Tiene 52 años. No está casado ni tiene hijos. Vive con cinco perros, un mastín inglés de nombre Conan, y cuatro de sus cachorros: Milton, Murray, Robert y Lucas, bautizados así en honor a connotados economistas defensores del libre mercado.

Tiene un peinado estrafalario. No cree en el matrimonio, sino en el amor libre. Es instructor de tantra (“conjunto de técnicas tradicionales con características esotéricas utilizadas para centrarse corporalmente sobre alguna disciplina concreta”).

Un día, por casualidad, se encontró con un rabino. Hablaron durante tres horas. Ahora lee la Torá (el Pentateuco del Antiguo Testamento) todas las semanas y discute los temas con el rabino. Está pensando en convertirse al judaísmo.

Es vociferante y un excelente polemista. Le encanta enfrentarse con políticos y periodistas en los medios. Comenzó a darse a conocer en programas de debate en la televisión. Se convirtió en un personaje popular en las redes sociales. Suelta groserías, insultos e interjecciones a mansalva.

Se llama Javier. Se apellida Milei. Hoy es uno de los candidatos con mayores probabilidades de ganar la Presidencia de Argentina en las próximas elecciones de octubre (primera vuelta) o noviembre (segunda vuelta, si es necesaria).

Le han dicho de todo: ultraderechista, ultraconservador, neofascista, trumpista. No creo que le queden estas etiquetas. Milei es, ante todo, un libertario. Cree en la libertad de los individuos sobre todo lo demás. Piensa que el gobierno debe tener un papel muy limitado en la vida de las personas.

Para Milei, lo más importante es la libertad económica. Está proponiendo una reducción drástica del gasto público de 15% del Producto Interno Bruto (PIB). Un gobierno mínimo que gaste poco.

Circula un video en las redes donde se ve a Milei deshaciendo el organigrama de la administración pública federal de Argentina. Va arrancando diversos ministerios gritando “se va” hasta sólo quedar con ocho.

De llegar a la Presidencia, privatizaría todas las empresas públicas. Reduciría 90% de los impuestos que causan mucha burocracia, pero recaudan poco dinero (sólo el 2% del PIB). Abriría por completo la economía argentina firmando tratados de libre comercio (ha dicho que le gustaría unirse al de México, Estados Unidos y Canadá).

Pretende dolarizar la economía de ese país y eliminar (“dinamitar”, dijo) el banco central. Está a favor de privatizar los sistemas de salud y educación pública. En el caso educativo, los ciudadanos decidirían a qué escuela mandar a sus hijos y lo pagarían con “vouchers” que otorgaría el Estado.

Aunque no cree en el matrimonio, está a favor del igualitario, es decir, que los homosexuales puedan casarse. Se ha mostrado a favor de la legalización de las drogas y de la apertura a la inmigración, siempre que no implique un gasto para el Estado. No tiene problemas en que la gente pague por sexo ni que compre y porte armas de fuego. Ha declarado estar a favor de la venta de órganos entre privados y, para ello, eliminar las regulaciones estatales.

Los libertarios suelen estar a favor de la decisión de las mujeres de interrumpir voluntariamente un embarazo. No es el caso de Milei. Ahí su libertarismo encuentra un límite. Él está en contra del aborto, incluso en casos de violaciones, porque la mujer no puede decidir sobre la vida de otro individuo.

En las elecciones primarias del domingo pasado, Milei fue el candidato más votado con 30% de los votos.

¿Por qué casi un tercio de argentinos sufragó por él?

Muy sencillo: están hartos.

Hartos del kirchnerismo que ha dominado la política argentina por más de 20 años, esta variante populista del peronismo que, escudada en supuestas políticas públicas para lograr la justicia social, sólo ha producido clientelismo, corrupción y un infierno económico. El gobierno está quebrado, la deuda externa es impagable y la inflación agobiante (más del 100% anual); el PIB no crece, por lo que hay cada vez más desempleo y pobreza.

Los argentinos también están hartos de una oposición que tuvo su oportunidad hace unos años y fracasó.

Milei los caracteriza como “la casta”. “Los de las malas maneras” (el kirchnerismo que hoy gobierna) y los de las “buenas maneras” (la actual oposición). Es el típico discurso del candidato outsider, el antisistémico que promete una sacudida en serio del régimen político.

“Que se vayan todos”, cantan sus seguidores en sus eventos. Y él termina sus discursos bramando: “¡Viva la libertad, carajo!”.

                Twitter: @leozuckermann

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