Si gana Morena la elección presidencial de 2024, ¿controlará López Obrador al próximo mandatario desde su rancho en Chiapas? ¿Habrá en México otro Maximato como hubo entre 1928 y 1934?

Son preguntas que me hacen con frecuencia. Y es que hay mucha gente que piensa que el actual Presidente no dejará la política, como ha anunciado, sino que seguirá en el papel de líder máximo de la llamada Cuarta Transformación.

Yo no lo creo. Veo muy difícil que el próximo presidente se deje mangonear por López Obrador. Al fin y al cabo, en México existe una tradición política que data de 1936 cuando Lázaro Cárdenas envió al exilio al jefe máximo de la Revolución, Plutarco Elías Calles, quien era el que verdaderamente mandó durante las presidencias de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez.

Cárdenas llegó a la Presidencia y comenzó la costumbre, hasta hoy presente, que los exmandatarios debían mantener un perfil político bajo porque, de lo contrario, el presidente podía castigarlos con el poder del Estado.

Llevo ya varios presidentes en mi vida y puedo afirmar que, en cuanto se sientan en la silla, les dan ganas de ejercer ellos solos el poder presidencial. No quiere compartirlo con nadie. Además, esa silla transpira el espíritu del general Cárdenas, quien, se deshizo de su titiritero enviándolo a California y purgando a todos los callistas de los aparatos político y gubernamental.

Nuestro régimen político está diseñado, en sus reglas formales e informales, para que el presidente en turno tenga muchísimo más poder que cualquier exmandatario. Yo no dudo que haya habido expresidentes tentados a seguir influyendo en sus sucesores. Pero se quedaron con las ganas porque no los dejaron.

Por eso, dudo que podamos tener otro Maximato en México. Sin embargo…

Creo que López Obrador sabe esto y, por eso, desde ahora quiere cambiar reglas fundamentales para que el próximo presidente no pueda modificar cosas que a él le gustan. Por ejemplo: la militarización de la seguridad pública.

Ayer, la coalición gobernante de Morena, PT y el Verde, junto a sus flamantes amiguitos del PRI, aprobaron en la Cámara de Diputados una reforma constitucional para ampliar el plazo hasta 2028 en que las Fuerzas Armadas pueden desempeñar labores de seguridad pública. En la práctica, se está imponiendo el mismo modelo de López Obrador cuatro años más allá de su Presidencia. Modelo, por cierto, fallido, si se toman en cuenta los malos resultados que hay este sexenio en homicidios, secuestros, extorsiones y robos.

El próximo presidente va a tener muy poco margen de acción para cambiar este modelo.

Digamos que en 2024 gana la candidata favorita de López Obrador: Claudia Sheinbaum. La hoy jefa de Gobierno de la Ciudad de México ha hecho una buena labor de seguridad en la capital. Tiene, quizás, a la policía civil más profesional del país al mando de un eficaz jefe también civil: Omar García Harfuch. De llegar a la presidencia, Sheinbaum podría aplicar este modelo de poderosas policías estatales civiles en las 32 entidades de la Federación como alternativa a la militarización que tan malos resultados ha dado.

Pero no va a poder porque, en la Constitución, ya están la Guardia Nacional y el permiso para que los militares se queden los primeros cuatro años del siguiente gobierno haciendo labores de seguridad.

Francamente no veo a Claudia enfrentándose al Ejército y la Marina para obligarlos a retirarse y dar paso a policías estatales civiles como ella tuvo en la capital. (Amén, hay que decirlo, que quizá los militares no le harían caso porque son bastante misóginos y no van aceptar fácilmente las órdenes de una mujer).

Los militares actualmente están ayudando a la policía capitalina con inteligencia y en ciertos operativos. Eso no está mal. Su papel es secundario, no protagónico. En la Ciudad de México, los civiles mandan en materia de seguridad. Eso es lo que queremos muchos para todo el país.

Si López Obrador está promoviendo la reforma constitucional para ampliar hasta 2028 la permanencia de las Fuerzas Armadas en seguridad pública, es porque no confía en que sus delfines vayan a continuar con su modelo militarista. Al parecer, sospecha hasta de su favorita. Por eso, desde ahora, les está amarrando las manos a sus corcholatas. Y esto es una manera indirecta de influir en el futuro poniéndole límites al próximo presidente. No serán sus títeres como en el Maximato, pero López Obrador sí está trascendiendo, desde hoy, más allá de su sexenio a través de maniobras muy cuestionables.

 

Twitter: @leozuckerman

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