Se suele pensar, con algo de razón, que cuando una elección se transforma en referéndum, los que dominan la narrativa del mismo ganan. Lo contrario también puede ser cierto. Al general De Gaulle le gustaba recurrir al chantaje electoral cada vez que convocaba a un referéndum: decía “si pierdo, me voy”. Ganó algunos, pero en 1969 su chantaje ya no funcionó, perdió el referéndum y, en efecto, se fue. En muchos países, oposiciones que se consideran en desventaja si pueden transformar una elección presidencial o parlamentaria en un referéndum sobre el presidente en funciones, pueden triunfar, siendo que sin eso sería prácticamente imposible. No por ello hoy en Estados Unidos, por ejemplo, algunos republicanos procuran hacer de la elección presidencial del año entrante un referéndum sobre Biden, pensando que se trata de un presidente impopular, demasiado viejo, y no especialmente eficaz. Lo mismo ha sucedido en otros países en otros momentos.

En México, Fox y su equipo transformaron la elección del 2000 en un referéndum sobre la permanencia del PRI en Los Pinos. Una mayoría —exigua ciertamente— de mexicanos pensaba que eso era lo que más deseaban en la vida política y el PRI no tuvo cómo responder. Creo que por eso perdió. López Obrador, de alguna manera, hizo de la elección de 2018 un referéndum sobre el PRIAN, el pasado inmediato, la corrupción de Peña Nieto, etcétera, y dijo: ¿quieren un cambio o quieren que siga el PRIAN? Y la gente respondió también masivamente que sí quería ese cambio y ya no quería más al llamado PRIAN. De ahí que hoy en día se pueda uno preguntar si la elección presidencial del año entrante en México pueda ser transformada por la oposición en un referéndum y, en ese caso, qué referéndum y qué tan factible sea ganar de ese modo.

Tengo la impresión de que si López Obrador, o quien aspire a sucederlo, logra hacer de la elección presidencial un referéndum sobre el propio López Obrador, la 4T, la continuidad y el “pueblo”, es muy probable que ganen. La gente no quiere volver hacia atrás, con algo de razón; sabe que los resultados de la 4T son catastróficos, pero no le importa demasiado; y cualquiera que pudiera ser el candidato o candidata de la oposición, no parece haber alguna manera de ganar ese referéndum. A algunos se les ha ocurrido otro, que hasta ahora no me gustaba y me daba la impresión de que no era una opción ganadora. Me refiero al tema de la democracia.

Ilustración: Víctor Solís
Ilustración: Víctor Solís

Al final del día, los mexicanos sí se han hecho a la idea de vivir en democracia, pero no es algo por lo que pierdan el sueño, piensan muchos. Se trata de algo demasiado abstracto, demasiado lejano a la vida cotidiana de la mayoría de la gente en el país, de algo cuyos beneficios, cuyas ventajas no han sido para nada evidentes en estos últimos más de veinte años. La única excepción podría ser el tema del INE, y no tanto por su función electoral sino por la credencial del INE que se ha vuelto en realidad un documento de identidad en México, un país que, a diferencia de muchos otros, pero igual que Estados Unidos e Inglaterra, no tiene “carnet” de identidad.

Ahora empiezo a pensar que mi escepticismo no era necesariamente válido. No es imposible que si la oposición logra transformar la elección del año entrante en un referéndum de democracia vs. autocracia, de democracia vs. autoritarismo, de democracia vs. dictadura, la gente responda. Por definición es imposible saberlo de antemano, pero algunas encuestas sugieren que este pueda ser el caso, por ejemplo, la que se publica este mes en la revista nexos —esta revista—. El apego de los mexicanos a sus libertades, que no son ancestrales, es robusto y significativo. El amor a las libertades no se traduce necesariamente en apoyo a la democracia, pero quiero pensar que estos últimos veinticinco años de elecciones libres, justas y parejas, de libertades en general respetadas, de alternancia en el poder que incluye a todos los partidos, y de separación de poderes —por ejemplo, un Poder Judicial independiente— empieza a generar más simpatizantes en México que adversarios, menos gente indiferente que personas entusiasmadas, y menos indiferencia que lealtad.

¿Es posible colocar a López Obrador como enemigo de la democracia en México? ¿Una coalición de PRI, PAN, PRD y MC es capaz de volverse abanderada de la democracia frente al autoritarismo de Morena? ¿Es un tema que le importa lo suficiente a la gente para que se vuelva el factor decisivo, o uno de los factores decisivos, en su voto? Valdría la pena explorarlo con encuestas y grupos de enfoque más amplios, y al mismo tiempo más dedicados a estas preguntas. Pero en una de esas, y sobre todo a falta de otra cosa, puede ser que esta estrategia funcione. Valdría la pena averiguarlo, y pensar seriamente —como lo han pensado varios precandidatos públicamente— si este es el mejor camino. Puede serlo.

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