El adjetivo conocido como feminazi, acuñado en los años noventa, debe ser analizado desde el contexto geo-político y económico del cual se deprende; mismo que pretende como fin último, despojarnos de aquellos derechos y deberes que hemos conquistado a través de las luchas sociales, donde como colectivo de féminas, si queremos igualdad real, esta solo podrá alcanzarse, mediante la aplicación de la equidad, desde el ámbito legal.
Porque la sociedad patriarcal ha fungido como responsable y a la vez cómplice de la explotación y ultraje de millones de mujeres alrededor del mundo; las cuales, son sometidas a las peores vejaciones, debido a que ser mujer es sinónimo de mercancía, siendo esclavizadas de todas las formas posibles en consonancia, con un sentido de cosificación, dependiendo del clima político imperante.
Lo anterior se puede evidenciar, ante la serie de atropellos y continuas violaciones de que hemos sido objeto, perpetradas por siglos desde diversos ámbitos histórico-sociales que nos ubican en la actualidad como ciudadanas sufragistas de “segunda categoría”.
Desde una visión crítico-filosófica del acrónimo, este perpetúa la desigualdad en el sentido estricto del término, tratando de sembrar y legitimar la discordia, desde el propio espacio y dialéctica del vocablo, para de esta forma crear confusión y también aversión, hacia las féminas.
Porque una “feminista comprometida o mujer de voluntad fuerte”, lucha sin descanso: no para tener más derechos y deberes que un hombre, sino para alcanzar los mismos, entendidos como el ejercicio práctico de la justicia que en este caso específico, debe comportarse equitativamente, frente a un colectivo histórico-social que está siendo lesionado, ante su condición de seres humanos con capacidad de elegir y construir su propia realidad.
Así el nazismo al que hace referencia el término, es igual de descabellado que el practicado durante la Segunda Guerra Mundial, debido a que no existe ilación posible desde la semántica, ya que las mujeres desde tiempos inmemoriales, han sido objeto de cosificación ante el patriarcado, el que hasta la fecha, pretende pensar e incluso decidir, lo que es mejor o peor para cada una de nosotras, como si no poseyéramos voluntad propia y menos autodeterminación, entendida esta como libre albedrío.
El nacional socialismo ejecutado por Hitler y al que se apela en la actualidad, bajo el acrónimo de feminazi, hace referencia a una serie de “argumentos” transformados en campañas publicitarias al mejor estilo de Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945, quien fue el encargado de conformar la “moral alemana” mediante un discurso demagogo y agitador de masas, con lemas atrayentes y mensajes subliminales, constituidos por encabezados crípticos que sostenían el hecho de: “ser, no solo seres humanos de libros, sino más bien de carácter”.
Así que como mujeres y a la vez ciudadanas de esta sociedad mundial, el hecho de que se nos catalogue de “carácter fuerte”, implica que las feministas le damos sentido a nuestros actos, apoyándonos pero en la legislación, la cual no solo es letra muerta sino que estipula que todos y todas, somos iguales ante la ley.
Por tanto, la mala propaganda que cataloga a las mujeres empoderadas de feminazis; busca convertirse en (una mentira que repetida mil veces, pretende transformarse en una verdad,) más allá de lo que estipula el ordenamiento jurídico, el cual busca ante todo la equidad social…