Llegaron desde diferentes rincones del planeta: un diseñador de moda de Ghana, una maestra de Haití, un albañil de El Salvador , todos pensaban que esta ciudad sería su puerta de entrada a Estados Unidos.
Se imaginaron que pasarían aquí unos días, quizá algunas semanas, planificando la forma de cruzar la frontera. Y luego, de repente, habrían desaparecido. Sayonara, Tijuana.
Pero muchos han quedado atrapados. “Mi objetivo era entrar a Estados Unidos, pero ahora están deportando gente. ¿Cómo podré cruzar ahora?”, cuenta Abdul Karim, un hombre de 35 años de Acra, Ghana. Pasó siete meses cruzando a pie América del Sur y América Central, siendo testigo de palizas y ahogamientos, para finalmente darse por vencido. “Y aquí estoy”, señala Karim, con una sonrisa triste, mientras señala un campo lleno de lodo y tiendas de campaña que funciona como refugio para desplazados.
El gobierno de Barack Obama le redujo a muchos migrantes la posibilidad de entrar a Estados Unidos de forma legal y además aumentó la seguridad para impedir que entrasen ilegalmente. Se espera que ahora Donald Trump intensifique ambas políticas.
Incapaces o reticentes a regresar a sus países de origen, muchos migrantes se quedan aquí. Esta es una crisis sin precedentes de personas sin hogar, varadas a las puertas de Estados Unidos.
Hace tiempo que Tijuana se convirtió en escala para los mexicanos que quieren cruzar al país del norte. En los últimos años se sumaron familias enteras que escapan de la violencia en Honduras, El Salvador y Guatemala. Más recientemente, y llamativamente, aumentó la llegada de asiáticos, africanos y especialmente haitianos. Se calcula que unos 15.000 inmigrantes de fuera de América Latina cruzaron la frontera de Baja California el año pasado, una cifra cinco veces mayor a la del 2015. Así, Tijuana parece una sala de espera global. O un limbo.
“ Tienen que aprender español y aprender sobre México. Sobre cómo funcionan las cosas y cómo no funcionan”, explica Soraya Vázquez, una abogada que ayuda a coordinar docenas de refugios financiados por iglesias y grupos de voluntarios. “Espero que esto sea un nuevo sueño para ellos, y no una pesadilla. Pero estoy preocupada”, añade.
Precios en dólares, salarios en pesos
Los inmigrantes se encuentran con una ciudad en expansión de 1,7 millones de almas. Podría haber sido imaginada por un Dickens latinoamericano. Edificios de lujo ofrecen vistas a barrios empobrecidos. Las tiendas y restaurantes de alta cocina de Zona Rio dan paso a los chiringuitos de tacos y burdeles de la Zona Norte. Muchos estadounidenses vienen por el día en busca de atención médica y medicamentos baratos, mientras las pandillas se disputan el negocio del narcotráfico (el año pasado fueron asesinadas 900 personas, todo un récord). Un imponente muro de hormigón y metal marca el límite norte de la ciudad. Del otro lado ondean banderas estadounidenses.
Miles de inmigrantes sin hogar están repartidos por toda la ciudad en refugios abarrotados, en condiciones que van desde adecuadas a lamentables, o sobreviven en la indignidad total, en las calles o bajo puentes. En lugar de estar ganando en dólares para enviar dinero a sus países, descubren una cruel ironía: los precios en Tijuana, incluidos los alquileres, son altísimos por la cercanía a una economía en dólares. Sin embargo, los salarios son en pesos mexicanos, lo cual se convierte en una fórmula perfecta para la pobreza.
Karim solía diseñar y fabricar camisetas en Acra, antes de pedir prestada una cifra equivalente a los salarios de media vida para viajar a Brasil. Ahora gana 10 dólares al día limpiando un restaurante en Tijuana. No es suficiente para dejar el refugio donde convive con otras 200 personas, donde duermen en colchones mojados por la lluvia y comparten sólo tres lavabos. Mucho menos le alcanza para enviar dinero a su mujer y a sus tres hijos que dejó en Ghana .
Es la amarga recompensa tras una travesía por Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua y Guatemala. Cuenta que los policías corruptos y los traficantes extorsionan y maltratan a los inmigrantes. Lo peor fue cruzar la selva para llegar a Panamá. Los migrantes se apiñaban para protegerse de los depredadores humanos y animales, a veces contando con la ayuda de tribus indígenas. La gente desaparecía intentando cruzar los ríos a nado. “No había botes, no había botes”, relata Karim agitando la cabeza.
Para el grupo de tijuanenses a la fuerza existe una sensación de promesa incumplida. Después de que un terremoto devastara Haití en 2010, decenas de miles de ciudadanos huyeron a Brasil, donde había mucho trabajo. Cuando la economía empeoró, algunos se marcharon a Estados Unidos, donde un visado humanitario les permitía a los haitianos indocumentados quedarse en el país durante tres años. Pero en los últimos meses del gobierno de Obama se frenaron los permisos.
A través de WhatsApp, los haitianos en Tijuana siguen los pasos de aquellos que entraron a Estados Unidos y terminaron con el peor destino posible: deportados a Puerto Príncipe. Jackson Blusen, electricista, habla por muchos aquí en el refugio cuando dice que preferiría perder la cita con los funcionarios estadounidenses antes que correr el riesgo de ser deportado a Haití. “Tengo miedo”.
4.000 haitianos en Tijuana
Las autoridades mexicanas, excusándose en la falta de recursos y otras dificultades, no han abierto ningún refugio para el contingente de haitianos en Tijuana, que se estima en 4.000 personas y que sigue creciendo. Iglesias y grupos de voluntarios han llenado el vacío, ampliando los refugios ya existentes y abriendo más de 30 refugios nuevos.
Vázquez y Adriana Reyna, miembros del comité de coordinación , nos muestran el refugio y nos dejan ver la presión bajo la cual trabajan. A cada paso les reclaman pollo, tiendas de campaña, café, medicamentos, traducciones, calzado y asesoramiento legal. Sin donaciones, el lugar colapsaría. “Tijuana fue fundada por migrantes,” señala Vázquez. “La mayoría de la gente ha sido solidaria.”
“ Creo que me quedaré en México,” afirma Christopher Faustin, un hombre de 34 años que vive en un refugio a las afueras de Tijuana. “México no ofrece lo que buscamos, pero es mejor que Haití.” Al fondo en el refugio, unos hombres se arrodillaban para rezar a Dios en su lengua criolla.
Para cuando llegan a Tijuana, muchos inmigrantes no tienen dinero y muchos están ya devastados. José Grandes, un joven de 27 años, se sienta en el refugio, solo, con su intensa mirada perdida. Es homosexual, y dice que huyó de Honduras después de que torturaran a su novio. “Ellos no conocen mi poder. Yo tengo poderes mágicos”, asegura. Cuando le preguntamos si tiene planes de buscar alojamiento o de cruzar a Estados Unidos, sonríe. “Si conocierais mi poder, os daría miedo”.
Los inmigrantes en Tijuana siempre evalúan formas de cruzar a Estados Unidos, si es que encuentran una. Cruzar escondido en un coche o con documentos falsos puede costar casi 20.000 euros. Los que no cuentan con esos recursos, que son la mayoría de los migrantes que viven en la ciudad, pueden intentar pedir el dinero prestado, intentar entrar llevando drogas o cruzar solos, corriendo el riesgo de ser capturados por la policía de frontera.
O pueden simplemente olvidarse de Estados Unidos. Pero incluso aquellos en una situación más que desesperante son incapaces de hacerlo: los indigentes y drogadictos que viven en los callejones y los pasos subterráneos inundados de aguas residuales y basura en la zona conocida como El Bordo, que linda con la frontera. La mayoría son mexicanos, muchos de ellos deportados. Pasan el día en las aceras, compartiendo botellas, jeringuillas e historias.
Tanto Juan Cevalles, de 38 años, como Orlando Pérez, de 29, tienen familiares en California y ahora duermen bajo un puente. Encienden una fogata y beben mezcal para entrar en calor. No les molesta que a los haitianos les hayan dado colchones. “Está bien. Su país ha quedado en ruinas, necesitan ayuda,” dijo Cevalles. Él tiene un “plan” para volver a entrar en Estados Unidos. “Iré a las montañas, o a la playa.” ¿Y luego? “Esperar a que llegue la neblina”.
Traducido por Lucía Balducci