La Wikipedia («Ombudsman de los niños») describe los servicios públicos en defensa del menor que hay en muchos países. No habla de México, quizá porque el Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA) es de creación reciente.
La sociedad civil se adelantó con obras asistenciales. En 1941, se fundó A Favor del Niño, I.A.P. En 1945, Hospital Shriners para Niños, A.C. En 1946, Casa Cuna Hogar Nazareth, A.C. Y docenas más, algunas especializadas, por ejemplo: en niños de la calle o niños desaparecidos.
La desgracia de los niños es que son de un tamaño perfecto para los valientes. La violencia puede ir del vejamen verbal al homicidio, pasando por la discriminación, el acoso, la exhibición digital, la explotación laboral, la mendicidad forzada, los golpes, la privación de la libertad, la violación, la trata y la prostitución.
Según la Organización Mundial de la Salud (30/IX/2016), el 20% de las mujeres y el 8% de los hombres dicen haber sufrido maltrato infantil. En México, según la Secretaría de Salud (Subsistema estadístico de lesiones y violencia), hubo 200,723 egresos hospitalarios por lesiones a menores de 18 años en 2016. Según el Informe anual México 2018 de UNICEF, el 60% de los menores de 15 años recibe agresiones en la escuela, la calle o el hogar.
El abuso requiere la confianza del niño en una autoridad que lo traiciona: padres, parientes, amigos y empleados de la familia; maestros, médicos, sacerdotes, entrenadores deportivos. Es abominable, y lo más abominable de todo es el encubrimiento, que aprovecha el miedo, la vergüenza y la impotencia de la víctima para imponerle silencio y «evitar el escándalo». Como si el escándalo no fuera el abuso mismo, la impunidad y el encubrimiento.
El colmo es acusar a las víctimas, como se hace desde los tiempos bíblicos. Lot no es culpable del incesto con sus hijas: ellas lo emborracharon para acostarse con él (Génesis 19:30-35). En años recientes, se atribuyen juicios semejantes a clérigos destacados: «La pederastia también es culpa de los niños». «Hay menores que consienten, desean e incluso provocan el abuso». Esto vuelve siniestro el dicho de Jesús: «Dejad que los niños se acerquen a mí» (Lucas 18:16).
Freud tuvo pacientes histéricas que le hablaban de haber sufrido abusos sexuales de su padre, y pensó que esa traumática experiencia era una causa de su histeria. A sus colegas les pareció descabellado. ¿Padres abusadores? Imposible. Freud capituló, y acabó diciendo que las pacientes recordaban sus deseos reprimidos, fantasías de su infancia (Wikipedia, «The Freudian Coverup»).
Contra esa tradición, el papa Francisco ha tenido pronunciamientos cada vez más duros, gracias a la presión de asociaciones de víctimas: desde el silencio tradicional (en el arzobispado de Buenos Aires) hasta la cumbre mundial de presidentes de conferencias episcopales (febrero de 2019), donde impuso a los obispos la «tolerancia cero» y la obligación de entregar a los delincuentes a la autoridad civil, en vez de lavar la ropa sucia en casa.
Hace falta una línea dura semejante en escuelas, internados, orfanatorios y gimnasios. En el hogar es más difícil. ¿Quién la impondría? Es más fácil que la víctima huya y se vuelva un niño de la calle.
Resulta significativo que las noticias de los periódicos ventilen casos de hace veinte o treinta años. O sea cuando por fin las víctimas están en posición de animarse a denunciar lo que nadie denunció en su momento. Por el tiempo transcurrido, y porque las acusaciones pueden ser falsas, suelen ser descalificadas. Más aún si el depredador es una figura de peso. Nicaragua tiene una oficina defensora de los niños, un presidente abusador de su hijastra y una primera dama cómplice.
Que las líneas de autoridad hacia abajo sirvan también para transmitir denuncias hacia arriba es inoperante. Hay que construir rutas alternas. En eso consistió el invento sueco del ombudsman.
Que tiene limitaciones, como se ve en el predicamento de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, hostigada por el Estado del cual forma parte. Ahí está la ventaja de la acción ciudadana (con el problema de organizarla y financiarla).
Se puede empezar con un teléfono de ayuda que escuche, apoye y oriente a cualquier hora. Los hay en otros países. Véase helpline en Google.
También hay que crear asociaciones civiles especializadas por sectores: contra los abusos en el mundo escolar, médico, deportivo, religioso.