La nueva explosión de la violencia —Salvatierra, Salamanca, Zacatecas— muestra por enésima vez que la estrategia de “abrazos, no balazos”, en la medida en que alguna vez haya existido como estrategia, no funciona. El total de homicidios dolosos a lo largo de todo el sexenio, así como el número creciente de desapariciones —a pesar de los esfuerzos por reducirlos o disimularlos— y la sensación generalizada de que la inseguridad se ha salido de cauce en todo el país, constituyen a la vez una condena del sexenio y una oportunidad para la oposición. Puede parecer muy cínico plantearlo en esos términos: ¿Cómo es que los muertos, las masacres, las fosas comunes, puedan constituir una oportunidad política para alguien? Pues sí.
La gran mayoría de las encuestas —una excepción relativa: Áltica; y menos relativa, pero menos confiable: Massive Caller— sugieren que la brecha entre la candidata opositora y la candidata oficial es amplia y se mantiene. Pero también es cierto que si la oposición encontrara la veta que a la vez brota de la insuficiencia de la gestión gubernamental y de lo atractivo de una alternativa, podría empezar a cerrar esa brecha. La inseguridad, la violencia, el horror de todo lo que sucede semana tras semana en todo México, constituye una posibilidad al respecto. Para ello se necesitarían tres aproximaciones.
La primera es olvidarse de las tonterías de la ley electoral y hacer propuestas. Cualquier propuesta fiscal o de seguridad, independientemente de las tonterías que diga la ley, es peligrosa. Nadie propone aumentar impuestos en campaña, y nadie puede elaborar y ofrecer una alternativa en materia de seguridad en plena campaña a la que después tenga uno que atenerse, o que pueda ser escudriñada y criticada por el adversario. Pero si no se corren riesgos en la situación que vivimos en México, la brecha entre oposición y gobierno no se va a cerrar. Yo no tengo una propuesta en esa materia, ni me interesa tenerla. Pero supongo que hay gente que sí. Escribí el prólogo de un libro de Rubén Aguilar y Rubén Moreira sobre la gestión del exgobernador de Coahuila en su estado a este respecto. Creo que él sabe algo sobre la materia. Ojalá le hicieran verdaderamente caso.
La segunda aproximación consiste en la disciplina de mensaje. Si ese es el tema central con el cual hay que golpear constante y sistemáticamente al gobierno —y por gobierno entiendo Morena, la 4T, Claudia Sheinbaum; no necesariamente López Obrador— entonces sobre eso hay que concentrarse realmente. Son los fenicios. Si la prensa o alguien del público pregunta: ¿Y qué piensan hacer sobre el nearshoring, o la situación en el campo, o el huracán en Acapulco, o el magro crecimiento económico que viene, o el tren maya, o Dos Bocas, o cualquier otra cosa imaginable? La respuesta tiene que ser la denuncia de la inseguridad en el sexenio de López Obrador y la propuesta de seguridad. Todo el día, todos los días, todo el tiempo. La dispersión de mensaje es lo que más afecta negativamente a cualquier campaña, aquí, y no en China porque no las hay, pero donde sí las hay.
Y la tercera aproximación consiste en aprovechar cada episodio, cada tragedia, cada desgracia, para martillar el mismo asunto: el statu quo es un desastre, hay una propuesta para cambiarlo. No hay que ser cínicos, pero tampoco altruistas; es indispensable el evitar lucrar con la sangre y la desgracia, pero al mismo tiempo es imprescindible el centrar toda la atención sobre cada incidente, cada muerto, cada masacre, cada secuestro, cada fosa común. En un país donde nadie nunca dice nada con claridad y franqueza, es preferible aclarar las cosas. Los que están en campaña, o trabajan en los equipos de campaña, no pueden, efectivamente, permitirse ese lujo. Otros sí podemos.