¡Vaya interrogante la de esta semana!, ¿no creen? La respuesta es simple y contundente, pero sumamente compleja: ¡¡¡¡No!!!! Cuando menos, estadísticamente hablando, está sustentado y comprobado que son mínimos los casos de hombres casados que deciden dejar atrás su matrimonio (sin importar cuán complicadas sean las aristas de la convivencia con sus esposas) para convertir a las amantes en sus esposas oficiales.
Sin embargo, ¿por qué, cuando menos en nuestra sociedad (tan llena de prejuicios), cada vez es mayor la cantidad de mujeres que aceptan convertirse en amantes de hombres matrimoniados que difícilmente se divorciarían de sus esposas para casarse con ellas? Ciertamente no es cosa sencilla comprender la psique de estas mujeres, pero lo que llama poderosamente la atención es que muchas de se sumergen a estas relaciones tan llenas de desventajas para ellas con la esperanza de convertirse en la esposa oficial de fulanito de tal.
Para un hombre casado las necesidades de su familia (esposa e hijos) siempre estarán en un primer plano, sin importar que el interfecto en sus conversaciones constantemente vocifere que su mujer y sus chamacos lo tienen harto.
Otra circunstancia a considerar, probablemente la más compleja en el aspecto social, es que bajo ninguna circunstancia un hombre casado presenta a su amante con sus amigos o su familia y si alguno de éstos lo descubre en algún lugar público, éste se sentiría terriblemente avergonzado. Obviamente, la estrategia para «compensar» esta terrible situación es concederle a la amante en lo privado lo que no le puede dar abiertamente.
Asimismo, las amantes difícilmente ocupan un sitio en los planes de largo plazo de un hombre casado. Claro está, momentáneamente son una novedad, hay pasión, sexo desenfrenado, algunas podrán obtener ciertos estabilizadores materiales importantes (como un departamento, un automóvil, una suma monetaria mensual para sus gastos, etcétera), pero todo esto se diluirá con el paso del tiempo y en vías de que el sinvergüenza se encuentre a otra que se convierta en el nuevo objeto de su deseo.
Por supuesto que un hombre casado con una amante es a todas luces un mentiroso. Un mentiroso que le miente las 24 horas del día a la esposa, a los hijos y a los amigos; porque sólo con mentiras se puede ocultar que se está viviendo en adulterio. Así que, por lógica, también le miente a la amante… o a las amantes. Porque nada asegura que pueda tener más de una, ¿cierto?
Y lo peor de todo, cuando menos desde mi punto de vista, es que una amante no tiene ningún derecho de reclamarle ¡ABSOLUTAMENTE NADA! a su hombre. Ni económica, ni financiera, ni emocionalmente. En el terreno de lo tangible, una mujer que acepta el rol de amante prácticamente no existe ante los ojos de los demás… mucho menos ante los ojos de la ley. Triste pero verdadero.
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