“Soy fronterizo”, afirma Antonio Díaz de Sandi cuando alguien le pregunta sobre su nacionalidad, una condición que ha marcado su estilo de vida desde pequeño.
Antonio, cocreador del blog de gastronomía y estilo de vida Life & Food, nació en San Diego y vivió 18 años en Tijuana. Una época de la que recuerda haberse levantado todos los días a las cinco de la mañana para cruzar la frontera y llegar a la escuela.
Ahora que vive de nuevo en San Diego con su esposa Kristin y su hijo, hace el trayecto inverso al menos tres veces por semana: “por trabajo, para ir a comprar algún producto al supermercado, a veces para comer… Mi casa está a diez minutos de Tijuana, más cerca que del centro de San Diego”, cuenta Antonio, quien ha hecho de la migración su cotidianidad, siempre “con un pie en México y otro en Estados Unidos”.
Todos los fines de semana él y su esposa cruzan a Tijuana con un pequeño grupo de personas: “la mayoría son estadounidenses, algunos locales, otros vienen de Los Ángeles”. Los traen la curiosidad y el apetito. La curiosidad por probar la cocina mexicana por primera vez o por revisitar un destino generalmente asociado con las noches de juerga desmedida en ‘La Revu’ (el sobrenombre de la avenida Revolución), una de las calles más emblemáticas de la ciudad, en la que el folclor y los retratos con el ‘burro zebra’ se alternan con restaurantes y galerías independientes que han dado una nueva vida a la zona.
“Queremos mostrar esa vida de frontera que no se conoce”, que permanence anónima hasta que se prueba. Esa vida que ha hecho de Baja California uno de los estados más efervescentes de la escena gastronómica de México y paulatinamente de California, con Tijuana y su comida callejera, Ensenada y sus mariscos, Popotla y sus centollos gigantes o el Valle de Guadalupe y sus vinos y cultura farm to table.
“Nuestra misión no es hacer un recorrido turístico sino mostrarle a la gente cómo vivimos en la frontera y celebrar el aspecto cultural de la comida”, continúa el anfitrión de estas experiencias y miembro del Club Tengo Hambre (CTH), un supper club que nació para hacer un registro del “renacimiento cultural de Baja California y su emergente escena culinaria y enológica” de la mano de los blogueros Bill Esparza de Street Gourmet LA, Jason Thomas Fritz de Tijuanalandia y los Díaz de Sandi de Life & Food.
“No se trata de un club al que te tienen que invitar o para el que tienes que comprar una membresía”, aclara Antonio. La dinámica es más casual y, para decirlo pronto, es bienvenido cualquiera que quiera comer bien.
Cuando el CTH se detiene en Tijuana, gran parte de la experiencia se centra en la cocina callejera o street food. “Es una cocina que siempre ha estado ahí pero que se ha revalorado y es un buen ejemplo de la multiculturalidad que hay en Tijuana”, apunta Antonio antes de llevar a sus invitados a locales como las Tortas ‘del Wash’ –unos emparedados de carne asada con mucho guacamole y salsa picante que se hicieron conocer en un negocio informal fuera de un auto lavado–, o los famosos tacos de asada de los ‘Tacos Frank’.
Aunque varios de los lugares inclidos en el recorrido tienen décadas funcionando, Antonio es testigo de un cambio en la vida gastronómica que se ha vuelto parte de la identidad de la ciudad: “ha cambiado la forma en que los tijuanenses comemos y bebemos, somos más curiosos, más informados”.
A estos lugares de tradición se les han unido food trucks con propuestas más contemporáneas, parques gastronómicos, restaurantes y cervecerías artesanales, influidas por un movimiento surgido en San Diego, una ciudad que produce alrededor de 60,000 barriles al año de acuerdo con un estudio sobre el impacto económico de la producción de cerveza en San Diego.
Este florecimiento gastronómico no es un hecho aislado en vida de la ciudad. Tijuana (y otras ciudades de la frontera mexicana, como Mexicali o Ensenada) también se han hecho notar por la llegada (o el regreso) de artistas contemporáneos y por la apertura de galerías independientes, centros culturales y foros para conciertos.
Justo en el centro de la ciudad, en el local que solía ser una tienda de joyas, está La Blástula, dirigida por Julián Plascencia, hermano del chef y restaurantero Javier Plascencia y organizador del festival Tijuana Jazz & Blues, un encuentro que se realiza una vez al año en la calle Revolución “con la intención de promover a esta avenida como un patrimonio histórico” de la ciudad.
Otros proyectos independientes retomaron espacios en zonas de tolerancia: en los últimos cinco años artistas de diferentes disciplinas viven y trabajan en la colonia Federal, una zona de Tijuana cerca de la frontera que, justo por su ubicación, estaba destinada a la construcción de viviendas para empleados y oficiales de aduana.
En uno de los edificios de esta colonia se construyó un túnel con acceso a un estacionamiento en Estados Unidos que fue durante mucho tiempo un paso para el tráfico ilegal de drogas. Tres años después de que el túnel fuera descubierto por las autoridades en el 2004, se construyó en el edificio la Casa del Túnel un proyecto del Consejo Fronterizo para la Cultura y las Artes. Desde su apertura La Casa del Túnel fue el escenario de una intensa actividad cultural: tertulias literarias, conciertos, exposiciones de artistas locales nacionales.
«Todo florece al mismo tiempo», dice el chef Miguel Ángel Guerrero, tijuanense de cuarta generación: “ahora una de cada tres personas que vienen a Tijuana se queda para comer”, ya no se le ve como un lugar de paso sino como un destino, un destino cultural y gastronómico.