles prepandemia y de las recomendaciones internacionales.

Al no ser los recursos para la educación crecientes y suficientes en función de las nece- sidades que se reflejan en un acceso inequitativo al sistema, en el rezago educativo —que de acuerdo con estimaciones el CONEVAL se incrementó de 19 por ciento al 19.4 por cien- to entre 2018 y 2022, es decir 25.1 millones de mexicanos que dejaron de asistir a la es- cuela—, así como bajo aprendizaje que se agudizó con la pandemia y como lo refleja la prueba PISA, el futuro del desarrollo económico del país que descansa de manera significativa en la educación, el conocimiento y la generación de capital humano competitivo seguirá comprometido de manera severa.

Las naciones, entendidas como estado y sociedad, que priorizan la educación de calidad, con una inversión creciente en el capital humano y la creación de oportunidades educativas equitativas, son conscientes de que el conocimiento representa la piedra angular de un futuro económico fuerte, sostenible, resiliente y próspero. Aún estamos a tiempo de encaminarnos hacia ese futuro.

Es una lástima que en nuestro querido México continuemos apegados al pasado, sin modernidad y con muy corta visión de largo plazo en este tema. El alimento de la mente a través de la educación es condición preponderante para lograr crecimiento y bienestar.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®

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