A pesar de que muchos hayamos notado que el tema migratorio sólo suscita indiferencia en el seno de la sociedad mexicana y en su comentocracia, insisto en hablar del asunto tanto por las tragedias que entraña como por las sandeces que dice el gobierno al respecto. Las tragedias persisten y se agravan, y las tonterías gubernamentales proliferan. Es una verdadera lástima.
La última falsedad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador fue exhibida en la Cumbre bananera de Palenque el fin de semana. Consiste en la adopción por parte de México de la mentirosa tesis de las dictaduras de Venezuela y Cuba (Nicaragua no acudió, pero suscribe la falacia), según la cual la emigración masiva desde esos países en tiempos recientes se debe a las sanciones que Estados Unidos les ha impuesto. Que ellos lo digan es bastante predecible y explicable; que México la asuma es una vergüenza. Veamos.
Se trata de dos casos distintos. El de Cuba es el más estudiado. El embargo, o supuesto bloqueo, impuesto por Estados Unidos contra el régimen de la isla comenzó a principios de los años sesenta. Con mínimas modificaciones, ha seguido vigente hasta la fecha. Durante estos más de sesenta años, la migración cubana a Estados Unidos ha pasado por múltiples etapas, como lo explica magistralmente Susan Eckstein en su libro Cuban Privilege (Cambridge University Press, 2022). Al inicio de la revolución, salieron cientos de miles de cubanos; el número disminuyó hasta 1965-66, cuando el puente aéreo de Camarioca permitió la hígado de más de 200 000. Después de ese momento y hasta 1980, la cifra decreció prácticamente a cero. Con la llegada de la crisis del Mariel en ese año, sin embargo y como algunos recordarán, se embarcaron en un éxodo marino a Miami 125 000. A partir del cierre del grifo migratorio por Fidel Castro en septiembre de ese año, no se reanudó la salida masiva hasta el verano de 1994, en pleno período especial, cuando el dictador de nuevo abrió la llave. Fue entonces que unos 30 000 cubanos terminaron hacinados en Guantánamo, a raíz de la decisión del presidente estadunidense Bill Clinton de impedir su llegada a costas norteamericanas. De nuevo, la marea migratoria menguó, y no volvió a elevarse sino hasta fechas recientes, a partir del enésimo deterioro de la situación económica isleña.
Todavía en 2020, por ejemplo, sólo fueron detenidos 9264 cubanos por las autoridades de Estados Unidos. Mientras que en 2022, las detenciones sumaron 219 702, y en el año fiscal de 2023, huyeron del infierno castrista (donde ya no hay nada: ni comida, ni medicinas, ni agua, ni gasolina, ni luz, ni pasta de dientes, ni papel de baño, ni pañales, etc.) casi 200 000 cubanos. Entre 2023 y 2024, se ha estimado que emigrarán casi 300 000 más a España.
En otras palabras, más allá de la obviedad —a saber. que la migración depende en parte de la situación económica del país emisor, y que, en el caso cubano, el embargo afecta en parte a la situación económica de la isla— la huida fuera de Cuba de más de 15% de su población a lo largo de los años es el resultado de múltiples factores. Estados Unidos es solamente uno de ellos. La desesperación por el recurrente recorte de subsidios externos tras la caída de la URSS, la decadencia de Venezuela y la disminución de las remesas desde Miami, así como la represión, también con sus altos y bajos también, representan otros factores igual o más importantes que el embargo. Culpar a Estados Unidos del fracaso del régimen cubano y de la subsiguiente hemorragia de sus ciudadanos es un absurdo. Entre 1960 y 2021, la migración cubana a Estados Unidos osciló entre 129 000 y 360 000 por década, antes de dispararse como nunca en estos dos últimos años. El flujo anual varía mucho, aunque el embargo haya sido constante.
El caso de Venezuela es más complejo, en parte porque de los casi 8 millones de venezolanos que han abandonado el infierno chavista-madurista, pocos en realidad han llegado a Estados Unidos. A partir de 2005, cuando arranca el éxodo, y hasta 2015, cuando se dispara, las salidas totales pasaron de 400 a 700 000. Pero desde el 2015 y hasta 2019, se expatriaron 4 millones adicionales. De 2019 hasta la fecha, han salido 2.6 millones más. Para tener una idea de la magnitud de estas cifras, los 7.7 millones de habitantes de Venezuela que viven expatriados corresponderían proporcionalmente a 32 millones de mexicanos salidos del país en menos de veinte años. Las sanciones de Estados Unidos a PDVSA, la petrolera venezolana, y en realidad la principal víctima económica de dichas sanciones, comenzaron en agosto de 2017, cuando ya habían huido de la pesadilla de Nicolás Maduro más de 5 millones de personas. Otras sanciones fueron impuestas en 2018 y unas adicionales —ástas también a PDVSA— en 2019. Así, se sumaron nuevos castigos al transporte de petróleo en 2020 y 2021, y siguió el éxodo. El culpable de la emigración venezolana lleva el nombre y apellido de Nicolás Maduro, y el de su predecesor, al igual que el apellido de los Castro en el caso de Cuba.
Decenas de países en el mundo son expulsores de sus propios ciudadanos. En América Latina se cuentan, entre otros, El Salvador y Ecuador, que utilizan, con permiso, la divisa norteamericana como la suya. En África tenemos desde Marruecos hasta Egipto y el Sahel, ex-colonias francesas o inglesas y receptoras de enormes cantidades de recursos estadounidenses. En Asia, los países expulsores incluyen a la India, Filipinas y desde luego China, ninguno de los cuales es objeto de embargos de Washington. Sólo existe la causalidad entre el “imperialismo” y la migración en la cabeza trasnochada de los cubanos, los venezolanos, y los redactores de la Declaración de Palenque. Vergüenza.