De la larga lista de países y personas que han sido agraviadas por Donald Trump, México ha sido de los más apaleados y humillados. Y es un hecho que cuando empiecen las deportaciones masivas de migrantes latinoamericanos la ofensa se extenderá por casi todo el hemisferio.

Con inusitada malicia, Trump convirtió a México en su chivo expiatorio para darle credibilidad a su proyecto de victimización nacional caracterizando a los mexicanos como una plaga que se devora a un país inocente y noble.
Desde el punto de vista político, la táctica de Trump no es inusual. Para poner un ejemplo extremo de su abuso bastaría recordar que Adolfo Hitler representó a los judíos como seres indeseables con el fin de justificar el holocausto y de exaltar la superioridad de la mal llamada ‘raza aria’.

En respuesta a sus agravios, no han faltado mexicanos que han propuesto mirar más hacia América Latina, hacia Oriente y Europa, y menos hacia el norte. Y al mismo tiempo, el sentimiento antiyanqui ha resurgido con fuerza en el mundo. Según una encuesta publicada en México, no solo el 81,2 % de los mexicanos tiene una mala opinión de Trump, sino que la imagen de Estados Unidos en México ha sufrido un enorme deterioro. En la muestra que compara la imagen de siete países se señala que entre enero y febrero del 2017 la de EE. UU. pasó de un 44,3 % de los encuestados que tenía una opinión positiva a un 40,6 % que tiene una opinión negativa. En Colombia, una encuesta de Gallup también muestra un enorme bajón de la imagen de EE. UU. del 70 % que tenía una opinión favorable en agosto del 2016, a 46 % en febrero del 2017.

En Estados Unidos, sin embargo, la imagen de México no se ha desgastado. Otra encuesta de Gallup muestra que el 64 % de los estadounidenses tiene una opinión muy favorable o favorable de México. Sobre todo entre quienes se identifican como demócratas, no entre los republicanos. Un hecho que no debemos olvidar, porque siempre es bueno saber quiénes son nuestros amigos y quiénes, nuestros enemigos.

Otro dato que confirma la confianza que la mayoría de los americanos sienten por México es el turismo: a pesar de la inseguridad y el desprestigio del país propagado por Trump, los estadounidenses siguen llegando a México.

Es innegable que la elección de Trump ha dañado la imagen de EE. UU., pero eso no debe confundirnos. Con todo y Trump, el país sigue atrayendo no solo a migrantes talentosos, sino también a los desposeídos con espíritu emprendedor que creen que en este país encontrarán un futuro mejor al que les ofrecen sus países de origen. Esto no implica que Estados Unidos sea un país “excepcional”, como proclaman los nacionalistas, pero sigue siendo una nación que ofrece muchas oportunidades y una enorme capacidad histórica para absorber y asimilar inmigrantes.

México y América Latina deben repensar no cómo volver al antiamericanismo visceral de antaño, sino cómo resolver los asuntos que han permitido algunos de los abusos de Trump. Por ejemplo, ¿qué se puede hacer para detener la hemorragia de trabajadores emprendedores que emigran al norte? ¿Cómo reducir la dependencia económica y asistencial de Estados Unidos? ¿Cómo fortalecer las instituciones nacionales? ¿Cómo hacer valer el Estado de derecho?

El camino va a ser largo y accidentado, pero no hay que perder la fe. Varias veces en el pasado, Estados Unidos se ha repuesto de las dificultades en las que lo meten los políticos demagogos gracias a la fortaleza de sus instituciones. Estoy seguro de que esta vez se repetirá la historia y los cuatro años de Trump quedarán como una farsa alucinante. Falta ver si los latinoamericanos, y en especial los mexicanos, tenemos el carácter necesario para enmendar nuestras fallas.

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