Era 2014. Hipólito Mora estaba viviendo sus quince minutos de fama. Como uno de los líderes principales de los Grupos de Autodefensa de Michoacán, daba entrevistas a diestra y siniestra.
Elocuente, nos trataba de convencer de las virtudes de sus muchachos, que se habían organizado para combatir a los Caballeros Templarios. Ante la falta de autoridad del Estado –que no podía resolver los secuestros, extorsiones y asesinatos–, Hipólito argumentaba que no había quedado de otra más que armarse y agarrarse a balazos con los Templarios para restituir el orden en la Tierra Caliente.
En este proceso, el gobierno estatal de Fausto Vallejo y el federal de Enrique Peña toleraron a estos Grupos de Autodefensa, e incluso los utilizaron para combatir a los Templarios. Les otorgaron permiso para matar, y eso hicieron.
Al propio Hipólito Mora lo acusaron, aquellos años, de ser el autor intelectual del homicidio de otro supuesto líder de las autodefensas, Rafael Sánchez Moreno, El Pollo, y un individuo de nombre José Luis Torres Castañeda, Nino.
El gobierno federal había intervenido en Michoacán para restablecer el orden social. El presidente Peña había nombrado a Alfredo Castillo como comisionado para la Seguridad y Desarrollo Integral de ese estado. El “virrey” usó a las autodefensas con el fin de exterminar a los Templarios. Hasta que se dieron cuenta que habían incubado el huevo de la serpiente. Los grupos paramilitares se estaban saliendo de control.
El propio Castillo apoyó la detención de Mora, con el fin de mandar el mensaje que ya no se iba a tolerar la impunidad de los asesinatos de las autodefensas.
Pero el daño ya estaba hecho.
El gobierno federal había armado hasta los dientes a estos grupos. Procedieron, entonces, a tratar de integrarlos a cuerpos policíacos o militares. Algunos tomaron esta opción. Otros, no. No faltaron quienes comenzaron a delinquir con las armas recibidas por el Estado.
En la medida en que los autodefensas, con la ayuda del gobierno, le fueron ganando terreno a los Templarios, comenzaron las diferencias entre ellos.
Es lo que le pasó a Hipólito Mora, quien controlaba a las autodefensas de La Ruana, donde él mismo tenía su rancho limonero. Resulta que el líder de la comunidad vecina de Buenavista, Luis Antonio Torres, conocido como El Americano, había movilizado a su grupo rumbo a La Ruana, lo cual disgustó a Mora.
La tensión creció. Hipólito declaró que El Americano era igual que los Templarios, por lo que había que impedir que se estableciera en La Ruana. Solicitó, la ayuda de la policía federal y los soldados. El comisionado Castillo anunció que mediaría entre los dos grupos. El desasosiego se impuso en la región. Fue entonces que se anunció la detención de Mora como presunto homicida intelectual de El Pollo. Al parecer sospechaba que éste era un templario infiltrado en las autodefensas.
También surgió la información que el propio Mora hacía lo mismo que los Templarios, es decir, robar y extorsionar: “En la plaza central de La Ruana cerca de 600 personas se congregaron. Ahí el presidente municipal, Luis Torres, quien no aparecía en el lugar desde hace un año, les informó, junto con el síndico, que Hipólito Mora había sido destituido de las autodefensas y que el gobierno federal pondría a partir de este jueves ministerios públicos que recibirían denuncias contra Hipólito. ‘Es momento de denunciar las extorsiones y robos que realizó Hipólito en la región, debe regresar las hectáreas que se robó, junto con el ganado y las herramientas de trabajo, ahora sí pueden denunciar sin miedo, él ya no está aquí’, señaló al pueblo reunido quien dijo llamarse Ramón y quien se identifica como síndico del municipio de Buenavista”.
En 2018, El Americano fue asesinado en Colima. Fuentes de seguridad de Michoacán lo acusaban de recibir financiamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación para la creación de los H3, que tenían una alianza con los Viagras, el nuevo grupo delincuencial que azotaba la región de la Tierra Caliente una vez que desaparecieron los Templarios.
El jueves pasado, en La Ruana, el destino alcanzó a Hipólito Mora. Durante media hora le rociaron más de mil balazos a su camioneta blindada. Luego le prendieron fuego. El exlíder de las autodefensas murió calcinado. Su cuerpo quedó irreconocible. A menos de tres cuadras había un destacamento de las Fuerzas Armadas, que nunca se aparecieron en la escena. A la hora de la verdad, el Estado no hizo nada para impedir el asesinato del que fue su aliado en la lucha contra el crimen organizado.
Polvo de aquellos lodos.
Twitter: @leozuckermann