Hace un par de lustros, un escritor estadounidense se atrevió a lanzar al aire una pregunta retórica que muchos tildaron de exageración: «¿Nos está volviendo Google más estúpidos?».
Poco después, ese mismo autor, Nicholas Carr, publicó un superventas del New York Times, finalista del Pullitzer y traducido a 25 idiomas, que le reafirmó como el principal crítico de internet en ese momento: The shallows: what the Internet is doing to our brains («Superficiales: lo que internet está haciendo con nuestras mentes»).
Los hipervínculos no nos permiten concentrarnos, dijo entonces Carr. Hoy traslada su teoría a los celulares que, asegura, debilitan nuestra forma de pensar incluso cuando están apagados.
«Por desgracia, mis predicciones sobre internet se han cumplido y son incluso peores de lo que esperaba», le dice a BBC Mundo.
En esta entrevista con el escritor analizamos sus pronósticos (y cómo han evolucionado a lo largo de esta década).
Han pasado 10 años desde que describiste enThe shallows: what the Internet is doing to our brains («Superficiales: lo que internet está haciendo con nuestras mentes») los efectos perjudiciales que tendría internet en nuestra capacidad de concentración, memoria y procesamiento de la información. ¿Esperabas que el tiempo te diera la razón?
La verdad es que cuando escribí el libro no se habían hecho tantas investigaciones como ahora sobre la influencia de internet en nuestra manera de pensar.
Mi sensación —por mi propia experiencia y por las de otras personas con las que hablé, además de los estudios que se estaban realizado entonces— era que internet iba a suponer un gran cambio en la manera en que pensamos y leemos, pero tenía dudas sobre si estaba dándole demasiada importancia a esa tendencia.
Lamentablemente, los estudios que se han publicado en los últimos años respaldan lo que predije.
De hecho, los efectos adversos de la tecnología en nuestra capacidad mental son incluso mayores de lo que yo me esperaba.
En estos 10 años he analizado interesantes y a la vez aterradoras investigaciones que muestran que, cuando tenemos cerca el teléfono (incluso aunque esté apagado), nuestra capacidad para resolver problemas, concentrarnos e incluso tener conversaciones profundas disminuye.
Nos volvemos tan absortos con la información que nos ofrece el celular que hasta cuando no lo usamos estamos pensando en hacerlo.
El uso de esta tecnología tiene grandes repercusiones mentales porque que nos roba nuestra atención, y eso hace que pensemos más deficientemente.
¿Cuáles son para ti los cambios más preocupantes en nuestra forma de pensar y de procesar información que se derivan del uso de las nuevas tecnologías?
Sabemos que el cerebro humano se adapta a su entorno; nuestra mente se vuelve muy buena en los modos de pensar que practicamos mucho, pero si no los practicamos comienza a perder esa habilidad.
En términos generales, internet nos brinda información de una manera que debilita nuestra capacidad para prestar atención.
Obtenemos una enorme cantidad de información cuando navegamos por internet o cuando usamos el celular, pero nos llega de manera muy fragmentada; muchos pedacitos de información multimedia (sonidos, fotos, imágenes en movimiento, textos) que compiten entre sí, solapándose mutuamente.
A eso hay que sumar las muchísimas interrupciones de las alertas y notificaciones, y el hecho de que sabemos que siempre hay nueva información disponible.
Hemos aprendido a estar constantemente estimulados para recabar pedacitos de información todo el tiempo, pero no nos sentimos estimulados para tomarnos las cosas con calma, para concentrarnos, para estar enfocados en algo, para prestar atención.
¿Por qué te parece grave esa falta en nuestra capacidad de prestar atención?
Las formas más elevadas de pensamiento —la contemplación, la reflexión, la introspección, incluso la respiración profunda— requieren que prestemos atención, que eliminemos las distracciones y las interrupciones.
Sin embargo, la tecnología de internet hace exactamente lo opuesto: nos interrumpe y nos distrae constantemente.
Como consecuencia, estamos perdiendo nuestra capacidad de implicarnos en las formas más elevadas de pensamiento que tenemos disponibles los seres humanos.
Quienes critican la llamada «economía de la atención» o el «capitalismo de vigilancia», que permite a las empresas ganar dinero consiguiendo nuestra atención, ofrecen argumentos similares. Me viene a la cabeza el documental de Netflix «El dilema de las redes sociales». ¿Crees que ahora nos preocupa más que las nuevas tecnologías nos hagan más vulnerables, que tal vez somos más conscientes de ello?
¡Sin duda! Y creo eso es algo muy positivo.
Hace 10 años, cuando escribí The Shallows, todavía estábamos muy entusiasmados con internet, con nuestros nuevos smartphones, con Facebook y Twitter. Nos fascinaba la cantidad de información que obteníamos todo el tiempo.
Yo no fui el único en suscitar preocupaciones pero, sin duda, cuando el libro se publicó hubo muchas críticas y cuestionamientos hacia mis argumentos.
Desde entonces nos hemos vuelto, tanto como individuos como sociedades, mucho más conscientes de que esta tecnología está cambiando cómo pensamos y de que está haciendo que nos resulte mucho más difícil concentrarnos.
La tecnología no es para nada el grandioso boom que se concibió en el 2010. Lo bueno es que al menos nos estamos dando cuenta de nuestra dependencia hacia ella y de los problemas que causa.
Lo que no hemos hecho todavía es pasar de ser conscientes a cambiar nuestro comportamiento… y esa es la parte crucial.
Nos quejamos de los efectos de internet y de las redes sociales, pero nos resulta muy difícil reducir nuestra dependencia.
La contraportada de tu libro recoge la pregunta con la que titulaste un artículo en The Atlanticque tuvo mucha repercusión en 2008: Is Google making us stupid? («¿Nos está volviendo Google más estúpidos?») Si te lo pregunto ahora, ¿qué me respondes?
Pues te diría que sí.
Me explico: hay muchas maneras de pensar y de ser inteligente. Sin duda, Google, al proporcionarnos toda esa información, nos ayuda a ser inteligentes de cierta manera —a investigar más rápidamente, a encontrar información específica que buscamos— pero, a la larga, Google (y otros servicios de internet) quebranta nuestra capacidad de pensar en profundidad.
Partiendo de esa base, creo que Google y otras empresas tienen un efecto perjudicial en el intelecto humano.
Algunos expertos dicen que los nativos digitales tienen un coeficiente intelectual más bajo que sus padres…
Hay algunas indicaciones de que eso sea así, aunque todavía es pronto para sacar conclusones.
Pero podemos observar el famoso efecto Flynn. Durante todo el siglo XX, el coeficiente intelectual subió de manera consistente y continuada. Pero más recientemente, hemos visto algunas señales de que los resultados de tests y pruebas de inteligencia han comenzado a descender.
Creo que habrá que esperar para ver qué pasa, pero esos resultados son reveladores.
Cuando llegó internet, todo el mundo pensó que nos íbamos a volver más inteligentes, pero si te fijas en los indicadores de inteligencia, más bien vemos lo contrario.
Todas las esperanzas que teníamos de que internet nos haría más inteligentes, más abiertos de mente y más intelectualmente conscientes no parecen haberse cumplido.
Más bien estamos yendo hacia la otra dirección. Nos estamos volviendo menos inteligentes, más cerrados de mente y, de cierta manera, intelectualmente limitados por la tecnología.
Algo que ha cambiado mucho en los últimos 10 años es la explosión en el uso de las redes sociales, ¿qué opinas al respecto?
La mayor parte del tiempo que pasamos en internet es usando las redes sociales, que además se han convertido en la principal fuente de información para muchas personas. Pero se nos olvida que las redes sociales no fueron diseñadas para ese propósito.
Tendemos a obtener fragmentos de noticias y de titulares, y terminamos poniendo mucho énfasis en la información que llama nuestra atención al instante, que suele ser muy emocional y muy exagerada, y a menudo son noticias falsas.
Las redes sociales se han beneficiado ampliamente de ello. Eso hace que vivamos en sociedades más polarizadas, que pensemos de manera más emocional y menos racional, aun cuando se trata de asuntos muy complejos.
Hemos visto todo tipo de efectos dañinos que emergen de la pereza y la conveniencia de nuestra decisión de usar las redes sociales como el principal medio para informarnos sobre casi cualquier cosa.
Es un poco triste porque, cuando la gente comenzó a usar internet, todo el mundo pensó que nos permitiría obtener información de fuentes muy diferentes, que cuestionaría nuestras presunciones, que ampliaría nuestra forma de pensar. Pero lo que ha ocurrido es que el suministro de información ha sido controlado por un puñado de grandes tecnológicas.
Esas empresas saben exactamente qué información deben darnos para que sigamos volviendo a por más, para que sigamos adictos a sus servicios.
Como los seres humanos somos animales sociales y tenemos tanta información en las redes socialmente relevante disponible todo el tiempo, tendemos a volvernos más compulsivos cuando usamos esos servicios.
Por un lado, está esa enorme consolidación de poder de las grandes tecnológicas. Por otro, nuestro propio comportamiento, que aumenta nuestra dependencia hacia ellas.
Es fácil sentirnos indefensos. ¿Qué podemos hacer para gestionar esa dependencia?
Hoy día, como sociedad, estamos teniendo dificultades para determinar cómo responder a todos los problemas políticos, sociales y culturales que emergen del hecho de que unas pocas compañías tengan tanto poder sobre la información.
Y creo que todavía no hemos encontrado la respuesta.
La buena noticia es que somos más conscientes de ello y cada vez cuestionamos más el poder de estas empresas, pero no hemos cambiado realmente nuestro comportamiento porque sus servicios nos atraen mucho.
Un cambio de dirección requerirá cambios en el comportamiento individual, cambios legales que establezcan controles en el poder de estas empresas y cambios sociales.
Tendremos que cuestionar nuestras normas sociales, además de nuestros comportamientos, y cambiarlas.
Yo tengo mis dudas sobre si seremos exitosos en eso o no. Dar marcha atrás en este punto de un comportamiento al que ya nos hemos acostumbrado es un reto muy difícil.
La pandemia también ha supuesto un reto y ha cambiando enormemente el uso que hacemos de la tecnología.
Sí, pero también es cierto que si tuviéramos que pasar esta pandemia sin teléfonos, sin computadoras, sin redes sociales y sin aplicaciones para hacer reuniones online sería todavía mucho más complicado y nos sentiríamos todavía más aislados.
Al menos, la tecnología nos ha ayudado a seguir trabajando, estudiando y socializando sin tener que estar presentes físicamente.
Así que, por un lado, deberíamos sentirnos agradecidos de tener estas poderosas herramientas para conectarnos.
Pero también es cierto que ahora nos estamos volviendo todavía más dependientes hacia la tecnología.
Antes de la pandemia ya pasábamos mucho tiempo en internet —recibiendo noticias, teniendo conversaciones, intercambiando fotografías, entreteniendonos— pero con la pandemia la tecnología se ha adentrado más profundamente en nuestra vida diaria. Trabajamos, nos reunimos, vamos a la escuela, compramos y socializamos a través de pantallas.
Me interesa mucho saber qué pasará cuando la pandemia remita.
¿Persistiremos en estos nuevos patrones de comportamiento que nos hacen muy dependientes de la tecnología o nos rebelaremos contra ellos?
¿Y cuál es tu apuesta?
Bueno, la gente es muy consciente de que hacer las cosas de manera remota, aunque es positivo, no es tan satisfactorio como hacerlas físicamente, cara a cara.
Pero también pienso que los seres humanos nos adaptamos muy rápidamente a nuevas maneras de hacer las cosas y puede que terminemos diciendo: «Lo remoto o virtual no es tan bueno, pero es más seguro, más conveniente y más fácil».
Yo supongo que muchas de nuestras nuevas formas de interacción van a continuar cuando remita la pandemia.
Así que probablemente, y a mi pesar, mi apuesta es que persistiremos en este nuevo patrón de comportamiento.