Millones de columnas internacionales han hablado sobre el impacto negativo de Donald Trump en su campaña hacia la Casa Blanca. Su visita a México provocó reacciones anti-norteamericanas no vistas desde los 1980s. Muy poco se ha dicho, sin embargo, sobre las consecuencias imprevistas y positivas que su discurso xenófobo y misógino ha dejado tanto en Estados Unidos como en México.

Las mujeres no sólo están acabando con las aspiraciones presidenciales de Trump, sino que también se están empoderando. En 2012 se observó una brecha de género en las elecciones presidenciales—el 55% de los votantes demócratas fueron mujeres.
Este año, la brecha será mucho mayor. Según el centro de análisis FiveThirtyEight, si únicamente votaran las mujeres en estas elecciones, la demócrata Hillary Clinton ganaría 458 de los 538 votos del Colegio Electoral de Estados Unidos. Es decir, provocaría la mayor paliza electoral en la historia de Estados Unidos.

Las mujeres estadounidenses se están movilizando. Desde la semana pasada, con el inicio del voto anticipado (early ballot), tan sólo en Carolina del Norte, estado tradicionalmente republicano, 87 mil mujeres demócratas ya emitieron sus votos. En Florida y Georgia la historia es similar; más del 50% de los votantes anticipados han sido mujeres.
Las mujeres están enojadas ante los comentarios denigrantes de Trump y están dispuestas a impedir que llegue a la Casa Blanca. De acuerdo con el centro de investigaciones de Washington D.C., Brookings Institution, mujeres caucásicas que han terminado la universidad, quienes usualmente votarían por el partido republicano, este año están canalizando su voto hacia Hillary. Este voto, aunado al de las mujeres pertenecientes a las minorías afroamericanas, latinas y asiáticas, tendrá un poder determinante para el resultado final de la elección. Latino Decisions ha señalado que cerca del 80% del total de mujeres de origen latino votará por Clinton.

Trump ha sido clave en la emergencia de una nueva estrella política en Estados Unidos, Michelle Obama, la primera dama. Michelle ha trabajado afanosamente en el empoderamiento de las niñas y mujeres, mejorando su acceso a la educación y oportunidades laborales. Es una mujer con enorme legitimidad, pues proviene de un barrio muy pobre de Chicago y fue la primera de su familia en asistir a la universidad. Terminó la carrera de Leyes en la Universidad de Harvard. Durante este año electoral, Michelle ha irrumpido con su carisma, fortaleza y popularidad:
“Tenemos voz. Tenemos voto. Y el 8 de noviembre, nosotras como mujeres, como estadounidenses, como seres humanos decentes debemos unirnos y declarar que ya basta, y que no toleraremos este tipo de comportamiento [misógino] en este país”.

Trump también está empoderando a las minorías étnicas, pues las está acicateando a registrarse y salir a votar. Esta elección será la más diversa de la historia. De un electorado de más de 218 millones, el 69% es blanco, 12% afroamericano, 12% latino, y 4% asiático.

Los asiáticos son el grupo racial de mayor crecimiento en Estados Unidos—aumentó 43% durante la década pasada. Esta población aporta cerca de medio millón de votantes cada elección presidencial. Según Asian American Decisions, el 78% del electorado asiático apoyará a Clinton y el 22% a Trump.

Según la encuesta de NBC News/ Wall Street Journal/Telemundo, 8 de cada 10 latinos está decidido a votar. Claramente, el enojo y miedo que despierta Trump han sido un estímulo para impulsar el voto latino.
En relación a México, Trump ha causado, entre otras, dos reacciones positivas: despertó al gigante dormido—la diáspora—y de paso, a nuestra diplomacia.

En Estados Unidos hay 36 millones de personas de origen mexicano: una tercera parte migrantes, una tercera parte mexicoamericanos de segunda generación y otra tercera parte mexicoamericanos de tercera generación en adelante. Esto hace que la diáspora sea muy heterogénea. El recién llegado de Yucatán o Jalisco, no tiene nada que ver con el doctor o abogado mexicoamericano de cuarta generación.
Sin embargo, hoy existe una causa común para todos: impedir que Trump llegue a la presidencia. De manera que, desde el más humilde club de oriundos hasta los empresarios más encumbrados, se han movilizado en contra del “trompas”.

La diplomacia mexicana estaba adormilada. Desde las épocas de TLCAN los diplomáticos mexicanos insisten que la relación pasa por su “mejor momento”. Efectivamente, hay buenos niveles de diálogo y confianza inter-gubernamental. Sin embargo, México había perdido su poder de cabildeo en Washington y en los centros de poder de este país. El ascenso de Trump permitió constatar que no tenemos manera de frenar a un demagogo que se dedica a mancillar el nombre de México y los mexicanos. La reacción de la diplomacia mexicana va por el buen camino. La red consular mexicana en Estados Unidos, la más grande de cualquier país en el mundo está transformando su mandato.
En especial los consulados generales (19) están evolucionando a embajadas regionales. Es decir, centros de promoción económica y cabildeo político, que requieren encontrar a nuestros aliados naturales –ya sea empresarios con intereses en México, patrones necesitados de mano de obra mexicana o simplemente políticos progresista pro-migración. La diplomacia mexicana está activamente aprendiendo del lobby judío: Si te metes con Israel o con un judío, pagarás un precio.

Ni Estados Unidos ni la relación bilateral volverán a ser los mismos después de Trump. No todo el saldo, sin embargo, será negativo.

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