El país está hecho pedazos, y lo peor de todo es que éste sigue rodando, inconsciente, imparable y cuesta abajo (en pleno despeñadero), en dirección hacia el abismo sin fin de la pobreza extrema y la criminalidad ultraviolenta; y todo, al menos de forma más que mayoritaria, gracias a nuestro pésimo presidente y a su fallido partido político (y poner en duda lo anterior es ya de plano estar loco o enfermo de poder, lambisconería y/o fanatismo). Pero, ¿cuál es entonces la solución óptima a este enorme problema que nos aqueja a nosotros, como mexicanos? Pues, por medio de los mecanismos propicios de la república y la democracia, hacer pedazos en las urnas, así como a la brevedad posible, a los causantes directos de tan catastrófica realidad.
Pero, como si no fuera suficiente el tener que lidiar con este históricamente destructivo, peligroso para México, chairo e inepto gobierno, ahora también hay que lidiar con la otra horda de fanáticos, formada básicamente por un sustancioso número de derechairos, que no sólo quiere la renuncia inmediata del presidente, sino que la exige, con todas sus fuerzas.
A ver, vayamos por pasos:
El Licenciado Andrés Manuel López Obrador, es el presidente de México (ese mismo país al que tanto dicen amar los derechairos), y es un presidente que fue elegido de una forma bastante moral, legítima y democrática, así que si exiges su renuncia, de manera automática te estás autoproclamando (aunque ni siquiera te des cuenta de ello) nada menos que como un enemigo directo de la democracia misma e incluso del orden republicano y constitucional que cobija nada menos que al propio poder ejecutivo que el inepto en cuestión preside.
No, no es de auténticos republicanos (democráticos y constitucionalistas) apoyar las locuras pejistas (y ahora derechairas) de hacer consultas patito a medio sexenio para sustituir a un presidente legítimo de una república democrática contemporánea; es, de hecho, incluso de dictadores (pues éstos, precisamente, son contrarios, por definición, a todo orden auténticamente republicano, democrático y constitucionalista), así que los radicales derechairos que defienden tan errada postura, de forma indirecta (pero consecuente) se están manifestando a favor de un régimen dictatorial, aun inexistente, pero claro: no uno como el de López (¡fuchi, guácala!), sino uno “distinto”, uno que a ellos sí les agrade y/o les beneficie sobremanera, lo que es enteramente vomitivo y repudiable.
“¡Pero si AMLO es el verdadero dictador, no nosotros!”, gritan enfurecidos en mi contra los derechairos, a manera de respuesta a mis justificados ataques hacia ellos.
¡No! ¡López no es un dictador! O al menos no más de lo que lo era Porfirio Díaz al recién tomar la presidencia, cuando aquella “ternurita ingenua” solía mentirnos sin escrúpulo alguno, utilizando el risible panfleto de la “no reelección” como el supuesto mantra central y sagrado de su en verdad totalitaria ideología.
Y ojo: lo anterior no quiere decir que Porfirio Díaz no haya tenido nada o incluso mucho de bueno (así que no se me calienten en exceso, mis queridos derechairos), ni tampoco que Obrador no sea un dictadorcillo bananero en potencia (un genuino socialista del siglo XXI de clóset), pero el asunto central es que es nuestro legítimo presidente hoy en día, independientemente de que en 2024 el cínico opte por quitarse la máscara y deje salir del clóset al desquiciado dictador que muy probablemente sí trae adentro. Pero, aun así, insisto: ¡es hoy por hoy nuestro presidente, y uno elegido de forma práctica e incuestionablemente legítima! (así que tampoco no se me calienten en exceso ustedes, mis queridos chairos).
Y como nadie de nosotros tenemos las bolas de cristal (de esas que adivinan el futuro, no sean mal pensados), y lo anterior, aunado a que el juego de la sentencia previa (aquel de la película futurista de Steven Spielberg) es enteramente contrario no sólo a la república y a la democracia, sino a la justicia misma y a la propia presunción de la inocencia, pues entonces mejor, y en lugar de andar de revoltosos a lo idiota, ármense de paciencia y enfóquense en proteger al INE y, sobre todo, en poner a aquel inepto legítimo, de patitas a la calle, pero de forma igualmente legítima, mis queridos derechairos.
Así que, por el amor de Dios, entiendan, conciudadanos míos, que lo que a México auténticamente le urge es una menor cantidad de chairos entre nuestras filas, y no una multiplicación de los mismos, pero ahora de chairos “del otro bando”, para supuestamente “equilibrar las cosas”, como si las dictaduras izquierdosas se combatieran con dictaduras derechosas y viceversa, en vez de por medio (a ambas, por igual) de la democracia y, sobre todo, del balance de poder que nos brindan a todos las repúblicas constitucionalistas.