Populistas, lo que se dice populistas, los peronistas. Juan Domingo Perón fue uno de los que inventó este sistema de gobierno clientelar: repartir dinero para ganarse el cariño de la población.

“Si los obreros te piden, dales —recomendaba un gobernante populista a otro de sus colegas sudamericanos—; si te piden más, dales más; al fin y al cabo la economía es flexible”.

No, la economía no es flexible. Tarde o temprano se acaba el dinero. El gobierno ya no puede financiar tantos compromisos sociales. Pero la gente ya está acostumbrada a recibir apoyos como si no costaran.

Presionados por mantenerse populares, los gobiernos se empiezan a endeudar hasta que las finanzas públicas colapsan.

Sin poder contratar más deuda y sin la voluntad de recortar gastos o subir los impuestos, imprimen cada vez más dinero, lo cual genera inflación. Inflación que se convierte en un impuesto encubierto que afecta más a los que menos tienen.

La definición de “populismo” tiene muchas acepciones. Yo aquí utilizo una de las más tradicionales: la manipulación de la economía de mercado con fines político-electorales. Típicamente esto se hace por medio de un mayor intervencionismo del Estado en temas económicos.

Por ejemplo, si una empresa privada quiebra, el gobierno se la queda para evitar el despido de los trabajadores. Los contribuyentes acaban pagando el agradecimiento de los obreros al gobierno que los salvó.

En un gobierno populista, el gasto público se manipula para conseguir votos. Los programas sociales tienen un papel primordial en esto. Se reparte cada vez más dinero para mantener la popularidad.

Hasta que el destino los alcanza.

Es lo que pasó en Argentina en todos estos años de peronismo. Populismo duro y puro.

En víspera de la primera vuelta electoral, La Nación reportaba: “Massa —ministro de Economía y candidato de los peronistas— amplió el gasto: mil millones por día para Aysa [la empresa pública Agua y Saneamientos], dinero para imprimir billetes y centenares de nuevos empleados públicos. El gobierno incrementó las partidas presupuestarias de 129 programas y aumentó el déficit en 416,556.3 millones”.

Con las finanzas públicas quebradas y una inflación galopante, Massa siguió imprimiendo dinero para ganar las elecciones anunciando nuevos apoyos económicos a los trabajadores y jubilados entre la primera y segunda vuelta electorales.

Locura, lo que se llama locura, es este manejo económico de un gobierno. No por nada una gran mayoría de argentinos, como no se había visto en ese país desde que regresó a la democracia hace cuatro décadas, votó para echar a la calle a los peronistas.

De ser argentino, yo hubiera votado por Javier Milei. Prefiero la locura posible de este personaje controversial a la locura segura de la continuidad del populismo peronista. Celebro que los argentinos hayan votado masivamente en contra de los que históricamente han llevado a ese país al despeñadero.

Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Ésa era la segura locura peronista. Y la gente no es tonta.

Yo no dudo que Milei sea un desquiciado. Muchas de sus actitudes y propuestas me disgustan. Un liberal, menos un libertario, no puede estar a favor de que el Estado prohíba a las mujeres interrumpir voluntariamente un embarazo. Eso es una inconsistencia monumental del nuevo presidente argentino.

Pero, con todo, Milei tiene muy claro cuál es el problema económico de ese país y la urgente necesidad de ordenar las finanzas públicas con el fin de detener una inflación galopante que ya llega al 140% anual.

El reto es enorme. Si Milei fracasa, regresarán los peronistas con su proverbial populismo. Ahí sí, adiós Argentina.

Un último punto. A López Obrador también se le caracteriza como un gobernante populista. No lo ha sido bajo la definición que utilizo en este artículo. El Presidente ha manejado de manera responsable las finanzas públicas. Cortó mucho el gasto público en diversos rubros para financiar sus programas sociales y megaobras. Pero ni ha endeudado de más al país ni ha presionado al banco central para emitir más moneda y generar inflación.

Sin embargo, sí le heredará a su sucesora unas finanzas públicas endebles por las crecientes presiones en el gasto público, incluyendo partidas cada vez mayores para los programas sociales. La siguiente presidenta tendrá que decidir si se comporta de manera responsable o toma el camino fácil de repartir dinero para ser popular.

           X: @leozuckermann

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