Disculpa, Andrés, que ya no me dirija a ti como «querido». A fuerza de ver cómo haz abdicado de la verdad, la justicia y la paz, te saliste hace tiempo del corazón. Disculpa que tampoco lo haga diciéndote «presidente». Al abdicar de ello, tú mismo te has encargado de manchar lo que querías proteger, la «investidura». Si algún sentimiento me queda hacia ti es lástima, esa sensación de tristeza y ternura por la manera en que, al exhibirte cada mañana como un viejito pendenciero en un reality show, degradas al hombre que quisiste ser. A veces, si no te habitara ni te rodeara la tragedia y tus acciones no tuvieran consecuencias graves, una sensación de divertimento: hay en ti un gran talento para la opereta.

Sé que al escribirte una carta más –es la sexta– peco no sólo de ingenuidad. Me arriesgo también a que, una vez más me suban al patíbulo de tus redes, me insulten, me llenen de escarnio y, si tengo la mala suerte de encajarte un berrinche (no hay peor cosa que caer en manos del dios vivo que «encarna a la nación, a la patria y al pueblo», esa versión Morena y mexica de: «El partido es Hitler. Hitler es Alemania, Alemania es Hitler»), volverme un perseguido más. Son los gajes de habitar este infierno que administras con saña y desprecio. Pero quiero hablarte de lo que en estos tiempos miserables es lo único que debería importar y que, en medio de tanta vulgaridad, ha quedado reducido a meras notas rojas.

Yo, lo sabes, no pertenezco a la oposición, ni a la «derecha» ni a los que llamas «neoliberales», «conservadores», «fifís». Tampoco pertenezco a la 4T ni a los «chairos» ni a la «izquierda» ni a una chingada. Nunca he tenido el gusto por las ideologías. Terminan siempre por justificar el crimen y levantar patíbulos o consentirlos. Pertenezco a una raza de marginados, que siempre ha hablado por la tribu humana, la de los poetas, y, desde hace más de 10 años, a una generada por el desprecio y la podredumbre del país: las víctimas. Ellas no tienen filiaciones. Somos la consecuencia del crimen organizado y del poder del Estado que desde Calderón hasta ti han tejido una intrincada trama de criminalidad. Somos la presencia incómoda que acusa a la soberbia del poder y se duele por la anestesia de una sociedad que perdió su capacidad de indignación y se extravía, como en los reality shows, en los escándalos domésticos que tú, Andrés, sueles animar cada mañana.

Esos escándalos relacionados con la reforma energética, el aeropuerto, el tren maya, la «casa gris», la revocación de mandato, tu pendencia de la mañana… que en sí mismos son graves, se vuelven frívolos, como en un reality show, en un país secuestrado por el crimen organizado, con índices de impunidad casi absolutos, con corrupciones siniestras tanto de la oposición, que hoy se desgarra las vestiduras, como de tu gobierno y de tu partido, que frente a las suyas hacen lo mismo, con (no nos cansamos de repetirlo) más de 300 mil asesinados (la deuda de esos crímenes, tampoco nos cansamos de repetir, no es de gobierno sino de Estado; tú, Andrés, junto con los actuales gobernadores, los llevan a sus espaldas junto con los suyos que forman parte de esa numeralia), con 150 periodistas y activistas asesinados y más de 30 masacres en lo que va de tu gobierno, con más 600 fosas clandestinas y varios campos de exterminio, con cerca de 100 mil desaparecidos y cientos de cuerpos que se apilan en las morgues sin identificación…

Si te escribo es porque, frente a este horror que crece, tengo la necesidad de hacerte una vez más públicamente (la última fue a raíz de la masacre de la familia LeBarón en 2019) el mismo reclamo que las víctimas le hicimos a Calderón y a Peña, quienes aún no han respondido por su responsabilidad frente a tanto sufrimiento; el mismo que al hacértelo a ti le hacemos a la oposición que gobierna algunos estados: ¿Dónde están la verdad, la justicia y la paz que nos prometieron; lo único que, en un país desgarrado por la violencia y la impunidad, justificaría que alguien estuviera al frente de un gobierno? ¿Dónde están, Andrés, los compromisos con las víctimas que sellaste la mañana del 14 de septiembre de 2018 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco? Porque lo único que hemos tenido estos últimos tres años es más muerte, más horror y más sufrimiento. Tal parece que lo único que a ti, a la oposición y al crimen organizado les interesa es disputarse la administración del infierno y reinar, mediante el terror, sobre un suelo plagado de cadáveres. Podría no ser así. Sin embargo, el derrotero que tomaste y el que ha tomado la oposición no dejan ninguna esperanza. El esqueleto de la nación está podrido y lo que se anuncia es un infierno más hondo y más crudo. No tiene, por desgracia, manera de sanarse. Pero en medio de la banalidad del mal a la que tus traiciones a la verdad, a la justicia y a la paz nos han llevado, quería decírtelo para que no se olvide la deuda fundamental que este país tiene consigo mismo.

Puedes echarme encima a la perrera de tus redes sociales, no dejan de hacerlo cada vez que se incomodan; puedes, junto con ellos, difamarme con cualquier falsedad –lo han hecho desde que enfrentamos a Calderón, a Adame, a Peña, a Graco y a los criminales de entonces y de hoy–; puedes incluso perseguirme o ponerme en peligro como lo haces con los periodistas y los defensores de derechos humanos. No me importa. Como todas las víctimas, lo único que nos queda es la dignidad de la palabra que habla por los muertos. Ellos llevan consigo el juicio de la historia que los aguarda al final de la noche.

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