Solomon Asch fue un psicólogo estudioso del comportamiento social. Se dice que de niño tuvo una experiencia que marcó su vocación. Durante una cena familiar con motivos religiosos, en su natal Polonia, la abuela sirvió vino en una copa sin destinatario en la mesa. El pequeño Asch preguntó para quién era. «Es para el profeta», le dijeron los mayores, «obsérvala con atención». Incrédulo, el niño estuvo mirando la copa hasta que creyó ver que disminuía un poco el nivel del vino. Décadas después, en 1951, ya como profesional de la conducta (influido en aquella noche metafísica) diseñó una prueba que hoy es un clásico, el Experimento de Conformidad de Asch.
Juntó a más de 100 hombres para «una prueba de juicio visual». Cada uno de los participantes se reunió con otro grupo de personas, unas ocho (que secretamente eran parte del experimento). Se mostraron dos imágenes simultáneas, una con una barra, la otra con tres barras de diferente tamaño, una de las cuales coincidía en altura con la barra solitaria. Había que decir cuál era la barra del mismo tamaño, entre las tres posibilidades. Intencionalmente los colaboradores infiltrados daban una respuesta errónea, haciendo dudar al participante, a tal grado que muchos de estos decidían opinar igual que el grupo, aun sabiendo que lo que veían era otra cosa.
Una película taquillera se convierte en un éxito, no porque sea necesariamente buena, sino porque todos la ven. La fuerza del grupo es un arma de doble filo: en su lado positivo encierra la esperanza de cambio social para tener un país donde exista el Estado de derecho. ¿Quién de las aspirantes a la Presidencia de México lo entenderá así y tendrá en su propuesta de seguridad la inclusión de estrategias con elementos de psicología social?
@eduardo_caccia