Don José rebasa los 60 años que, a las 2:00 de la mañana del 15 de agosto, parecen no pesarle. De pie, en una de las calles del centro de la ciudad de Huamantla, en el estado mexicano de Tlaxcala (centro) —una de las entidades con mayor porcentaje de población católica en la nación latinoamericana—, sostiene en sus manos un bote de aserrín pintado con tintes de anilina. Lo mueve de arriba hacia abajo sobre el molde de una flor, hasta que logra rellenarlo, lleva haciéndolo por horas.
Como don José, decenas de artesanos se apuestan a lo largo de casi 8 kilómetros para construir un camino de tapetes multicolores, un proceso que arranca alrededor de las 3:00 de la tarde del 14 de agosto y concluye entre 4:00 y 5:00 de la madrugada del día siguiente para, horas después, ser destruidos. Por eso se le denomina ‘arte efímero‘.
Es ‘La noche que nadie duerme‘, la velada en que este poblado se adorna con los hermosos tapetes para acompañar la procesión de la virgen de la Caridad, patrona de una celebración que dura todo el mes, pero que tiene su cima el 15 de agosto.
«Es el día más importante de las fiestas», dice el cronista de la ciudad, José Hernández Castillo ‘Cheché’, «se recorren más de 7 kilómetros de calles, son los vecinos quienes se cooperan para comprar el material, contratar a los artesanos que van a teñir el aserrín, los moldes y realizarlos», comenta el hombre de 93 años mientras observa desde la entrada del Museo de la Ciudad la confección de los primeros tapetes, poco antes de que comience a caer la tarde.
Así, la noche del 14 de agosto de cada año, los cerca de 95.000 habitantes de la ciudad cambian sus hábitos para no dormir y cambiar los diseños de los tapetes, así como los adornos en las calles donde son colocados.
El origen de este festejo se remonta a 1898, cuando «después de muchos días y noches de lluvias incesantes, las personas sacaron de la iglesia a la virgen de la Caridad en procesión por las calles del centro de la ciudad», explica Carolina Molina, exreina de Huamantla y ciudadana involucrada durante generaciones en la organización de las festividades.
Según esta historia, una vez que concluyó la procesión, cesaron las lluvias y, por ello, comenzaron a realizarse año con año, aunque se suspendieron entre 1914 y 1941 por la persecución religiosa. «Para darle dimensión, los artesanos empezaron a hacer tapetes y alfombras llenas de flores», ahonda Molina, parada junto a una alfombra floral dispuesta en el atrio de la basílica de la señora de la Caridad.
«Las alfombras se cambian diario durante todo el mes: empiezan el 31 de julio con el repique de campanas para llamar a la fiesta. Cada una comienza a realizarse por la tarde y se culmina en la madrugada del día siguiente, los medallones (alusivos a alguna figura religiosa) se introdujeron en 1941″, agrega Carolina.
Un anciano que encabeza al grupo que construirá la alfombra floral entrega dulces a los niños, que se congregan en torno al espacio donde él y su equipo pondrán manos a la obra, algo que hace desde su niñez con la enseñanza de su bisabuelo.
«Nos toma toda la noche, empezamos a las 8:00 de la noche y terminamos como a las 6:00 de la mañana, pero estamos orgullosos de poder hacerlo, de conservar la tradición«, expresa el hombre, mientras su cuadrilla barre las flores de la alfombra que sustituirán, justo frente al llamado Museo de la Fe, en el mismo atrio del recinto religioso.
En el museo, el maestro Efrén Chacón, el alfombrista más reconocido del estado y que ha llevado este arte efímero a diversos festivales en Europa, sombrea a mano alzada el rostro de la virgen de Guadalupe en aserrín y arenilla de colores. Su alfombra es la más esperada en ‘La noche que nadie duerme’. «Es un trabajo que conlleva mucho cariño, fe, nos tomará alrededor de 12 horas, es el rostro de la virgen rodeado de los escudos de los países más católicos de Latinoamérica», refiere Efrén que esta tarde es observado por decenas de personas apostadas incluso en el segundo piso del recinto para seguir el proceso.
A la 1:00 de la mañana, el cielo se llena del estruendo de los fuegos artificiales, que anuncian el recorrido de la figura de la virgen por las calles de Huamantla y que terminará seis horas después. La gente camina empujada por la propia gente, mientras los artesanos continúan confeccionando los tapetes en las últimas calles por donde pasará la imagen.
Al término de la procesión, el lugar de los visitantes —que este año se estimaron en 350.000— lo ocupan cuadrillas de limpieza del municipio, empleados que hacen una especie de danza con las escobas para barrer lo que queda de este arte efímero que volverá a atraer miradas el siguiente año.
Huamantla amanece limpia.