Para que un hombre y una mujer se puedan conectar, a cualquier nivel, se requiere de un ingrediente casi mágico del que muy pocos sabemos cómo es que funciona a ciencia cierta. Me refiero a la afinidad, la cual, a medida que la relación va siendo más compleja y vinculada, necesita ser más y mejor definida, sobre todo si a lo que aspiramos es a tener éxito principalmente en nuestras relaciones de pareja.
Sin embargo, cuando nos estamos refiriendo al macrocosmos que se forja, primero en un noviazgo y posteriormente en un matrimonio, es muy importante intentar comprender cómo es que ese lazo, casi siempre invisible e intangible, pero irrefutablemente existente, nos permite alcanzar un nivel de entendimiento extraordinario con esa persona a la que elegimos para compartir nuestras vidas.
Antes que nada debemos desechar pensamientos ñoños y superficiales con los que queremos fundamentar y justificar nuestras decisiones más importantes. La afinidad va más allá de que “a él/ella le gusten los atardeceres tanto como a mí”, que “a los dos siempre nos han dado miedo las arañas” o que “¡es increíble; cuando estamos deprimidos a los dos nos encanta ir de compras”. Nada de eso. Por principio de cuentas tenemos que aprender a identificar las coincidencias, que son una cosa y la afinidad, que es otra… totalmente distinta.
Refiriéndonos de manera exclusiva a las parejas, existen tres tipos de afinidad:
1) La afinidad física-atracción-física; 2) la afinidad intelectual y social y 3) la afinidad interna-conexión interna.
La primera se detona cuando dos sujetos (un hombre y una mujer, en la mayoría de los casos) se identifican por primera vez y se encuentran atractivos el uno al otro, lo que provoca una química que los impulsa a quererse volver a ver para conocerse mejor y compartir momentos juntos. Pero, ojo, esta afinidad suele ser sumamente engañosa, porque dura muy poco tiempo, por lo que debes tener mucho cuidado si quieres construir una relación basándote en esta clase de afinidad. El enamoramiento físico nos tiende muchas trampas y una de ellas es hacernos creer que somos afines a alguien cuando no lo somos.
La segunda clase de afinidad cuando ocurre el intercambio de ideas y conceptos, y la pareja descubre que existe similitud en sus intereses, que pueden ser culturales, intelectuales, sociales, personales e incluso sexuales. Y no es requisito que sean idénticos o similares, sino complementarios, aunque esta clase de afinidad, que posee una base más firme, no necesariamente augurará felicidad y estabilidad en el futuro a largo plazo de una pareja.
La tercera y última afinidad, probablemente la más importante de todas, es aquélla cuando las metas, los ideales y los propósitos que tiene cada ser humano, así como su manera de alcanzarlos, poseen una gran concordancia y similitud con la otra persona. Aquí es cuando hombres y mujeres alcanzan una admirable capacidad para llenar todos esos vacíos que causan las dos primeras afinidades a las que me referí, puesto que ésta se fundamenta en los principios y los valores de cada individuo.
Sin embargo, no deben olvidar en ningún momento que la comunicación (verbal y no verbal), la aceptación del uno por el otro, amar sin esperar nada a cambio, olvidar las imposiciones y, sobre todo, apreciar cada detalle de su relación, serán ingredientes trascendentales para consolidar esa afinidad que conduce al respeto y a la madurez.
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