Hater es un poderoso largometraje polaco, de una impecable factura técnica, que podemos encontrar en la plataforma de Netflix, y que explora de forma profunda y bastante verosímil el alcance en términos de manipulación e incluso de destrucción que puede llegar a obtenerse por medio del “correcto” manejo de las redes sociales.
Dirigida con gran astucia y escrupulosidad por Jan Komasa (previamente nominado al Oscar por otro de sus sofisticados trabajos fílmicos) y escrita prácticamente de ese mismo modo por Mateusz Pacewicz, Hater es una obra contemporánea del séptimo arte que se atreve a introducirnos en la retorcida mente de un psicópata de gran juventud pero enteramente infestado de una ambición desmedida que lo llevará de forma paulatina a convertirse prácticamente en un asesino serial, con incluso ciertos tintes de genocida (o al menos de un auténtico genocida en potencia).
A pesar de sus incuestionables virtudes, sentido de actualidad y originalidad, Hater, lamentablemente, pareciera carecer (al igual que gran parte del arte serio de la era de la posmodernidad), de la valentía que requiere el artista (o al menos el auténtico genio del arte) para plasmar, evidentemente de forma sutil y, sobre todo, altamente estética, su parcial visión cosmogónica dentro de su obra, o al menos concretamente en relación con el fragmento de realidad que el artista ha decidido retratar, y el problema de ello es que, en términos deontológicos, no es esa en realidad la función esencial del artista (la de retratar el mundo de forma enteramente pasiva, tan sólo fotográfica, híper naturalista); es decir, el gran artista nunca pinta la realidad exactamente tal y como es, sino que la altera a su gusto, la reinterpreta con base en su propio talento e inteligencia, transformándola al hacerla atravesar el filtro individual, irrepetible, de la propia sensibilidad estética de su artífice.
Es por ello que Hater, aunque logra plasmar con sobresaliente éxito la polarizada realidad política de la Polonia actual, pareciera permanecer todo el tiempo dentro de una cómoda y tibia postura de neutralidad ante, por ejemplo, la crisis migratoria que en el presente atraviesa gran parte de Europa. Hater pareciera no atreverse a salir de esa zona de confort en dicho sentido, de abandonar valerosamente su tibia neutralidad para declararse, en términos enteramente estéticos, por supuesto, a favor de un bando, a favor del otro o sencillamente en contra de ambos. Y semejante postura (tan aplaudida, por cierto, por la crítica de corte posmoderno) no es capaz de presentar una actitud clara ya ni siquiera en relación con el actuar de un ultra violento asesino, como sí parece lograrlo incluso Kubrick en su cruda y polémica Naranja mecánica de 1971.
Aun así, es laudable su gran realismo, su impecable y creativa dirección fotográfica y la creatividad artística de todo su equipo en general, a pesar, como ya lo mencionaba, de que cuando Hater ya está por hacer caer el telón (y el viaje de Tomasz, su protagonista, ya ha llegado a su fin), una obra de la magnitud de Crimen y castigo de Dostoievski, recién se encuentra iniciando su indescriptible odisea narrativa (pues, literalmente hablando, Raskolnikov, el complejísimo protagonista de dicha obra maestra, recién inicia su transformación interior justo en el momento en el que Tomasz ya ha agotado por completo la totalidad de sus recursos de desarrollo dramático y narrativo).