Hace poco veía una serie ambientada en los sesenta del siglo pasado en la que la gente viajaba en avión con sus mejores galas en confortables asientos donde servían martinis en la única clase que había: turista. Qué maravilla. Nunca me tocó. La idea del glamur de volar dejó de existir hace mucho tiempo. Hoy, hasta en la clase de negocios, dan agua de coco.

Por los trabajos que he tenido a lo largo de mi carrera, he tenido que viajar frecuentemente en avión. No es algo que disfrute. Por el contrario, me resulta una monserga. Pero, para un viajero frecuente cuyo aeropuerto base es el de la Ciudad de México, lo peor no es el avión, sino el mismísimo aeropuerto.

Se trata de un monumento al parche. Perpetuamente saturado, lo han tratado de “arreglar” con todo tipo de ocurrencias.

Hasta hace unos meses, el peor momento que me tocó vivir fue antes de la inauguración de la Terminal Dos. Unas vetustas salas móviles que despedían humo negro llevaban y recogían a los pasajeros varados en lejanas posiciones remotas.  La operación podía llevar más de una hora después del aterrizaje: “Es que no hay salas móviles”, anunciaban los pilotos.

La Terminal Dos ayudó a una mejor operación aeroportuaria. Pero se saturó muy pronto. Hoy es una pesadilla viajar en avión desde y hacia la capital. Es el peor momento que se ha vivido para los pasajeros frecuentes en las últimas décadas.

Ya ningún vuelo sale o llega a tiempo. La explicación de los pilotos es “debido al exceso de tráfico aéreo en la Ciudad de México”.

La semana pasada, por cuestión laboral, viajé un par de días. Todos mis vuelos salieron o llegaron atrasados, y por varias horas. En un caso, tenía tres horas para hacer una conexión en el AICM y ni ese margen me sirvió. Pude subirme a mi siguiente vuelo porque ése también se había retrasado. Atrás de mí venía una estadunidense hablando por teléfono. Contaba que había perdido su conexión por esperar una puerta de desembarque y las largas filas para cruzar migración. La aerolínea le exigió comprar otro boleto por la tarifa que había pagado. Tuvo que esperar cinco horas en el AICM y desembolsar 450 dólares con el fin de viajar de México a Veracruz.  Con toda razón, echaba espuma por la boca.

El viernes regresé precisamente de Veracruz. Media hora de vuelo. Sin embargo, ya en la CDMX, nos quedamos parados una hora y media en una pista de carretaje porque no había puertas de desembarque. Los pasajeros, al estilo mexicano, chiflaban y hacían bromas. Demandaban cerveza, pero como era un vuelo corto, no había abordo tal producto. Nos dieron agua.

Desesperado, envié un tuit que decía “Odio el @AICM_mx”. Recibí decenas de respuestas de gente que estaba en la misma situación que yo. Llegué mentando madres a mi hogar.

Al día siguiente ocurrió el famoso incidente donde dos aviones casi chocan en la pista del AICM. El rumor resultó verdadero. No sólo el aeropuerto capitalino está saturado, sino que los pasajeros estamos, literalmente, en peligro.

Este gobierno, en su afán de ahorrarse cinco pesos y construir un aeropuerto que no sirve para nada (me refiero al Felipe Ángeles), por un lado modificó las rutas de despegue/aterrizaje y, por el otro, ha desmantelado los Servicios a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano (Seneam) que tan bien funcionaban, a pesar de la saturación que había. Otro caso más de destrucción institucional que ha caracterizado a este gobierno.

Así que, ahora, además de sufrir por un aeropuerto que se cae a pedazos y está sobresaturado, los pasajeros tendremos que ir con el Jesús, Moisés, Mahoma o Buda en la boca, rezando para que los otros aviones no vayan a chocar con el nuestro. No se vale. Estamos hablando de gente que está viajando por chamba o para tomarse un descanso laboral.

Claro, de esto no se entera el Presidente porque los aviones comerciales que toma se convierten, virtualmente, en el TP-01 (Transporte Presidencial Uno), a los cuales el gobierno les da prioridad de despegue y aterrizaje, además de que siempre hay una puerta de embarque para ellos. Nunca, que yo sepa, se ha retrasado un vuelo donde viaja López Obrador o se ha quedado varado hora y media en una calle de rodaje esperando una puerta de desembarque.

Llevo muchos años volando por cuestión laboral. No me gusta hacerlo. No tiene nada de glamoroso. He sufrido de todo en el AICM. Pero no recuerdo nunca una situación peor a la actual. Ahora ya no es sólo una cuestión de retrasos, malos tratos y enojos, sino que nuestras vidas están en peligro. ¿Hasta cuándo tendremos que aguantar los chilangos a gobiernos que, en lugar de resolver los problemas, se dedican a agravarlos cada vez más?

 

Twitter:@leozuckermann

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