Hay ocasiones en las que daría mucho gusto estar equivocado y ser desmentido por la realidad de manera contundente.

 Hay ocasiones en las que duele estar en lo correcto porque al margen de que se validen las afirmaciones hechas, uno sabe que la sociedad, y a veces incluso quienes nos rodean, pueden padecer.

Es el caso de lo que está sucediendo con la pandemia.

Quisiera dejar de escribir de este tema. Pero, los hechos están demostrando que es necesario no quitar el dedo del renglón para tratar de llamar la atención en aquello que la autoridad –a veces piensa uno– quisiera que no viéramos.

Escribía en este espacio el lunes pasado:

“Si ese ritmo de contagio que tuvimos en México en la última semana se mantuviera, al término de julio tendríamos una situación semejante a la de los peores momentos de enero en cuanto a número de contagios”.

Ayer se dio a conocer que el número de nuevos casos fue de 16 mil 244. Se trata de un incremento de 26 por ciento respecto a los registrados hace una semana.

En el peor día de la crisis que tuvimos en enero se registraron 22 mil 339. Al ritmo actual, vamos a rebasar esa cifra en dos semanas.

Debo decir, sin embargo, que no creía que el número de fallecidos fuera a crecer como está ocurriendo.

El registro de ayer fue de 419. En este caso, el incremento es de 80 por ciento. En dos semanas, al ritmo actual, estaríamos arriba de 1 mil 350 muertos cada día y de nueva cuenta nos estaríamos acercando a los niveles de enero.

Como entonces, ya se observa que los hospitales más demandados para atender Covid ya están saturados de nuevo.

El agravante es que se han reconvertido algunos de los que estaban habilitados para dar esta atención, de modo que tenemos el riesgo de que la saturación general llegue muy pronto.

Hasta hace poco, yo estaba convencido de que este repunte de contagios y fallecidos no habría de afectar de manera significativa a la actividad económica.

Parecía que una era la dinámica de los nuevos casos y otra diferente la de hospitalización y fallecimientos.

Las cifras nos dicen que no es así.

Tenemos una grave amenaza frente a nosotros.

Los datos del indicador de movilidad de Apple reflejan que a nivel nacional ya estamos 48 por ciento arriba del nivel de enero de 2020 en cuanto a transeúntes; 27 por ciento arriba en cuanto a tránsito vehicular y apenas 17 por ciento abajo en transporte público.

En la Ciudad de México estamos ligeramente abajo, pero por ejemplo, el tránsito vehicular está apenas 16 por ciento por abajo del de enero de 2020 y es el más alto desde que comenzó la pandemia.

Lo más amenazante de todo es la terquedad del presidente López Obrador y del subsecretario López-Gatell que insisten en el regreso a clases presenciales en poco más de un mes, y las disposiciones para que la burocracia se reintegre ya a sus oficinas.

Estamos ante el riesgo de que la segunda ola, la peor hasta ahora, quede rebasada para los últimos días de agosto, y tengamos una gran crisis hospitalaria.

En esas condiciones, la economía nuevamente frenaría de manera brusca.

Tomo el riesgo de cansar al lector con este tema, pero no puedo dejar de insistir en que hay formas de coexistir con el virus sin tener que confinarnos de nuevo.

El problema es que la medida primaria y esencial es el uso del cubrebocas.

Y, por el ejemplo presidencial y de otros funcionarios, mucha gente ha dejado de usarlo.

Es probable que haya que hacer un sacrificio en la economía introduciendo nuevas restricciones en aforos, horarios, eventos masivos, protocolos en lugares cerrados, etcétera.

El tema es que si no se toman medidas ahora, podemos tener frente a nosotros otra crisis sanitaria que a la larga nos cueste mucho más.

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