Como liberal que siempre ha defendido la libertad de expresión, me incomodó que las televisoras de Estados Unidos censuraran el discurso del presidente Trump donde alegaba que le habían hecho un fraude electoral. Trump, a todas luces, estaba mintiendo. Sus dichos no estaban acompañados de pruebas que lo comprobaran. Las televisoras, por tanto, cortaron la señal. Defendieron su decisión argumentando que el presidente estaba falseando la información.
¿Deben, entonces, los medios censurar a un político cuando está mintiendo?
El problema no es fácil de resolver. Todos los políticos del mundo mienten en algún momento de sus carreras. Es parte del oficio de la política. Unos más, otros menos. Difícil, en este sentido, que los medios interrumpan la transmisión de un discurso cuando ellos consideren que el político está mintiendo.
Lo que generalmente ocurre en las democracias liberales, donde existen medios de comunicación independientes, es que éstos, después de las declaraciones, realicen fact checking, es decir, la comprobación de los hechos.
La idea es transparentar cuántas mentiras afirmó el político en su intervención. The Washington Post tiene una sección dedicada a las declaraciones falsas o engañosas del presidente Trump. Para el 27 de agosto de 2020, había contado 22 mil 247 en mil 316 días.
La semana pasada, de repente, los medios se cansaron de trasmitir las mentiras de Trump y lo silenciaron. Lo mismo, por cierto, las redes sociales. Tanto Twitter como Facebook retiraron de sus plataformas mensajes donde el presidente afirmaba que iba ganando la elección y que Biden le había hecho fraude.
¿Qué cambió?
Uno, creo, es que los medios finalmente le cobraron la factura a Trump después de muchos años de denostarlos cotidianamente.
Pero también hay un muy interesante argumento de fondo a favor de la censura. Y confieso que me duele aceptarlo como convencido de que las democracias liberales se benefician más con la mayor cantidad posible de libertad de expresión. Me explico.
En Schenck v. Estados Unidos, la Suprema Corte de Justicia de ese país limitó la libertad de expresión. El ministro Oliver Wendell Holmes Jr. lo justificó con un argumento brillante. No se deben permitir expresiones con la intención de producir un crimen, que puedan generar un daño claro e inminente en caso de tener éxito. Ejemplo: no se vale gritar falsamente “fuego” en un teatro lleno de gente, ya que esto puede causar pánico y una estampida con resultados muy lamentables. Suena razonable.
En un caso posterior (Brandenburg v. Ohio), la Corte estadunidense revisó este criterio y decidió que no se puede censurar un discurso enardecedor a menos que tenga el objetivo “de incitar o producir una acción ilegal inminente”. Un motín, por ejemplo. De nuevo, suena sensato.
Vale la pena mencionar que aquí estamos hablando de posibles censuras por parte del Estado. En el caso de Trump, fueron entes privados, las televisoras y redes sociales, las que decidieron no publicar las mentiras presidenciales en sus plataformas.
Creo, no obstante, que sí aplican los criterios establecidos por la Suprema Corte en estos casos. El discurso de fraude electoral de Trump no sólo era falso, sino que podría generar una serie de acciones ilegales inminentes que pusieran en peligro la seguridad de los estadunidenses. Se traba de pronunciamientos incendiarios que bien podrían haber incitado, desde el púlpito presidencial, actos ilícitos como motines y vandalismo.
Luego entonces, no se vale que un presidente utilice el gran poder comunicativo que tiene para esparcir mentiras, enardecer a sus partidarios, generar violencia y poner en peligro la seguridad de los ciudadanos. Eso es lo que CBS, NBC, ABC, Univisión, Facebook y Twitter decidieron. Por eso censuraron las declaraciones de Trump. (Al hacerlo, por cierto, le dieron credibilidad a la acusación del presidente de que los medios fueron parte de una gran conspiración para sacarlo del poder).
Seguramente usted, como yo, también está pensando en nuestro Presidente, quien tiene un estilo muy similar al de Trump. El politólogo Luis Estrada ha realizado un magnífico trabajo de seguimiento de las conferencias matutinas de López Obrador. En su primer año de gobierno, el Presidente mexicano realizó 15 mil 790 afirmaciones no verdaderas (que no se pueden comprobar) en 353 de sus conferencias matutinas. Un promedio de 45 por día. Y huelga decir que, al igual que Trump, AMLO denuesta a todos aquellos que no están de acuerdo con él.
¿Se vale esparcir, desde el púlpito presidencial, mentiras que pueden generar actos ilícitos? En Estados Unidos los medios se cansaron y ya dijeron que no.
Twitter: @leozuckermann