¿Hasta dónde un gobierno debe centralizar o descentralizar sus compras multimillonarias? El tema es viejo e irresoluto. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador fue clarísimo desde la campaña: ellos centralizarían todas las compras en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP). Crearían un enorme comprador para aprovechar economías de escala, tener una mayor capacidad de negociación (poder monopsónico) y combatir la corrupción (en el sistema descentralizado existían sospechosas diferencias en los precios de las distintas dependencias; una secretaría, por ejemplo, adquiría cierto coche a un precio y otra a uno mucho mayor).

Son argumentos convincentes. Sin embargo, una cosa es la teoría y otra es la práctica. Como suele ser el caso del actual gobierno, lo implementaron mal y rápido. El resultado ha sido la escasez de distintos bienes y servicios para que los organismos gubernamentales puedan operar bien. El caso más sonado es el de la salud pública con consecuencias literalmente mortales.

Una buena centralización puede, efectivamente, producir efectos positivos para la sociedad (lo que los economistas llaman como una “mejora de Pareto”). También puede, sin embargo, generar consecuencias negativas. Nada lo ilustra mejor que la economía soviética, donde todos los intercambios se decidían con una planeación central. Los planeadores en Moscú decidían cuántas hogazas de pan tenían que consumirse en Vladivostok a más de nueve mil kilómetros de distancia. El resultado fue una escasez generalizada de bienes y servicios que, a la postre, quebró a la URSS. Podían enviar satélites al espacio, pero no proveer papel de baño a toda la población.

La mejor anécdota sobre la estupidez de la economía centralmente planificada me la contó un cubano que trabajaba en los muelles de La Habana. El sistema también se usaba para los intercambios comerciales entre los países de la órbita soviética, a través del Consejo de Ayuda Mutua Económica (Comecon). Desde Moscú, se hacía la planeación de cuánto le tocaba a cada país de lo que producían los otros. De la azúcar cubana, tantas toneladas se iban a la URSS, Hungría, Polonia, etcétera. Lo mismo con los zapatos rusos, el acero alemán o los fusiles checos. Un buen día llegó un buque a La Habana cargado de mercancías del Comecon. De un contenedor apareció una máquina que nadie reconocía. De pronto, un cubano que había pasado un tiempo en la URSS lo recordó: “es un removedor de nieve”. Un burócrata en Moscú, que no sabía del clima caribeño, lo había enviado. Así tocaba de acuerdo a la matriz insumo-producto del Comecon. Ingenuo, le dije a mi interlocutor que me imaginaba el papeleo burocrático para regresar la máquina. Los cubanos, sin embargo, no la retornaron, sino que la desmantelaron para usar las piezas en otras maquinarias en la que había escasez de repuestos.

En México estamos lejísimos de este tipo de situaciones absurdas. Aquí tenemos una economía predominantemente de mercado. El riesgo de la centralización de las compras es, en todo caso, para las instituciones gubernamentales de tal suerte que no puedan operar eficazmente.

Ya lo estamos viendo con la escasez de medicamentos en los hospitales públicos. El error, me parece, es haber centralizado todas las compras de sopetón. El gobierno debió haber definido prioridades. Comenzar con dos o tres productos de los más importantes. Conformar el equipo de compradores y desarrollar los sistemas de cómputo y logística. Ir aprendiendo en el camino. Evaluar y enmendar los errores. Gradualmente, conforme fuera funcionando, subir a la plataforma centralizada más y más bienes y servicios.

Sin embargo, así no funciona la Cuarta Transformación. Como están en la épica de construir un país nuevo desde cero, la directriz fue tajante: a partir del primero de diciembre sólo compra Hacienda. Supongo que la encargada de hacerlo, Raquel Buenrostro, se ha de estar volviendo loca. Ya es tiempo, más bien, de poner orden al caos, como dijo el Presidente. Elaborar una lista de bienes y servicios que no pueden faltar por las graves consecuencias que esto podría acarrear.

La intención de centralizar las compras puede ser buena. Pero hacerlo a rajatabla, sin prioridades, ha sido un desastre. Un desastre que, en el caso del sistema de salud pública, está teniendo consecuencias letales.

Si no corrigen, corren el riesgo de acabar enviando píldoras para la disfunción eréctil a los hospitales infantiles públicos. Así de absurdo. Como la quitanieves de La Habana.

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